lunes, 23 de agosto de 2010

CAPÍTULO 9: Elegidos, Enviados y Protectores.

El chico de la batería del concierto de la noche anterior estaba frente a ella, mirándola desde aquellos misteriosos ojos amarillentos.

- ¿Quién eres? –preguntó Lucía, aún sorprendida.

- Sabes quién soy –contestó él sin más.

Lucía calló, observándolo. Llevaba la misma ropa que la noche anterior, en el concierto. Sin embargo, esta vez llevaba el cabello rubio ceniza recogido con una cinta sobre la nuca. Y aquellos ojos que la confundían tanto la observaban atentamente. Fascinación, odio, fascinación, odio. No había sentido cosa igual en su vida.

- ¿Por qué has venido?

- Lo sabes de sobra –contestó él con una sonrisa siniestra -. ¿Por qué me preguntas cosas tan obvias?

Lucía se respondió a sí misma que necesitaba confirmarlo para poder creérselo. Sin embargo, aquel individuo no iba a llevar a cabo su propósito. Ella estaba protegida.

- Ella me salvará. No puedes hacerme daño. Ella me protege y no puedes cambiar eso –dijo Lucía con algo de orgullo, aunque sabía que si ella no estaba allí ya, era que no llegaría a tiempo para evitar el destino de Lucía.

- Desde luego que puedo cambiarlo. De hecho, hay algo que quiero enseñarte. Observa.

Y, haciendo un gesto con su mano, creó de la nada un elipse en cuyo interior se veía a una chica pelirroja, de cabello largo y rizado. Se debatía entre la vida y la muerte y estaba atada con unas cuerdas que quemaban su piel como si fuera ácido. Parecía sumida en un sueño poblado por sus peores pesadillas y se revolvía inquieta en su lecho de muerte. Lucía ahogó un sollozo y se llevó las manos a la boca para no gritar.

Aquella chica era su protectora. Su nombre era Elhaiel y la estaban haciendo sufrir, afectando así a la propia Lucía, pues había una conexión muy profunda entre un protector y su protegido. Ésta apartó la mirada de la elipse para mirar al individuo que había creado aquella especie de ventana que le mostraba aquellas imágenes de dolor. Aquel que había apresado a su protectora y le estaba infligiendo un daño terrible. Aquel que estaba allí para matarla a ella misma. Aquel que ahora la observaba con una expresión de despiadada diversión. Lucía lo miró con todo el odio que fue capaz de expresar. Pero, al encontrarse con la mirada de él, sintió cómo sus ojos ambarinos y rojizos se le clavaban como puñales. Se acercó más a ella. La elipse ya se había desvanecido durante el cruce de miradas. Lucía se estremeció al comprobar que no podía apartar la vista de los ojos de aquel chaval que lentamente se aproximaba hacia ella para matarla. No quería morir. No debía morir.

- ¿Tienes miedo? –le susurró él al oído, poniéndola aún más nerviosa, y Lucía no pudo evitar estremecerse ante el tono que el chaval había empleado para dirigirse a ella. Aún sentía su aliento cálido como el fuego en su cuello.

- No. No temo a la muerte –respondió ella intentando reponerse-. No temo a esta muerte porque no la merezco.

Él la miró de manera distinta a la de antes. Ahora su mirada denotaba ¿respeto? Debía haberlo imaginado, pensó Lucía sacudiendo la cabeza, liberándose al fin del contacto con aquella mirada mortífera. ¿Por qué la iba a mirar con respeto? Ella simplemente había sido sincera y eso no era algo que pudiera amedrentar a semejante individuo. Se quedó mirando al suelo. Deseaba más que antes echar a correr, pero seguía estando acorralada.

- Ésa ha sido una buena respuesta –comentó el individuo-. Pero te equivocas. Tienes que morir.

Lucía no lo podía ver porque seguía con la mirada clavada en el suelo, pero intuyó que estaba sonriendo por el tono de sus palabras. Se sentía tan indefensa e impotente… No podía hacer nada por defenderse de aquel chico, que de lejos parecía tan inofensivo. Sin embargo, en cuanto uno se acercaba a él, percibía el aura oscura, misteriosa y amenazadora que lo envolvía.

- ¿Por qué tengo que morir? No he hecho nada malo a nadie. No te conozco. Déjame en paz –dijo Lucía casi suplicando-. Vete. Déjame.

Lucía no pudo evitar que las lágrimas resbalaran desde sus ojos azules.

- Sabes por qué estoy aquí. Al igual que sabes por qué tengo que matarte. No te convenzas a ti misma de lo contrario. Entiendes todo esto perfectamente. No me dificultes el trabajo.

- Pero es que esto no es justo. Yo no me puedo defender. Eres un cobarde –escupió, con los ojos aún húmedos.

El chaval se quedó observándola sorprendido, pero, aún así, no dejó de mirarla divertido. Lucía estaba consternada. Sentía que él estaba jugando con ella y que debía acabar con aquello cuanto antes. Pero no podía dejar de pensar que morir de aquella manera no podía ser justo. Él tenía la posibilidad de matarla con apenas un rápido gesto de su mano para coger la espada que colgaba a su espalda, apenas perceptible; y ella, sin embargo, no podía hacer nada para evitarlo. Porque no sabía utilizar la fuerza que había en su interior. Maldijo en voz baja que el aprendizaje de los dones fuera algo tan lento.

Ella había sido una de los Elegidos. Había en el mundo personas que tenían unos dones, unas cualidades especiales. Aquellos dones les permitían realizar grandes obras, hacer cosas importantes, modificando el curso que seguía la vida entera del planeta. Eran algo único, muy escaso y, por ello, algo excepcional y muy especial. Y Lucía lo poseía, pero no sabía aún como utilizar aquella fuerza que se arremolinaba en su interior como un torbellino de energía esperando a ser canalizada hacia aquello a lo que estaba destinada.

Y había también gente que estaba destinada y preparada para acabar con ellos. Para destruirlos sin piedad y evitar que mejorasen el mundo en que vivían. Aquellos que se llamaban a sí mismo los Enviados. Eran normalmente gente joven, como los Elegidos, que habían sido entrenados muy duramente para matar sin piedad, para acabar con todo aquello que aportara paz y sentido (o coherencia) al mundo. Los Enviados, al contrario que los Elegidos, no nacían con ningún don especial y eran ellos mismos los que eran llamados por los Líderes, seres análogos a los Superiores de los protectores de los Elegidos. Una vez se recibía la llamada, el individuo decidía si la seguía o no. Era una decisión propia. Si la persona aceptaba participar de aquello, inmediatamente se le insertaba en la mente un odio y un rencor infinitos hacia aquellos a los que exterminaban. Para poder infundir tales sentimientos, tenía que haber una razón y ésta era la envidia. Los Líderes tenían la capacidad de lograr que los Enviados odiaran a los Elegidos porque estos habían nacido con unos dones que a ellos les habían sido negados. Era como plantar una semilla en la mente de aquellas personas y, simplemente, dejarla crecer durante su entrenamiento. Al finalizar el mismo, el Enviado era un ser despiadado, con un corazón lleno de tinieblas, adiestrado para ser mortífero cuando de realizar su trabajo se trataba, entrenado para ser el mejor de los mejores y habiendo aprendido que vivía sólo y exclusivamente para exterminar a tantos Elegidos como le fuera posible. Todo por envidia y venganza.

Los Elegidos eran seres muy puros, inocentes, no conocían la maldad extrema de los Enviados, no la comprendían. Por eso, al ser tan vulnerables, necesitaban una protección especial. A raíz de esto habían nacido los Protectores, que eran seres etéreos, con un mundo propio e inaccesible al resto de seres y que se encargaban de proteger a los Elegidos. No lo hacían de manera directa, sino que se introducían en los sueños de sus protegidos para conocerlos mejor a raíz de su subconsciente. Llegado el momento, se presentaban, reencarnados casi siempre en alguien de la misma edad que su protegido, ante el mismo y procedían a relatarle todo cuanto sabían de sus enemigos, los Enviados, y para preparar ellos mismos al individuo en cuestión y que este pudiera defenderse llegado el momento en que algún Enviado fuera a cumplir su misión.

Lucía no había podido ser completamente entrenada aún, pues era un proceso lento. Lo único que había aprendido era a cerrar su mente contra las exploraciones que solían realizar los Enviados sobre sus víctimas.

- No soy un cobarde –respondió aquel extraño, repentinamente serio-. Soy lo que soy. Lo que han hecho de mí. Soy yo. Nada más. Al igual que tú eres tú, ¿no es cierto?

Ella no supo qué contestar y volvió a bajar la mirada de sus cristalinos ojos azules hacia el suelo. Él, con su mano, obligó a Lucía a alzar la cabeza, exponiendo su cuello. Ella lo miró, suplicante. En aquellos hermosos ojos azules relucía su eterna luz blanca, llena de pureza.

De manera certera y extremadamente rápida y violenta, el chaval cogió su espada e hizo su trabajo. Lo último que pudo ver Lucía fue un destello de duda en los ojos de su asesino y, de repente, sintió un dolor tan intenso que no había palabras que pudieran expresarlo. Acto seguido, todo se volvió negro.

En algún lugar, se escuchó el agónico gemido de dolor de la protectora de Lucía, Elhaiel.

sábado, 21 de agosto de 2010

CAPÍTULO 8: ¡BIENVENIDOS AL INFIERNO!

A Andrea, Alma y Ana.


Muy lejos de allí, una chica de dieciocho años se encontraba viviendo una experiencia totalmente nueva para ella. Estaba en un pabellón de la ciudad donde estudiaba, asistiendo a su primer concierto de heavy-metal.

La principal razón de estar allí era no defraudar a sus dos amigas. Por la tarde se habían reunido las cuatro y tras haber pasado toda la tarde bebiendo y charlando de cotilleos de la residencia de estudiantes, a las siete y cuarto decidieron irse juntas al concierto.

Así que allí estaba. Lucía se sentía extremadamente rara entre aquel tipo de gente. Todos iban vestidos de negro y algunos iban pintados de forma un tanto extravagante. Ella también se había vestido concienzudamente para la ocasión: llevaba unos vaqueros, una camiseta negra y unas zapatillas de deporte también negras. Se había pintado un poco los ojos y daba la casualidad de que el día anterior se había pintado las uñas de negro. Así que parecía una más. O lo parecería a simple vista. Si uno se fijaba bien, descubría que su mirada no era triste como la de un “emo”, o extravagante como la de algunas personas de alrededor. No. Era más bien dulce y perdida. Perdida en una especie de nuevo mundo que le llamaba la atención pero a la vez le daba miedo.

Comenzó el concierto. Las cuatro chicas estaban entusiasmadas, aunque Lucía y Clara no tanto. Clara era su mejor amiga allí y realmente a ninguna de las dos le hacía especial ilusión ir a aquel concierto. Sin embargo las dos llevaban un día algo malo en el tema amoroso y necesitaban despejarse.

Las luces se encendían y apagaban alternativamente iluminando el escenario mientras los músicos (también de aspecto estrambótico) subían y se situaban en sus puestos tras coger sus instrumentos.

La música empezó a sonar y la gente empujaba para situarse lo más cerca posible del escenario. Lucía sonrió ante la ansiedad de la gente por acercarse, por ser los primeros. Se apartó un poco, dejando que pasaran por delante de ella.

- ¡Bienvenidos al infierno!

Vaya bienvenida. Lucía cada vez tenía más ganas de echar a correr, pero no podía hacerlo porque quedaría fatal con sus amigas. Así que se limitó a observar el escenario sin demasiado interés y cruzarse de brazos. La multitud se movía al ritmo loco de la música, disfrutando su momento. Sin embargo, Lucía se dio cuenta de que había alguien que no se movía como los demás. Lo extraño era que estaba en el centro de la multitud pero no se movía para nada y parecía que las personas de su alrededor ni siquiera lo rozaban.

Era un chaval extraño. Tenía el pelo rubio, largo y muy liso. Parecía alto, un poco más alto que Lucía quizás. Era como una sombra. Era como si no estuviese allí. Lucía sintió cómo un escalofrío recorrió toda su espalda y alcanzó su nuca. Cerró los ojos por un instante y justamente en el momento en el que los volvió a abrir se dio cuenta de que el chico estaba girando lentamente (muy lentamente) la cabeza para mirarla.

Sus ojos no eran marrones, tampoco negros. Tenían tonos dorados y rojos. Daban verdadero miedo. Entonces giró la cabeza y se fue en dirección opuesta a la de Lucía, sonriendo de manera enigmática.

Ella no se había dado cuenta de que la música se había detenido y de que ahora la concejala de juventud presentaba al segundo grupo.

- ¡Nena! ¿Qué te pasa?

Lucía se volvió y vio a Laura que la miraba entre divertida y preocupada.

- Nada, no es nada. ¿Vamos?
- ¡Vamos!

Se dirigieron hacia la multitud y se introdujeron en todo el mogollón de chicos y chicas de aspecto algo raro. El concierto estaba a punto de empezar. Todos parecían ansiosos porque lo hiciera. Unas chicas de delante se cogían las manos histéricas, tenían los ojos desorbitados y Lucía dedujo que estaban drogadas. Miró hacia el escenario en cuanto se apagaron las luces. Gritos y chillidos se escucharon por doquier. Los focos comenzaban a moverse. Los músicos empezaban a subir al escenario.

Pero no, no podía ser. Uno de los chicos que acababa de subir se parecía muchísimo al muchacho de antes. Espera, era él. ¡Era él! Lucía vio claramente cómo subía al escenario y cómo se situaba detrás de la batería. Él era músico. Tocaba la batería. Él… la estaba mirando con una media sonrisa muy sugerente. Lucía se puso nerviosa, se hizo la loca y se fijó en el cantante que acababa de subir al escenario. El chaval tendría su edad aproximadamente, tenía el pelo moreno y unos ojos oscuros y profundos que al mirar a cualquier chica haría que esta se derritiera. Comenzó a cantar con una voz profunda, era hechizante. Magnífico. Dos chicos atractivos, misteriosos y que daban miedo eran amigos y tocaban en un mismo grupo. Ambos conseguían que Lucía se estremeciera y tuviera unas ganas exageradas de echar a correr y huir lo más lejos posible de ellos.

Lucía respiró hondo y decidió que era mejor no fijarse en los demás miembros del grupo. Ya había tenido bastante por hoy. Sus amigas estaban disfrutando muchísimo y cantaban las canciones con el cantante. Pasaron así un buen rato, el grupo tocando y sus fans enloquecidos. Cuando terminó, la gente se apelotonaba por alcanzar cuanto antes a la salida de los camerinos de los miembros del grupo. Lucía y sus amigas optaron por volver a la residencia de estudiantes.

Llegaron bastante tarde, se despidieron en el pasillo tras darse las buenas noches. Lucía estaba aturdida. El chico de la batería era como un imán: la atraía y repelía de manera constante. Aquella sonrisa de chico malo le encantaba pero su mirada le daba verdadero pánico. Se puso el pijama y se tiró en la cama con la luz apagada. Todo le daba vueltas. Le dolía muchísimo la cabeza y no dejaba de pensar en aquel chico y su amigo, el cantante. Eran fascinantes.

Sin darse cuenta, Lucía se quedó dormida profundamente, estaba agotada.

Cuando despertó, estaba atardeciendo. Se había pasado casi un día entero durmiendo. Se asomó a la ventana. Hacía frío y una brisa marina agitaba las ramas de los árboles del parque. Algunas nubes luchaban por ocultar el Sol que tenía un tono anaranjado, tiñendo el cielo de dorado.

Pero algo no iba bien. Lucía sintió un escalofrío en la nuca. No podía ser. Se dio la vuelta y a pesar de que se le ocurrieron muchas cosas que hacer y muchas cosas que decir, cuando descubrió a quién tenía delante se quedo clavada en el suelo y no pudo articular palabra.



NOTA DE LA AUTORA: Escribí esto hace muchísimo tiempo, más de un año ya, pero me ha dado una buena idea para enlazar la historia que aquí se cuenta. Las tres personas a las que este capítulo está dedicado me acompañaron en la experiencia que me inspiró para escribirlo. Una de ellas, Alma, aún sigue en contacto conmigo y, de hecho, vivimos la mayor parte del año juntas. Otra, Andrea, fue mi mejor amiga y la quise con locura, compartiendo con ella miles de momentos geniales y algunos otros tristes; pero las dos cambiamos y nos dimos cuenta de que la bonita relación que un día nos unió ya no era posible. Y, por último, la tercera de estas personas, Ana, no es alguien a quien vea demasiado a menudo (de hecho, nos veremos una o dos veces al año como mucho), pero es alguien a quien quiero y con quien compartí también muchísimas cosas, entre ellas largas charlas sobre chicos (cómo no) y grandes momentos como la primera vez que me lié un cigarrillo; fue importante, y con eso basta.
Deseaba aclarar esto a los lectores, gracias.

jueves, 19 de agosto de 2010

CAPÍTULO 7: VUELVE.

Los días iban pasando rápidamente, transformándose en meses, y, poco a poco, todo iba volviendo a su rutina habitual.

Lana volvía a comer y a relacionarse con los demás casi con la misma normalidad de antes. Sin embargo, de vez en cuando necesitaba unos momentos para ella sola, para sumergirse en su universo de recuerdos, emociones, sueños y sensaciones. Se encerraba en su habitación, echaba las persianas, encendía algunas velas, ponía algo de incienso en el quemador y se tumbaba en la cama, escuchando música que le resultaba relajante. No compartía con nadie esos momentos, excepto con Alehl. El chico había estado a su lado durante todos aquellos meses, sin separarse de ella, hablándole, animándola a relacionarse y a volver a su vida normal. Y Lana, a duras penas, lo estaba consiguiendo.

Aún no había sido capaz de sonreír ni una sola vez. En sus ojos se adivinaba fácilmente el dolor y la tristeza que albergaba su corazón. No había logrado olvidar a Dani. Su recuerdo permanecía allí, intacto, y Lana echaba mucho de menos todo lo que él aportaba a su vida: sus besos, sus abrazos, sus sonrisas, sus palabras, sus manos... Todo. Pero, lentamente, Alehl estaba consiguiendo enterrar aquellos aspectos de Dani, que tanto echaba de menos Lana, con los suyos propios. La muchacha había visto en Alehl su mayor apoyo, su mejor amigo y su confidente. Se lo contaba todo y él, con su preciosa sonrisa, iluminaba las tinieblas del corazón de Lana como si de un Sol reluciente se tratase.

Sin embargo, resultaba muy frustrante no poder tocarlo, ni abrazarlo, además del hecho de que nadie más podía verlo. Por eso, a menudo, cuando estaban con más gente, hablaban entre ellos con pensamientos. Lana pensaba una cosa y Alehl lo detectaba y le respondía de la misma manera: con un pensamiento propio. Así podían comunicarse en silencio y sin que nadie lo notara.

Estaban los dos sentados en la cama de la habitación de Lana. De fondo sonaba una dulce música que inundaba la habitación de un ambiente relajante a la vez que romántico y bohemio. Lana escribía un informe sobre un folio en blanco, apoyada en una carpeta. Alehl se tumbó, sumido en sus propios pensamientos. Llevaba ya varios días pensando en sus Superiores. No le habían avisado aún, no lo habían llamado. A veces se preguntaba si habrían cambiado de idea y habrían decidido no castigarle por su supuesto delito. Pero inmediatamente comprendía que aquello era muy poco probable. Simplemente se estaban tomando su tiempo. Suspiró y miró a Lana. Ella se dio cuenta y levantó la vista del papel para fijar sus ojos marrones en Alehl.

- ¿Qué pasa? -preguntó.

- Nada. Pensaba en algo importante pero... No es algo que sepa con certeza.

- ¿Cómo? No te entiendo -dijo Lana. Dejó la carpeta, el folio y el boli con el que estaba escribiendo a un lado y miró a Alehl fijamente-. ¿Qué quieres decirme y no eres capaz, Alehl?

Él sonrió, sacudiendo la cabeza. Habían pasado tanto tiempo juntos que Lana había llegado a conocerlo casi tan bien como él a ella. Ahora conocía cada gesto de Alehl y lo que significaba.

- A ver -empezó a decir él, pero no sabía exactamente que decir y se detuvo unos instantes antes de continuar-. Hay un problema. Yo... he incumplido las reglas.

- ¿Las reglas? ¿Te refieres a lo que... no debes hacer mientras estés aquí... conmigo? -preguntó Lana con algo de esfuerzo para expresarse.

- Así es -asintió Alehl-. Tú no tendrías por qué verme ni yo tendría por qué ser el protagonista de gran parte de tus sueños. Eso no es algo correcto y "los de arriba" se han enterado. Como imaginarás no les ha gustado nada y ahora...

- Espera, espera -le interrumpió Lana-. ¿Me estás diciendo que conocerte, estar contigo y verte te está causando problemas con quien quiera que sea que mande sobre ti?

- Sí. Justamente eso intento decirte. Pero eso no es todo. Hay más -Lana adoptó una expresión preocupada-. Incumplir las normas tiene consecuencias. Me van a castigar.

- ¿Qué? -exclamó Lana-. ¡Pero eso es muy injusto! Tú no tienes por qué ser castigado. Es algo... incomprensible. No pasa nada porque yo pueda verte. No se lo he contado a nadie, es un secreto. Nuestro secreto.

- Lo sé. Pero temen que descubras mi verdadera naturaleza, nuestra verdadera identidad. Y eso es algo muy peligroso para todos. También para ti, créeme.

- Pero hay algo que no entiendo -dijo entonces Lana, pensativa.

- ¿El qué?

- Si sabías cuáles eran las normas, ¿por qué las rompiste?

- Lana, a veces aunque conozcas las reglas las rompes sin dudarlo un sólo segundo -contestó el chico mirándola a los ojos con intensidad.

Ella se quedó callada. De repente entendió muchas cosas, entre ellas los verdaderos sentimientos de Alehl hacia ella misma. Lo miró perpleja, con los ojos muy abiertos. Alehl estaba enamorado de ella. Lo había estado desde el primer momento, tal y como lo reflejaba en sus sueños. La quería tanto que se había arriesgado a ser castigado por sus Superiores. Y Lana se sorprendió al comprobar que algo se removía en su interior. Ella en sus sueños lo había besado, lo había abrazado. Pero nunca le había dado importancia porque Alehl era algo así como su amor platónico. Algo imposible de alcanzar, como una estrella. Y ahora, de repente, fue consciente de lo que Alehl sentía realmente por ella y de lo que ella misma sentía hacia aquel chico de cabellos despeinados y ojos penetrantes.

- Tú... me quieres.

Alehl no contestó. Agachó la cabeza para ocultar sus mejillas sonrojadas por la vergüenza. El silencio confirmó las sospechas de ella. Lana no sabía qué decir. Un torbellino de confusos sentimientos se arremolinaban en su cabeza.

- Sólo quiero que sepas que me iré, ya te lo dije -murmuró Alehl, aún con la cabeza agachada-. Pero creo que ya falta muy poco para que eso ocurra. Y quiero que sepas también que si me voy, volveré contigo si así lo deseas.

Levantó la mirada y clavó sus pupilas en las de Lana. Ésta le devolvió una mirada llena de miedo, de ternura, de cariño. Pero sobre todo de miedo. No podía ser que aquella persona que había sido su mayor punto de apoyo en todo aquel tiempo, se fuera ahora. No era justo. Retiró la mirada, sintiéndose intimidada por la intensidad de la mirada de Alehl.

- ¿Desde cuándo sabías que te tendrías que ir? -preguntó en un susurro apenas audible.

- Desde la noche antes de que te fuera a casa de... de Dani. En realidad, desde ese amanecer. Sin embargo, pensé que no era un buen momento para preocuparte con mis problemas y prefería que disfrutases de Dani sin tener que pensar en nada más. Y después de eso, como comprenderás, tampoco es que la situación fuera la más adecuada para contarte toda esta historia.

Lana respiraba alteradamente. Se sentía completamente frustrada. Hacía mucho tiempo desde entonces. Alehl tenía razón. Debía faltar poco, muy poco tiempo. Y eso le hacía tener la sensación de que no tenía tiempo suficiente para asumirlo ni para despedirse. No podía perder otra vez a alguien tan importante. No podía volver a pasar una vez más por lo mismo. Era horrible sólo pensarlo. Deseaba gritar.

- Irme supone algunos riesgos -dijo Alehl inseguro.

- ¿Qué clase de riesgos? -le preguntó Lana, intentando tranquilizarse.

- La memoria. La perderé. No podré recordar qué ni quién soy. Tendré recuerdos falsos. No te recordaré -Lana se tapó la cara con las manos, angustiada-. Pero no quiero que te preocupes, porque he encontrado un remedio para evitar eso. Aunque "ellos" no lo saben. Me ha costado mucho trabajo conseguirlo, pero he conseguido algo que me ayudará a burlar las consecuencias de mi castigo.

Lana se tranquilizó un poco.

- ¿Estás seguro?

- Completamente -pero, dicho esto, su expresión cambió por completo. Miró a Lana con gravedad-. Volveré, ¿vale? Te lo prometo. Tú... ¿quieres que vuelva contigo?

Lana se quedó conmocionada unos instantes, comprendiendo lo que estaba pasando. Sin embargo, hizo como si no supiera nada y, tragándose las lágrimas contestó con seguridad:

- Sí. Vuelve, por favor. Vuelve a por mí. Yo... -dudó-. Te necesito.

Alehl la miró con ternura.

- Quiero intentar algo. ¿Me dejas?

La chica le dirigió una mirada intrigada, pero asintió con la cabeza. Alehl se aproximó más hacia ella. Alzó una mano y con ella acarició los labios de Lana, que sintió una suave brisa. Repitió el mismo gesto otra vez y a Lana le pareció sentir el tacto de los dedos de él. Pero ¡eso no podía ser posible! Lo miró sorprendida y asustada a la vez. Él sonrió tranquilizadoramente y acercó su rostro al de ella. Lana, dejándose llevar cerró los ojos. Le pareció sentir el fresco aliento de Alehl sobre sus labios justo antes de sentir cómo los de Alehl los acariciaban.

Le estaba besando. Y era de verdad. Un torrente cálido inundó todo su ser y se sintió desbordada ante lo que le estaba provocando aquel beso. Deseó abrazarlo, pero dudó que aquel milagro se hubiese extendido tanto. Así pues, bebió de aquel regalo como si fuese un oasis en medio del desierto. Se perdió en aquella maravillosa sensación, en aquella sacudida de emoción que estaba experimentando después de tanto tiempo. No había vuelto a besar a nadie desde la última noche que estuvo con Dani. Cuando el momento terminó y se separó del etéreo rostro de Alehl, lo miró a los ojos. Él le dirigió una última mirada llena de emoción y desapareció.

Lana sabía que tardaría mucho en volver y ahogó un sollozo.

martes, 17 de agosto de 2010

CAPÍTULO 6: DÉJAME ENSEÑARTE DE NUEVO A SONREÍR...

Volver a casa fue algo raro. Lana se sentía fuera de lugar. Todos sus amigos de allí la habían estado esperando para brindarle todo su apoyo, para animarla a seguir adelante. Sin embargo, ella no quería nada. Porque nada podría devolverle a Dani.

Cuando hubo atendido a todos sus visitantes, se encerró en su habitación y pidió por favor que nadie la molestara más. Estaba echada en la cama, llorando una vez más, recordando momentos con Dani, cuando percibió una presencia a su lado. Se sobresaltó e intentó ignorarlo, pero escucharlo fue inevitable.

- Sé que estás harta de oír lo mismo, pero lo siento muchísimo.

Lana no contestó ni se movió. Casi había olvidado a Alehl. No había aparecido en cuatro días. Ni siquiera en sus sueños, al menos que ella supiera.

- Vamos, no puedes estar así. Deja de torturarte, por favor. Es terrible ver cómo te haces daño a propósito.

- Déjame en paz -murmuró Lana. No había hablado desde que Dani había muerto-. Llevas sin dar señales de que existes cuatro días. No sabes nada de lo que he pasado.

- Estoy aquí ahora porque no he podido venir antes. Y sí que sé lo que ha pasado. Cuando te he dicho que lo sentía, iba en serio. Y con ello quería decir, aparte de lo obvio que reflejan esas palabras, que podías contar conmigo para lo que fuera, para desahogarte, para hablar, para llorar, para expresarte. Para lo que sea. Te he echado mucho de menos en estos días, pero pensé que querías disfrutar de tu tiempo con Dani. Lo menos que me esperaba era volver y encontrarme con esto -Lana se volvió en la cama y se sentó con las piernas cruzadas, demostrando que estaba dispuesta a escuchar lo que él tuviera que decirle-. No puedes hundirte, dejarte caer al abismo así, de esta manera. Por favor, déjame ayudarte a volver a ser feliz. Déjame enseñarte de nuevo a sonreír...

- ¿Por qué quieres ayudarme? No quiero ayuda. No la necesito. Lo único que deseo y necesito ahora mismo no me lo puedes dar ni tú ni nadie.

- Quiero ayudarte porque verte así me encoge el corazón (metafóricamente hablando), porque no soporto tu dolor, porque no puedo evitar hacerlo, porque hay más, mucho más. Y quiero que lo veas y que sonrías por él y por ti. Porque te lo mereces. Porque si tú sonríes puedes iluminar la mayor oscuridad.

Lana se quedó sin palabras. Sin poder decir nada, agachó la cabeza y comenzó a llorar. Alehl la miró angustiado, deseando poder abrazarla y consolarla. Pero esperó pacientemente a que ella se sobrepusiera. Cuando lo hizo, Lana levantó la cabeza y se secó las lágrimas. Miró a Alehl y una corriente de calidez la recorrió por dentro. Hubiese sonreído, pero no era su mejor momento. Tras respirar hondo varias veces, comenzó a relatar su historia con Dani: cómo había comenzado, lo que sintió la primera vez que la besó, lo que sentía cada vez que la miraba, cuánto lo quería, las cosas que había hecho por él... Todo. Sin más ni menos.

Él la escuchó atento, observándola cambiar de expresión en función de lo que iba contándole. El duro golpe de la muerte de Dani había hecho mella en ella y se la notaba más delgada y pálida que nunca. Pensó preocupado que eso tenía que cambiar. Lana destrozada y Alehl lo sentía porque percibía todos los trocitos de su corazón esparcidos y perdidos. Y él estaba dispuesto a ayudarla a recomponerlos, pegándolos uno a uno con sonrisas. Borrando la tempestad que había dejado el alma de Lana hecha escombros.

Se estremeció al pensar lo que él habría sentido si ella hubiese muerto. Seguramente hubiese sido el golpe más duro de su existencia. Nunca le había pasado algo así, por eso sólo podía imaginar una pequeña parte del dolor de Lana. Aún así, decidió estar ahí, para ayudarla.

La miró y pensó que si tuviera un corazón corpóreo, se habría acelerado más que nunca. Verla allí, tan frágil como el cristal, tan bella y a la vez tan inocente e inofensiva, le hacía sentir una ternura infinita.

CAPÍTULO 5: DOLOR.

Lana se quedó sin aliento apenas unos instantes. Se tambaleó, mirando la mirada vacía que Dani aún le dirigía desde el suelo, rodeado de gente que intentaba reanimarlo. Gritó con todas sus fuerzas y rompió a llorar. Cayó de rodillas al suelo y se llevó las manos a la cara. Claudia ya no la sujetaba. Dani había muerto. recordó aquella última mirada, aquella última sonrisa congelada en sus labios. Gritó de nuevo. No podía ser. Tenía que comprobar que aquello era real. Respirando hondo, aferrándose a la más mínima esperanza que pudiera albergar su corazón, se dirigió hacia la posición de Dani. Nadie se interpuso en su camino, pero todos la miraban desolados. Ella caminaba, con porte serio, temblando aún, y con los ojos y la cara llenos de lágrimas. Cuando llegó hasta él, vio que alguien le había cerrado los ojos. Cerró ella los suyos y abrazó el cuerpo inerte de Dani. Llorando le rogó, le suplicó que volviera. Le repitió mil veces que lo amaba con todo su corazón, que lo quería más que a nadie. Pero Dani ya estaba muy lejos de su alcance y esto hacía que el pecho le doliera de manera sobrehumana. Gritó de dolor, de angustia, de soledad, de impotencia. No podía asumir lo que acababa de pasar.

Levantó la vista, se sentía mareada. Miró a Dani y se estremeció. Lloró más todavía. Acarició la mano de él, tan perfecta pero ahora tan fría. Comenzó a sentir ella también mucho frío de repente. El mareo se incrementó y, antes de que pudiera darse cuenta, todo se volvió oscuro.

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Cuando despertó, estaba en una de las camas de la habitación de la hermana mayor de Dani, que estaba de viaje. Abrió los ojos con mucho esfuerzo y escuchó voces lejanas que cada vez se fueron haciendo más sonoras.

- ¿Lana? ¿Cómo te encuentras?

Ella no reaccionó inmediatamente. La abuela de Dani estaba inclinada sobre ella y le estaba poniendo un paño húmedo en la frente. Recordó de repente todo lo ocurrido y dos lágrimas rodaron por sus mejillas. A pesar de eso, su expresión no cambió lo más mínimo.

Lana no era capaz de articular palabra, así que sacudió la cabeza simplemente.

- Tranquila. Te he despertado porque... -la abuela de Dani la miraba con gravedad y parecía indecisa por terminar la frase o no. Respiró hondo y se decidió-. Porque dentro de una hora es el entierro.

Lana la miró y asintió. Otras dos lágrimas cayeron desde sus ojos. Seguía sin poder hablar. Suspiró, ahogando un sollozo, e hizo ademán de incorporarse, pero se mareó casi enseguida.

- Poco a poco, hija, poco a poco -le dijo cariñosamente la abuela de Dani, ayudándola a incorporarse sobre la cama-. Vamos, ve a darte un baño bien caliente. Seguro que te sienta muy bien -añadió la mujer, mirándola con pena, casi con compasión, y salió de la habitación.

Todo estaba en silencio. Lana se sentía vacía, totalmente destrozada. Trató de respirar hondo, pero nuevamente le faltaba el aire. Vio un vaso de agua sobre la mesilla de noche y lo tomó para beber un sorbo. Después, muy lentamente consiguió bajar de la cama y se dirigió hasta el baño. Cuando se miró al espejo, se dio miedo. Estaba muy pálida y tenía una cara horrible.

Una vez terminó de bañarse, se vistió totalmente de negro. No se maquilló, por lo que el atuendo y el color de su tez contrastaban de manera exagerada. No le importó. Sólo recordó la última sonrisa de Dani e intentó sonreírle desde el espejo. No era una sonrisa bonita y alegre, como siempre lo había sido, sino una sonrisa llena de tristeza y a la vez vacía de todo. Se miró una vez más en el espejo, respiró hondo y salió de la habitación.

No sabía dónde estaría el resto de la gente, así que se dirigió al comedor, donde solían reunirse. Allí encontró a más gente de la que esperaba. Estaba el tío de Dani, que sin preguntarle ni decirle nada, la abrazó con mucha fuerza y le susurró "¡Ánimo!". También estaban otros familiares que no conocía pero que la miraban con una mezcla de curiosidad, desconfianza y pena. La abuela de Dani, también de luto, se acercó hasta ella y también la abrazó. Lana quiso decir algo, pero no encontraba las palabras y simplemente dejó escapar dos lágrimas más. El padre de Dani estaba sentado en una esquina de la mesa y cuando Lana se acercó hasta él, no supo qué hacer y se quedó petrificada. El hombre la miró lleno de dolor y se levantó para fundirse con ella en un sentido abrazo. Luego, le ofreció una silla para que Lana se sentara. Ella lo hizo.

Unos minutos después, llegaron allí la madre, la hermana mayor y la tía de Dani. Las tres de luto. Las tres la miraban. La madre tampoco se había maquillado y el dolor se manifestaba en su rostro y su expresión. Se acercó hasta Lana y también la abrazó con fuerza, después se separó de ella, negando con la cabeza y llorando. Se refugió en los brazos de su marido, quién la abrazó con cariño. La tía de Dani y su hermana, también se acercaron a Lana sin decir nada y la abrazaron.

Lana estaba agotada. Estaba cansada de todo, de sentir tanto dolor, de leer la compasión en los ojos de los demás, de no poder expresar todo lo que se estaba acumulando en su interior, de que la abrazasen sin parar.

- Es la hora -dijo sin más la madre de Dani.

Inmediatamente, todos se levantaron y se dirigieron a la puerta. Lana se sintió felizmente sorprendida cuando vio a sus padres esperándolos en la calle. Se abalanzaron sobre ella susurrando palabras de alivio y consuelo, pero Lana no articuló palabra y simplemente les dirigió una sonrisa triste entre las lágrimas de su rostro.

En el cementerio estaba reunido casi todo el mundo. Todos los amigos y amigas de Dani, entre los que Lana reconoció a Silvia, y todos sus vecinos y conocidos, aparte de su familia y la familia de la propia Lana.

La ceremonia fue breve y Lana apenas prestó atención. Las lágrimas no dejaron de caer por sus doloridas mejillas mientras evocó cada momento, cada sonrisa, cada mirada, cada caricia, cada beso, cada palabra, cada gesto... No podía creer que todo hubiese acabado, que se hubiese ido. Su madre le había llevado una preciosa roja blanca que Lana depositó con todo el cariño del mundo sobre el ataúd, antes de que este fuera enterrado. Sintió cómo todos la miraban compasivamente una vez más, pero no les echó cuentas y evocó la sonrisa de Dani.

Cuando la gente empezó a retirarse, Lana pidió quedarse un rato más. Necesitaba despedirse. Necesitaba contarle todo lo que sentía y había sentido a su lado, y lo que sentiría ahora sin él.

Cerró los ojos, suspiró, se tragó las lágrimas y comenzó a desahogarse con Dani.

CAPÍTULO 4: ¡NO HAGAS ESO!

- Y para pasar el fin de semana, creo que podríamos llamar a Raquel y Ángel para que se vengan a cenar y luego salir por ahí. Sí. Y quizá también le interese a Pablo y Jose. Yo, personalmente prefiero que salgamos tranquilamente, sin discotecas y eso porque... porque... ¿Lana? ¿Me estás escuchando?

Lana estaba sentada en la mesa del salón y no dejaba de remover un café que ya se había enfriado hacía rato. A su lado, su amiga Elisa había vuelto a casa tras haber pasado la noche en casa de unos amigos en la ciudad de al lado. Elisa le estaba planteando sus planes para el fin de semana, pero Lana no lograba entusiasmarse con ellos. No dejaba de pensar en Alehl. La noche de antes por fin había conocido su nombre, después de largos años de sueños compartidos. Él la había cuidado durante toda la noche pero, cuando Lana había despertado por la mañana, Alehl ya había desaparecido. No sabía por qué se iba ahora que apenas habían comenzado a conocerse. Era curioso, pero le echaba intensamente de menos. Cuando soñaba con él, estaba totalmente enamorada del chico y nada más existía. Era maravilloso. Sin embargo, a menudo le fastidiaba tener que volver al mundo real, con las clases, el vaivén de la gente que la rodeaba, Dani, que era su propio novio, sus amigos de allí y, por supuesto, todos sus problemas. El cambio era bastante notable de una situación a la otra y a Lana le costaba asimilar que aquel chico era sólo parte de su imaginación, algo así como un amigo invisible.

- Lo siento, Eli. Estaba metida en mi mundo. Este fin de semana no podré planear nada por aquí porque me iré a casa de Dani a pasar esos días.

- ¡Eso es genial! -exclamó Elisa entusiasmada-. Ya verás como despejarte estos días de descanso te viene muy bien, y más aún si es al lado de tu novio. ¿No crees?

- Sí -respondió Lana sonriendo al pensar en Dani.

No era un chico excesivamente guapo, pero a Lana le había gustado muchísimo desde el primer día en que lo vio. Era alto, de espalda ancha, con el pelo moreno y por los hombros, y los ojos oscuros, como su piel. El principio de la atracción de Lana por Dani comenzó con el primer día de clase, cuando ambos entraron por primera vez al aula y se miraron. Con el tiempo se fueron conociendo más y más, y al final habían decidido intentar algo juntos. La primera vez no salió bien por culpa de la propia Lana, que seguía pensando en su anterior chico, que seguía atormentándola continuamente. Pero, tras un tiempo separados, Lana comprendió que quería estar al lado de Dani. Para siempre. Que lo necesitaba como el cielo necesita al Sol, que lo añoraba de manera inevitable cuando llevaba sin verlo más de dos semanas y que echaba de menos sus besos y sus abrazos. Fue al comenzar el segundo año cuando se dieron una segunda oportunidad. Y ahora llevaban juntos casi un año y Lana seguía queriéndolo tanto o más que el primer día.

Ese fin de semana había fiestas en la ciudad de Dani y sus padres habían invitado muy amablemente a Lana a pasar aquellos días allí, con ellos y con la familia de Dani. Ella había aceptado de buena gana, puesto que llevaba ya casi tres semanas sin estar con él y lo echaba muchísimo de menos. Así pues, había llegado el viernes y Lana se había levantado temprano para poder hacer las maletas antes de que Dani llegase a por ella en su coche. Sin embargo, no podía dejar de pensar en aquel chico de ojos verdes, Alehl cuya mirada se había introducido hasta lo más hondo de su ser.

Sacudió la cabeza, echó un vistazo al café y se dirigió a la cocina para tirarlo por el fregadero. Elisa se había sentado en el sofá y miraba cosas en internet con su portátil sobre las piernas y unos auriculares taponándole los oídos. Lana la miró, sonriendo, y se dirigió hacia su habitación para empezar a hacer la maleta. Pasó el resto de la mañana esperando a que apareciera Alehl, pero esto no ocurrió.

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El hecho de estar en casa de Dani resultaba extremadamente reconfortable. Los olores a comida casera de su abuela, los gritos de sus primos pequeños por la casa, la continua atención de su madre... Era maravilloso. Era como sentir un aire nuevo y vitalizante. Tenían mil planes para aquellos dos días que iban a pasar juntos y ambos estaban emocionados ante la perspectiva de volver a estar juntos, aunque sólo fuera un par de días.

Aquel mismo día, viernes, habían decidido ir a la piscina por la tarde, después de comer, y por la noche salir a las fiestas con los amigos de Dani. Lana sentía mucha curiosidad por conocerlos/as y, al parecer, era un sentimiento recíproco. Mientras estuvieron en la piscina conoció a alguna de la gente con la que saldría por la noche, y compartieron algunas risas e intercambiaron relatos de experiencias. Lana no pudo evitar pensar que Dani era completamente distinto de sus amigos.

Por fin llegó la noche y Lana se vistió de manera sencilla pero a la vez algo arreglada. No le gustaba arreglarse demasiado y consideraba que ella estaba bien cuanto más natural fuera. Por eso, al reunirse con los amigos/as de Dani, se dio cuenta de que contrastaba muchísimo en cuanto a estilos de vestir y maquillaje. Aún así, se dijo a sí misma que ella era como era y punto. Estuvieron tomando unas copas y hablando con la gente antes de entrar al Auditorio, donde se organizaba la fiesta. Varios amigos de Dani tenían equipos de música de gran calidad en sus coches y los abrían mientras bebían en la calle para animar el ambiente. En realidad, no se estaba nada mal allí. Entre copa y copa, Lana y Dani intercambiaban algunas palabras cariñosas, insinuaciones e, inevitablemente, miles de besos que dejaban ver claramente cuánto se habían echado de menos.

Cuando ya era bastante tarde, se dirigieron al Auditorio y se dispusieron a bailar todos juntos. Lana y Dani no dejaban de mirarse, reírse el uno del otro, bailar e intercambiar algún que otro beso más. Estaban en lo mejor de la fiesta cuando uno de los amigos de Dani se acercó, alertando a todos los demás para que salieran fuera del local un momento. La cara de Dani cambió y Lana se asustó ante la expresión que apareció en la cara de él. Inmediatamente, la cogió de la mano y salieron juntos al exterior. Un poco más abajo de donde estaba situado el Auditorio, había un callejón más oscuro, donde habían estado bebiendo antes. Allí se dirigían casi todos los amigos de Dani. Lana iba a preguntar qué pasaba pero se calló en cuanto vio lo que estaba ocurriendo. Uno de los mejores amigos de Dani estaba discutiendo con un chaval algo más mayor que él y le recriminaba algo sobre una chica.

- Quédate aquí -dijo Dani a Lana, mirándola fijamente a los ojos.

Lana iba a responder pero una de las amigas de Dani se acercó a ella para apretarle la mano con fuerza en señal de apoyo.

Dani se dirigió, con dos chicos más hacia el lugar donde, rodeados por el otro grupo de chavales, discutían el amigo de Dani y el otro chico. Lana reconoció al amigo de Dani. Se llamaba Raúl y era un chico algo bajo pero robusto y con mala fama en los pueblos de alrededor por provocar a menudo altercados. Sin embargo, Dani había aclarado a Lana que en realidad, todo lo que hacía el chico era exhibir su coche con su equipo y eso causaba envidias entre los chavales de las localidades vecinas. Claro que, a veces, cuando bebía demasiado, intentaba algo con alguna chica que ya estaba con alguien y esto llevaba a otra nueva pelea. A Lana le pareció oír algo sobre una chica mientras los dos chavales discutían. Se mordió el labio inferior, asustada. Si Dani entraba en la discusión y, por lo que fuera, había una pelea allí mismo, no sabría qué hacer pero se sentiría realmente mal. Dani le dirigió una mirada tranquilizadora antes de comenzar a hablar con los amigos del chaval con el que discutía Raúl.

- Tranquila, sólo van a hablar. Ya lo verás. Ya ha pasado otras veces y no llegará a más. Además, Dani no entrará en ninguna pelea mientras pueda evitarlo y menos mientras tú estés aquí.

Lana tragó saliva, haciendo un gran esfuerzo por creer las palabras de Claudia, que así se llamaba la amiga de Dani que se había acercado hasta ella y ahora le estaba sujetando la mano. Inesperadamente, la discusión se hizo más agresiva. Uno de los chavales con los que hablaban Dani y sus amigos, haciéndoles gestos para que se relajaran un poco, había cogido a Héctor (otro amigo de Dani) por el cuello de la camisa y se disponía a pegarle un puñetazo. Dani se interpuso y obligó al chaval a soltar a Héctor. Raúl y el muchacho con el que tenía el problema se estaban pegando puñetazos y rodaban de vez en cuando por el suelo.

Lana no era consciente de ello, pero dos lágrimas bañaban sus mejillas y se había llevado su mano libre a la boca, ahogando sus sollozos. Vio, con los ojos empañados cómo Silvia (la actual novia de Raúl) se acercaba a los chicos para intentar calmarlos y poner orden. Todos peleaban. Lana veía desesperada y conteniendo de vez en cuando la respiración, cómo Dani propinada codazos, patadas y puñetazos a los otros chicos. Silvia estaba en medio. El chico con el que se peleaba Raúl le dio una bofetada y cayó al suelo con un violento golpe. A pesar de todo, Silvia se levantó, con una mancha de sangre en la cara y se lanzó contra el oponente de Raúl.

En cuestión de segundos, se vio algo metálico relucir en la oscuridad del callejón y, acto seguido, uno de los chicos que estaban peleando contra Dani y sus amigos se volvió hacia Silvia y se acercó hasta ella con violencia. Segundos después, se oyó un grito de Silvia, ahogado por la tela de la camisa de su agresor, que la apretaba contra sí, con fuerza. Dani reaccionó enseguida. Silvia era su mejor amiga. Se quitó de encima al muchacho contra el que llevaba peleando un rato y, sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia el agresor de Silvia. Lana no pudo evitarlo y gritó.

- ¡Dani! ¡No hagas eso!

Pero Dani no podía pensar, no podía moverse, porque su contrario había sido más rápido qu él, lo había b¡visto venir y había clavado la gran navaja que tenía en su mano en la espalda de Dani. Inmediatamente, los chavales con los que habían estado peleando hasta hacía apenas unos segundos salieron corriendo hacia sus coches.

El resto de la gente estaba conmocionado. Los amigos de Dani se habían repartido entre él y su amiga Silvia. Entre las piernas de Héctor, Lana vio cómo Dani la miraba por última vez y sonreía.

viernes, 13 de agosto de 2010

CAPÍTULO 3: ¿ENTIENDES?

- Sabías cuáles eran las Normas, ¿por qué no te has limitado a cumplirlas?

Alehl sacudió la cabeza. Su Superior le había citado aquella mañana, a primera hora. Aseguraba que Alehl le había revelado a Lana los secretos de su identidad y su existencia. "Lana", pensó por enésima vez, evocando su imagen por enésima vez desde que se había separado de ella. No había podido despedirse adecuadamente aquella mañana porque la llamada era urgente. Así pues, la dejó durmiendo sola en la cama, con sus castaños cabellos desparramados sobre la almohada y los primeros rayos de luz iluminándolos, transformándolos en oro. Suspiró.

- Ya he dicho que ella no sabe nada. Pero puede verme -añadió antes de que su superior pudiera replicar nada-. Ella tiene algo especial. Puede verme desde hace ya varios años en sus sueños y, desde anoche mismo, puede verme así, tal cual. Como soy, era o seré. Así -explicó el chico señalándose a sí mismo emocionado-. Quizás haya llegado el momento para ella.

Su Superior quedó mudo durante unos instantes, sorprendido por aquella información inesperada. Se sentó en su enorme sillón de cuero negro y meditó acerca de las palabras de Alehl.

- Lo de los sueños es normal. Suele pasar que los que son como tú aparecen en los sueños de sus "protegidos" en un segundo plano y...

- Pero yo no aparezco en un segundo plano -lo interrumpió Alehl sin poder contenerse-. En sus sueños, yo soy tan protagonista como ella misma.

- ¡¿Cómo?! -exclamó indignado su Superior- ¡Eso no es posible! No es normal. Y eso de que te pueda ver así... Además es obvio que ella aún no está preparada para ser iniciada en el aprendizaje de su don. Este asunto no me gusta nada. Vamos a tener que tomar medidas al respecto, muchacho.

- ¿Medidas? ¿Qué clase de medidas? -preguntó Alehl con voz temblorosa.

Era un estúpido. No debería haber dicho nada sobre las cualidades de Lana. Ahora había conseguido que lo separaran de ella para siempre. "Al fin y al cabo", pensó para sí, "no he tenido otra opción. Si no me hubieran castigado por haberme descubierto ante un ser humano vivo, lo hubieran hecho por traidor". Medidas. Le daba miedo pensar en qué tipo de medidas adoptarían para su caso. Le daba miedo que lo separaran de Lana pues, aunque no se lo hubiera dicho a su Superior, estaba locamente enamorado de la muchacha desde la primera vez que la había visto en los sueños de la propia Lana. Por eso, imaginarse lejos de ella, le destrozaba el alma.

- Medidas, simplemente -respondió aquel individuo, de manera cortante-. Vamos, vamos, no pongas esa cara. Vas a tener lo que muchos de vosotros desearan en su día. Vas a vivir. Existirás. Serás un ser humano vivo más. Aunque -añadió con gesto serio- ya sabes también las consecuencias que ello implica.

Alehl palideció de repente. Los que eran como él ansiaban poder ser seres vivos, relacionarse con las personas de carne y hueso, experimentar sensaciones físicas (como el dolor) y saber lo que eran las necesidades fisiológicas; pero Alehl estaba bien así, y más desde que Lana había sido capaz de verlo la noche anterior. Además, estaban las consecuencias. Todo aquel que pasaba a formar parte de la existencia como ser humano vivo, perdía su memoria anterior. No recordaría nada previo a su nacimiento como ser humano. En caso de que alguien solicitase nacer como adolescente o incluso como adulto, se les implantaban falsos recuerdos de infancia y de su vida anterior. Alehl se estremeció. No deseaba pasar por aquello.

- No puede ser verdad.

-Muchacho, tranquilízate y piénsalo fríamente. ¿Sabes cuántos de los nuestros matarían (en sentido metafórico, por supuesto) por tener tu suerte, por tener esta oportunidad?

- Lo sé, pero yo no la quiero. Me niego a permitir...

- ¡Tú no te vas a negar a nada! -gritó su Superior levantándose de golpe de su sillón y provocando que éste cayera hacia atrás con estrépito-. Si yo digo que te vas de aquí y pasas a ser una persona como cualquier otra, eso se hará y así será. ¿Entiendes?

Alehl temblaba de rabia. Apretaba fuertemente sus puños, pero no sentía dolor. No podía sentir nada.

- Sí -respondió sin más, dirigiendo a su Superior una mirada gélida.

- Bien -dijo aquel señor, poniendo el enorme asiento en su sitio para volver a sentarse en él con una sonrisa escéptica a la vez que estúpida-. Por cierto -comentó cuando Alehl ya estaba saliendo por la puerta. Éste se detuvo y maldiciendo para sus adentros giró sobre sus talones para mirar a aquel ser que le resultaba tan despreciable-, sé lo que sientes hacia esa chiquilla... y tampoco me gusta -hizo una pausa. Alehl no se movió. No sabía a dónde quería llegar su Superior-. Te aconsejo que le digas que vas a desaparecer... y que lo hagas lo antes posible -concluyó muy serio.

- Está bien -murmuró Alehl, destrozado-. ¿Cuándo?

- Aún no está decidido. Ya te llamaremos en el momento adecuado. Ahora, vete de aquí.

Alehl salió y cerró la puerta tras de sí, con fuerza. Se llevó las manos a la cabeza, abatido. ¿Qué iba a hacer ahora? Respiró hondo, tratando de recuperarse y tranquilizarse. Decidió que no era el momento para contarle nada a Lana, así que no lo haría.

Después de todo, aún le quedaba tiempo.

miércoles, 11 de agosto de 2010

CAPÍTULO 2: ALEHL

Deseaba abrazarla, lo deseaba con todas sus fuerzas, desesperadamente. Pero sabía que no podía ser, que al intentar tocarla no lo lograría. Resultaba tan frustrante...

Por su parte, Lana ahogó un sollozo y se esforzó mucho más que antes para no llorar. Respiró hondo y levantó la vista. Se sorprendió al descubrir al chico de los ojos claros muy cerca de ella. La observaba intensamente, pero en el fondo de su mirada, la pena se dejaba adivinar como un telón de negras sombras. El chaval hizo un ademán de acariciar la mano de Lana, pero en seguida retiró su mano.

Hacía ya mucho tiempo que la chica soñaba con aquel muchacho y a menudo lo imaginaba abrazándola por las noches, dispuesto a velar sus sueños. En varias ocasiones llegó a creerse que él era real pero no poseía un cuerpo y, por eso, al abrazarla o rozarla sólo sentía una suave y fresca brisa acariciando su piel en la zona de contacto entre ambos. Sin embargo, después siempre acababa resoplando decepcionada porque todo aquello era fruto de su poderosa imaginación.

Últimamente soñaba casi todas las noches con él y, en sus sueños, él sí podía tocarla, abrazarla muy fuerte, besarla y susurrarle al oído que todo iría bien. Cuando despertaba al día siguiente, la angustia le oprimía el corazón. Los últimos tres sueños no habían sido muy agradables. Daba igual como empezase su historia, él siempre acababa muriendo de alguna manera y Lana se sentía entonces más sola que nunca y lloraba amargamente, con la impotencia ahogándola. Ahora, despierta, era capaz de recordar muy bien aquella sensación, aquel sentimiento de pérdida, de dolor. Era como si le hubieran arrancado un trocito del corazón.

Suspiró, sacudiendo la cabeza, ruborizada. Aquella noche había soñado que él se suicidaba y había sido especialmente violento y doloroso para la muchacha. Y ahora, de alguna incomprensible manera, él estaba allí, con ella. Y aquel chico sabía perfectamente lo que había soñado aquella noche y todas las demás. Realmente lo habían vivido todo juntos, aunque fuera en el mundo de los sueños. Pero, ¿quién era él?

Lana volvió a alzar la mirada y le preguntó muy seria:

- ¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Por qué estás aquí?

Él la miró fijamente y un brillo de dolor apareció fugazmente en sus ojos, pero desapareció enseguida y su mirada se volvió impenetrable.

- No quiero hablar de ello -respondió sin más.

- Pero estás aquí y... ¡Ni siquiera sé tu nombre!

- Puedes llamarme Alehl.

- ¿Alehl? Es un nombre muy raro, parece... un nombre de ángel -se detuvo al comprender el significado de sus propias palabras y lo miró, sorprendida -. ¿Eres un ángel?

Él no contestó al instante, sino que parecía que estaba sopesando aquella posibilidad. Tras unos segundos que fueron eternos para Lana, Alehl contestó:

- No creo -y, sacudiendo la cabeza, añadió-: No es fácil explicar mi condición o naturaleza, al menos en este mundo. Por el momento, sólo debes saber que estoy aquí contigo para protegerte, hasta que escuche la llamada y tenga que partir.

- ¿Protegerme? ¿De qué? -preguntó ella, visiblemente sorprendida por las palabras de Alehl.

- No quieras saber más. Así basta. Es suficiente.

- Pero, ¿entonces te irás algún día?

- Sí -la respuesta fue contundente y Alehl la dijo clavando sus preciosos ojos en Lana.

Sin embargo ella no podía ver más que un muro enorme, que la hacía sentirse muy lejos de él.

- ¿Cuándo? -preguntó ella sin pensar.

- Todo depende de ellos, de los que mandan -añadió, intuyendo la muda pregunta de Lana-. Tranquila, me olvidarás -dijo el chico con amargura, pero tratando de restar importancia al tema-. A partir de ese momento no soñarás conmigo. No me verás más. No existiré para ti.

El muro de sus ojos se vino abajo. Se veía la profunda tristeza que atenazaba su corazón. Lana suspiró, ansiando más que antes abrazarlo y Alehl se dio cuenta. Pero el contacto físico no existía para ellos y simplemente se miraron. En esa mirada se transmitieron más de lo que podían decir las palabras, más de lo que podían demostrarse en un abrazo, más de lo que podían expresar de cualquier otra manera. Cuando pasó el momento, Alehl rompió el silencio:

- Sube a dormir. Estaré contigo, te cuidaré y no permitiré que pase nada malo. ¿De acuerdo? -ella asintió con seguridad-. Vamos pues.

Y ambos se encaminaron por las escaleras hasta llegar a la habitación de Lana. Ella se echó sobre la cama y se acostó en posición fetal. Alehl se acomodó a su lado, y la rodeó con sus inmateriales brazos, amando cada respiración de aquella muchacha y aspirando el perfume de su pelo.

sábado, 7 de agosto de 2010

CAPÍTULO 1

Se despertó sobresaltada.

La habitación se encontraba sumergida en penumbras y una suave brisa entraba por el balcón, refrescando la habitación. A pesar de ello, la chica que yacía sentada en la cama estaba empapada en sudor. Miró a su alrededor. Aquel día no había nadie más en casa. Todo estaba en silencio. Decidió bajar para beber un poco de agua fría. Deslizándose lenta y sigilosamente por las escaleras, sintió cómo un escalofrío la hacía estremecerse levemente. Acto seguido tuvo un presentimiento: él estaba allí. Se detuvo a mitad de la escalera, sacudiendo la cabeza para apartar aquella idea de su mente y continuó bajando.

Sin mirar al salón, se dirigió precipitadamente a la cocina, sin detenerse a encender ninguna luz ni echar ningún vistazo al salón, y tomó la botella de agua del frigorífico. Bebió, sedienta, hasta quedar saciada. Al salir de la cocina, sí fue necesario para ella mirar hacia el salón, concretamente hacia la esquina del sofá donde sabía que él la estaba esperando.

Se miraron y algo pareció vibrar en el ambiente. Ella reprimió una exclamación de... ¿miedo? ¿asombro? No lo sabía. Pero, desde la esquina del sofá que estaba más cerca de la ventana, un chico de su misma edad (o quizá algo mayor) con el pelo castaño claro, algo largo y despeinado, y de expresión seria, le dirigía una mirada preocupada desde sus intensos ojos verdeazulados. Su silueta era apenas una sombra recortada contra los leves rayos de luz de la calle que entraban por la ventana.

- No deberías soñar esas cosas -comentó con una voz algo profunda y ronca, pero, aún así, juvenil.

- No lo he hecho queriendo -respondió ella sin moverse de su posición, junto a la puerta de la cocina-. Yo también lo he pasado mal -añadió, agachando la cabeza.

El chico calló,observándola. Llevaba un ligero y corto camisón del verano, que dejaba entrever su esbelta silueta bajo él. Su cabello, también castaño pero ondulado, caía sobre sus hombros en mechones alborotados. "Está muy guapa", pensó él, ruborizándose levemente. Agachó, algo avergonzado de repente, la cabeza y, con un gesto, le indicó a la chica que se sentara a su lado.

Ella vaciló unos instantes pero, finalmente, accedió. Con pasos lentos y algo inseguros, se acercó hasta donde estaba él. Desde allí podía verlo mejor. El flequillo había crecido en los últimos tiempos y ya casi le tapaba los ojos. Ella sonrió y, en un gesto de infinito cariño, acercó sus dedos hasta el rostro de él para retirarle aquellos mechones rebeldes. Sin embargo, al intentar tocarlo, sus dedos lo atravesaron. Sin más. Era como si hubiese intentado palpar algo de aire.

Desolada, se dejó caer en el sofá, junto a él, y se llevó las manos a la cara, intentando ocultar su decepción y su desconsuelo.

A su lado, él se mordió el labio inferior, visiblemente afectado, preocupado y, a la vez, muy angustiado. Contenían ambos las lágrimas mientras la frontera entre ambos se fortalecía, separándolos a pesar de estar tan cerca el uno del otro.

Habían olvidado, una vez más, la barrera que los separaba, como un muro insalvable.