lunes, 20 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 16: SAL DE MI VIDA... PARA SIEMPRE.

- No existes.

Lana temblaba violentamente y sus ojos destilaban sentimientos contradictorios: furia, dolor, rabia, cariño, odio, amor.

- Claro que existo. Te dije que volvería contigo.

- ¡No! –gritó la muchacha con los ojos llenos de lágrimas-. Demasiado tarde, Alehl. Es demasiado tarde.

- ¿Demasiado tarde? La concepción del tiempo es muy distinta ahí arriba, ¿sabes? ¡No he podido venir antes!

- ¡Mentira! ¿Crees que no te he visto en mi universidad? No soy idiota. Siempre pensaba que me estaba volviendo loca y me sentía muy mal por tener lo que identificaba como alucinaciones. Tú no existes. ¡Déjame!

Lana echó a correr, pero Alehl la volvió a agarrar por los brazos.

- ¡No! –gritó de nuevo ella, y comenzó a golpear el pecho del chico con los puños.

Intentaba hacerle daño, pero él parecía no sentir apenas los puños cerrados de ella chocando enfurecidamente contra su torso. Lana no paraba de llorar. Cada vez los puñetazos se hicieron más débiles y la chica acabó por agotarse, dejando caer pesadamente sus doloridas manos.

Entonces, Alehl pensó que era el mejor momento para acercarse a ella. Dio un par de pasos hacia Lana, pero esta le advirtió:

- ¡No te acerques! Ni se te ocurra.

- No te entiendo Lana. Estoy cumpliendo mi promesa. No he podido hacerlo antes y me daba muchísimo miedo acercarme a ti desde que descubrí cómo había transcurrido aquí el tiempo. Mientras que aquí han pasado tres meses yo apenas he estado unos días allí arriba. Debes de creerme. Tenía que ver cómo estabas, cómo estaba todo a tu alrededor. Y te veía tan feliz que me daba miedo adentrarme de nuevo en tu vida. Pero estoy aquí y he venido aquí para algo, por algo. Por ti. Porque te lo prometí. ¿Tanto te cuesta creerme?

- Sí –replicó Lana, alterada-. Tienes… tienes que entender que eso no es suficiente. Yo… ¡no puedo volver atrás! ¿Es que no lo entiendes? La Lana que tú conociste quedó muy atrás. En estos meses he estado sola, sin ti, y he sobrevivido. Puedo hacerlo. No te necesito. Tú me dejaste.

- Pero… -Alehl no sabía qué decir-. Lana, no estás siendo justa conmigo. Si me lo pides, desapareceré para siempre de tu vida. Me iré y no me acercaré jamás a ti. Pero necesito que me lo digas, que me mires a los ojos y esas palabras salgan de tus labios. Y… también quiero que me digas por qué. Qué he hecho para que me trates así. He tardado, sí, pero aquí estoy. Y te encuentro así: despechada, desagradecida, sin ganas de verme siquiera. Para mí es doloroso, ¿sabes?

Lana dudaba. Su mente estaba hecha un auténtico lío. No sabía qué hacer. Precisamente en ese momento la imagen de Jose pasó por su cabeza. En un acto reflejo, Lana frunció el entrecejo. Acababa de verlo todo más claro que antes. Alzó la cabeza con los ojos aún húmedos y se acercó a Alehl. El chico sonrió, pensando que Lana había cambiado de opinión. Pero no.

- Quiero que te vayas –dijo fríamente Lana.

- Lana, por favor…

- Me pediste que si lo sentía, te lo dijera así, mirándote a los ojos. Y es lo que estoy haciendo. Vete, Alehl. No quiero verte. Déjame como me dejaste la otra vez. Sal de mi vida… Para siempre.

- Sabes que lo hice por ti –dijo el chico, sintiendo cómo sus hermosos ojos se llenaban de lágrimas-. Lo sabes. Aunque ahora sea más fácil para ti no aceptarlo. Está bien. Pero quiero que sepas que no te voy a echar nada en cara. Se ve que no debí apostar por ti. Eso es todo. Ahora me iré. Y no querré saber nada más de ti. Nunca. Cuando vuelvas, yo no estaré. Cuando me llames, no apareceré. Adiós, Lana

Y, dándose media vuelta, Alehl emprendió el camino hacia la casa que tenía alquilada a medias con su compañero de trabajo. El viento azotaba con más fuerza que antes y anunciaba lluvia. En efecto, unos minutos después empezó a llover. Alehl se sentó sobre un pequeño muro y se encogió sobre sí mismo, dejando que la lluvia lo empapara. Pero no sentía frío, aunque tiritaba; no sentía dolor, aunque se sentía estúpido y sabía que nada había merecido la pena.

Los relámpagos hacían que el cielo se estremeciera.

Cuando la tormenta cesó, Alehl se levantó, con el agua cayendo sobre sus delicadas facciones, y sacudió la cabeza, para secar un poco el pelo. Acto seguido, se secó un poco la cara y decidió que si Lana había reemprendido su vida, él también podría hacerlo. Y lo haría. Se había equivocado una vez, pero no se equivocaría nunca más. No volvería a amar a nadie. Porque no había en el mundo nadie como Lana. Y porque ya le habían roto el corazón y no deseaba volver a sentir esa impotencia. Ese terrible dolor, tan enorme y tan bestial que no podía expresar con palabras.

Era un auténtico estúpido. Lo había dado todo por ella. Lo había dejado todo. Todo. Por ella. Para nada. Lana no había sido para nada justa con él. Aunque si ha actuado así, pensó Alehl para sí mismo, será que realmente no me quiere como yo a ella. Este pensamiento añadía más dolor a su alma. Así que, sin pensarlo más, sacudió la cabeza y decidió que mañana amanecería de nuevo. Y que, ya que había sido castigado a estar en aquel mundo, iba a intentar ser feliz con todas sus fuerzas.

Al llegar a casa, vio que su amigo estaba en el salón, viendo una película con una chica. Alehl sonrió y subió las escaleras hasta su habitación sin hacer ruido para no molestarlos más de lo necesario.

Al llegar a la habitación se desnudo por completo y se dirigió al cuarto de baño para tomar una ducha de agua ardiendo. Después, se sintió mucho más relajado y, de repente, agotado. Se dejó caer en la cama tras ponerse el pijama y, en cuestión de segundos, se quedó profundamente dormido.

Soñó con Lana. Con un beso que había ocurrido tiempo atrás. Con Enviados, Protectores, Protegidos, Superiores… Cosas sin sentido en aquel mundo, al fin y al cabo.

Nada importaba ya.

viernes, 10 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 15: TÚ...

Los días pasaban monótonos.

Hacía más de una semana que Lana no veía a Jose, pues acababa de comenzar el nuevo curso y estaba muy ocupada preparando todo el material y los apuntes necesarios. Apenas salía de casa, iba de la facultad a casa y de casa a la facultad. No hacía nada más.

Caminaba por los pasillos vacíos de la facultad. Había ido a buscar a un profesor tras una larguísima tarde de prácticas, pero no se encontraba en su despacho y ahora Lana bajaba las interminables escaleras para volver a casa.

Hacía frío cuando salió a la calle, así que cogió su abrigo y se lo puso. Acto seguido colocó adecuadamente un largo pañuelo rojo rodeando su cuello, para proteger la garganta del incesante y gélido viento.

Se encaminó por el enrevesado camino que llevaba desde la puerta de la universidad hasta el autobús. Mientras esperaba sentada en la parada se puso los auriculares de su mp3 y dejó que la música la inundara por completo, dejándose llevar. No era una música comercial ni relajante. Era una música violenta, desgarradora, brusca, dura. Pero a Lana en aquellos días le resultaba extremadamente relajante. Sin saber muy bien por qué, se identificaba con ella. Se sentía últimamente muy violenta y agresiva, aunque trataba de ocultarlo ante los demás, porque ellos no tenían la culpa de aquellos turbios sentimientos que anidaban en el corazón de Lana.

Ya era muy tarde y la noche había caído sobre la ciudad. Resultaba inquietante estar sola en aquella parada de autobús, en medio de la oscuridad, sola. Comenzó a pensar en algo que leyó una vez en un libro, algo sobre la muerte. Recordó la escena que se había forjado en su mente a raíz de aquellas palabras y se descubrió preguntándose a sí misma qué era la muerte. Se imaginó un enorme perro negro, que miraba a sus víctimas con inquietantes y mortíferos ojos oscuros como esa misma noche. También imaginó una sombra rápida y letal que se esforzaba para alcanzar a aquellos a los que había llegado el momento antes de que éstos advirtieran su presencia. Otra nueva imagen se estaba formando en su mente cuando apareció el autobús.

Lana subió, distraídamente y se sumió de nuevo en sus pensamientos, siempre acompañados por aquella música oscura y violenta.

Al llegar a la parada en la que tenía que bajar, Lana vislumbró una sombra que esperaba al autobús, o al menos eso parecía. Cuando Lana se deslizó hasta la acera pudo ver que el chaval que esperaba en la parada no había subido al autobús. Se encogió de hombros, apagó la música y se encaminó a casa.

Apenas había dado dos o tres pasos cuando una voz familiar resonó en sus oídos.

- Yo también me alegro de verte.

Lana hizo un gran esfuerzo para no darse la vuelta y se convenció a sí misma de que lo había imaginado. Pero el chico que estaba en la parada… Siguió andando por la calle, haciendo caso omiso de la idea que se estaba forjando en su mente. El corazón latía descontrolado. No podía ser posible.

Cuando menos lo esperaba, sintió que la cogían por el brazo para detenerla.

- ¡Eh! Déjame en…

Lana no pudo terminar la frase. Las palabras quedaron congeladas en sus labios cuando, al levantar la vista, vio al chico que la había tomado por el antebrazo. El cabello castaño algo más corto de lo que Lana podía recordar. Los ojos, antes verdeazulados, eran ahora totalmente verdes. Pero aquella forma de mirar y aquellos rasgos seguían siendo los mismos. Estaba algo más delgado y más alto de lo que Lana recordaba, pero no cabía duda.

El chaval estaba frente a ella. Mirándola emocionado. Esperando algún tipo de reacción por parte de ella. Había pasado muchísimo tiempo. Varios meses. Lana no lo habría reconocido a menos que lo hubiese visto como lo estaba viendo ahora, tan cerca.

De repente, la chica recordó que días antes, en la cafetería de la facultad le había parecido ver a un chico muy parecido a alguien que conocía. Inmediatamente había sacudido la cabeza y se había convencido a sí misma de que eran sólo imaginaciones suyas, malas pasadas que le jugaba su subconsciente. Pero ahora estaba allí. Existía de verdad. Y estaba observándola, esperando algo.

Lana no podía articular palabra. El corazón parecía a punto de salírsele del pecho. Se sentía algo mareada. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? Él no existía. No existía. No.

- Tú… -es todo lo que pudo decir la chica, mientras transformaba su expresión sorprendida por una mueca del odio más absoluto.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 14: AMANECER

Lana abrió los ojos.

Los rayos del Sol entraban suavemente por la ventana, desterrando la oscuridad de la noche y abriendo paso a un nuevo día.

Sintió que la observaban y se giró despacio para mirar a la persona que estaba a su lado. Jose le dirigía una mirada intensa desde sus preciosos ojos marrones, con la cabeza apoyada sobre una mano. Cuando Lana lo miró, el chico sonrió y se inclinó para darle un beso en la frente.

- Buenos días –saludó Jose ensanchando aún más su sonrisa.

- Es la primera vez que me despierto así con alguien –contestó ella, algo azorada.

- ¿Así? ¿A qué te refieres?

- No sé. Es raro. Es diferente –hubo un silencio algo extraño, pero Lana continuó hablando-. ¿Has dormido bien?

- Sí –le respondió Jose, mirándola con ternura-. ¿Sabes que estás preciosa cuando acabas de despertar?

- ¡Anda ya! Estoy horrible siempre cuando despierto –exclamó Lana, sonrojándose y arreglándose un poco el pelo.

- Ni hablar.

- Y tengo muy mal humor –añadió la chica.

- Si quieres yo te lo quito –le contestó Jose con una sonrisa pícara.

Lana lo miró, algo confundida. La noche anterior se habían besado, pero no sabía qué significaba eso. No tenía por qué significar nada, se dijo Lana a sí misma, pero en realidad, ansiaba repetirlo. O quizás no. Era Jose. ¿En qué estaba pensando? Aquello se le estaba yendo de las manos. Frunció el ceño. No sabía qué contestar ante aquella insinuación. No era capaz de entrever si Jose lo decía en serio o era tan sólo una broma. Prefirió interpretarlo como lo segundo.

- No seas idiota, anda. ¿Qué te apetece desayunar?

- ¿Desayunar? Lana, son las siete de la mañana.

- ¿Y qué?

- Aún no tengo hambre.

- Entonces, ¿qué hacemos?

- No hagamos nada. Observemos el amanecer. Deja que el silencio haga su trabajo.

- Pero… -Jose le acababa de rozar los labios con un dedo para silenciarla.

- Silencio. Sólo silencio. Observa –añadió, señalando hacia la ventana.

Lana tomó una sábana para echársela sobre los hombros. Hacía frío.

Al observar el cielo por la ventana, no pudo evitar sonreír. Era precioso. Jose se acercó más a ella, intuyendo que tenía frío y la muchacha pudo sentir cómo todas las alarmas de su cuerpo reaccionaban. Estaba demasiado cerca. Le pasó un brazo por encima de los hombros, con ademán protector.

- ¿Tienes frío? –escuchó la voz de Jose susurrando en su oído y haciéndola estremecer.

- Ahora no. Estás ardiendo –dijo volviendo la cabeza para mirarlo a los ojos.

- ¿En serio? -rió el chico-. Vaya, ni lo había notado. De todas formas no tengo frío –Jose le devolvió una mirada nuevamente tan intensa que Lana sintió cómo su mente se quedaba en blanco de repente.

Estaban muy cerca. Lana no sabía qué hacer. Deseaba acercarse más, sólo un poco más y rozaría sus labios. Pero, por otro lado, sentía que hacer eso estaba mal y no sabía explicar porqué.

Demasiado tarde. Jose volvió la cabeza hacia otro lado, entendiendo el debate interior de Lana sin necesidad de palabras. Pero Lana ya se había decidido. Con su mano tomó la cara de Jose y la aproximó hacia ella. El chico la miró entre sorprendido y encantado con el gesto. Lana rozó sus labios. De nuevo sintió cómo los párpados caían pesados sobre sus ojos y volvió a rozar, esta vez con más intensidad, los labios de Jose. Éste no tardó en responder a su gesto. La hizo girarse y sentarse sobre él, enredando las piernas de Lana en sus caderas. Se abrazaban, se besaban. El deseo lentamente iba apareciendo. Cada vez los besos eran más apasionados. Cada vez era más urgente sentirse el uno al otro. Las caricias se sucedían sin cesar.

Y entonces Lana paró.

- Lo siento –dijo agachando la cabeza-. No sé qué estamos haciendo. No sé qué pretendemos con esto. Yo…

- Tranquila –susurró Jose, posando un dedo en sus labios de nuevo-. Lo entiendo. Yo tampoco sé muy bien qué estamos haciendo. Sólo sé que es lo que deseo hacer.

- Pero yo… -Lana retiró suavemente el dedo de Jose y se sentó a su lado-. Yo no sé si deseo esto. No estoy segura. Tú eres mi amigo. ¿Y si esto no sale bien? Toda nuestra relación se estropearía.

- Yo no lo permitiría –contestó Jose muy serio.

- No se trata de permitirlo o no permitirlo. Simplemente pasaría. Y yo no quiero perderte. Ya he perdido suficiente en el último año. No puedo dejar que esto se estropee también. ¿Entiendes?

- Perfectamente –respondió Jose, y mientras pronunciaba estas palabras, la sombra de la decepción iluminó sus ojos durante un instante-. Pero has sido tú la que me ha besado.

- Sí –reconoció Lana-. Y aún no entiendo bien porqué. Lo siento.

- No hay nada que sentir –dijo Jose, restándole importancia-. Yo tampoco lo entiendo demasiado, pero no pasa nada –sobre ellos cayó un silencio algo tenso-. Bien, ¿qué hay de ese desayuno?

martes, 7 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 13: UN DÍA PARA RECORDAR.

Sonó el timbre de la puerta.

- Tranquila, Eli, ya voy yo –dijo Lana levantándose de un salto.

Eli estaba estudiando y no deseaba molestarla, pues iba muy retrasada con sus apuntes.

Lana tenía aún los ojos húmedos y las mejillas sonrosadas de haber estado llorando. Hacía un año que había muerto Dani y no había podido evitar sentarse a recordar todos y cada uno de los momentos juntos, lo que la había sumido en un estado de melancolía absoluta. Ya era casi de noche y la chica no había conseguido salir de su pozo de recuerdos en los que, inevitablemente, también incluía a Alehl.

Lo último que esperaba encontrar al abrir la puerta era la sonrisa de Jose, que la saludó efusivamente.

- ¡Hola! –exclamó eufórico, dando un fuerte abrazo a Lana, que ésta agradeció como si fuera un oasis en medio del desierto más infinito-. Pasaba por aquí cerca y he decidido llegarme por tu casa. Me apetecía hablar contigo un rato, ¿te importa? –preguntó aún desde el umbral de la puerta, observando a Lana atentamente-. ¿Te ocurre algo? –le dijo acariciando suavemente con sus dedos la mejilla enrojecida de llorar de la muchacha.

- No –respondió ella apresuradamente, agachando la cabeza y apartándose para dejar que el chico entrara y, de paso, evitar que viera que se había sonrojado tras el breve contacto-. Es sólo que es un mal día. Nada más. Pasa, por favor.

- Está bien –asintió Jose, dedicándole una amplia sonrisa y un beso en la mejilla mientras entraba.

Recibir la visita de Jose hizo que Lana se sintiera mucho mejor. Hacía ya unas semanas que se conocían y la chica se había hecho buena amiga de él. A menudo estaban juntos tanto tiempo como les era posible y discutían sobre varios temas filosóficos, o de actualidad, o históricos, incluso de arte. Se compenetraban a la perfección y parecía que habían nacido para conocerse. Lana no se podía quejar. Era muy feliz con Jose, a pesar de que sólo eran buenos amigos. Pero con eso bastaba.

Tras saludar a Eli brevemente para no distraerla demasiado, los dos jóvenes subieron a la habitación de Lana, donde se encerraron. Una vez dentro, el chico cogió las manos de Lana con cuidado y le preguntó lo que quería saber desde que había entrado por la puerta.

- Lana, ¿vas a contarme que te ocurre?

- No es nada. Es sólo que hoy hace un año desde la muerte de mi exnovio y lo estoy pasando un poco mal. Además me ha dado por recordar y ya ves, estoy un poco de bajón.

- Vaya –murmuró Jose sorprendido-. Debe de ser muy difícil. Pero puedes contar conmigo para lo que sea –añadió de inmediato, apretándole la mano a Lana-. ¿Quieres contármelo?

Lana asintió, agradecida y contó una vez más su historia con Dani. Al finalizar sobrevino en la habitación un pesado silencio, durante el cual, Jose asimiló toda la información recibida.

Ya era de noche y dentro de poco tendría que irse.

- ¿Sabes qué? –comentó Lana.

- Dime

- A veces me comparo con el cristal.

- ¿Con el cristal? –preguntó Jose extrañado.

- Sí –contestó ella divertida y se explicó-. El cristal es en apariencia duro, inquebrantable, frío… Como yo soy algunas veces. Pero en realidad, es muy frágil. Muchísimo. También como yo.

- Eso sí que es poético –rió Jose-. Pero yo nunca dejaré que te rompas –Lana lo miró sorprendida a la vez que agradecida-, ni Eli ni ninguno de los demás. Siempre puedes contar con nosotros. Y, por favor, cuando estés así, cuenta conmigo. ¿De acuerdo? –le preguntó sonriendo y señalándola con un dedo amenazador.

- Sí –asintió Lana sonriendo a su vez.

- ¿Ves? Así estás mucho mejor. Estás preciosa. Eres preciosa.

Lana no sabía qué contestar y simplemente se miraron. Los ojos de Jose clavados en los suyos emitiendo algo que Lana no era capaz de identificar. De repente todo comenzó a dar vueltas, a hacerse borroso. Jose acarició delicadamente la mejilla de Lana y se fue acercando poco a poco. Lana no sabía qué hacer. Deseaba acercarse más a él, pero le daba miedo. ¿Miedo? ¿De qué? De enamorarse de él, comprendió de repente Lana, como lo había estado de Alehl o de Dani. Y temía que Jose también la dejara. Pero en aquel momento su mente trabajaba a demasiada velocidad para asumir todas sus conclusiones. Lana se sentía ingrávida, cada vez más próxima a Jose. Antes de que pudiera darse cuanta, sintió cómo los párpados caían lentamente sobre sus ojos, cerrándolos. Estaba muy nerviosa. ¡Sería tonta! Pero es que en ese momento aquel beso inminente parecía ser el primero. Pudo notar el dulce aliento de Jose sobre sus labios… Y no dudó más. Acortó la distancia que los separaba y unió sus labios a los de él. Todo giraba aún más deprisa. Tanto que si Lana hubiera abierto los ojos, se habría mareado. Jose la besaba tan dulce y a la vez apasionadamente que le estaba haciendo sentir cosas que jamás había experimentado antes. Cada roce de sus carnosos labios, la hacía estremecer. Jugaban, se acariciaban con los labios, soñaban juntos. Acababan de crear una dimensión propia, una burbuja a su alrededor en la que sólo existían ellos. Nadie más. Nada más. Él. Ella. Y aquel beso.

Sin embargo, el momento se rompió cuando Lana se alejó de Jose.

- Lo siento, Jose.

- ¿El qué sientes? –preguntó el chaval extrañado y divertido a la vez.

- Esto. Debo de ser la peor persona del mundo. El mismo día en el que hace un año desde la muerte de mi exnovio, beso a mi mejor amigo. Soy incorregible.

- Reconozco que soy irresistible –bromeó Jose-. Vamos, vamos. No pasa nada –dijo abrazándola-. Y bien, ¿de qué te apetece hablar? –preguntó sonriendo el chaval.

Lana lo miró y sonrió, feliz de la capacidad que Jose tenía para llenarla por dentro de aquella manera. Empezaron a hablar de música y acabaron entretejiendo varias conversaciones hasta que se hizo muy tarde. Era ya de madrugada cuando Lana se percató de cómo de rápido se le había pasado el tiempo.

- ¡Ahí va! Si son las dos de la madrugada –exclamó mirando a Jose-. Ya no tienes forma de volver a casa. ¿Qué vas a hacer?

El chico meditó un rato antes de contestar.

- ¿Puedo quedarme a dormir? Aunque sólo sea esta noche.

- ¡Por supuesto! –le dijo Lana sonriendo ampliamente-. Perdona mi falta de hospitalidad. Además, puedes quedarte aquí cuando quieras. Sólo que tendrás que dormir conmigo, porque el colchón de la única cama libre está destrozado y es imposible dormir ahí. Si no te importa eso de dormir conmigo…

- ¿Te importa a ti? –la chica como toda respuesta levantó una ceja -. Está bien, de todas formas tranquila, que no haré nada.

Los dos se rieron y se echaron en la cama, desde donde observaron las estrellas que parecían por la ventana de la habitación de Lana. Discutieron largo rato sobre mitología griega y las constelaciones y acabaron por dormirse acurrucados el uno en el otro.

Era una noche que siempre recordarían ambos.

domingo, 5 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 12: UNA NOCHE MAGNÍFICA.

- Ha sido una noche magnífica, ¿no crees? –comentó Lana, sonriente, echada en uno de los sofás del salón de casa.

Hacía unos minutos que habían vuelto de estar con el resto de sus amigos. Lana no podía dejar de pensar en Jose. Sin saber muy bien porqué, le parecía un chico fascinante. Además era considerablemente atractivo, al menos para su gusto. Sonrió al recordarle. Tenía una voz tan penetrante y profunda como su mirada. Lana había descubierto que no era capaz de mirar al chaval a los ojos, pues tenía la certeza de que el chico descubriría en ellos todas las dudas y las impresiones que se acumulaban en su corazón acelerado.

- Sí, no ha estado mal –respondió Eli, tumbada en el otro sofá. La chica de oscuros ojos marrones se incorporó y miró inquisitivamente a Lana-. Sobre todo para ti, ¿verdad, Lana?

- No seas idiota, no sé a qué te refieres –contestó Lana sonrojándose por completo y lanzando un cojín a Eli, que lo paró a tiempo.

- Claro que lo sabes, por eso te pones nerviosa y roja como un tomate en cuanto insinúo algo al respecto –aseguró Eli riéndose y señalando a Lana-. ¿Qué te ha parecido Jose? Has estado gran parte de la noche hablando con él. Y era increíble la forma en la que te observaba. Así que, ¿qué te parece?

Lana sonrió pero no sabía qué contestar. En realidad lo que no sabía era si debía decir lo que pensaba. Jose le parecía un chico interesante, algo misterioso, encantador, muy inteligente… Con él se podía hablar de cualquier cosa, como había descubierto aquella misma noche. Estando con él se sentía completamente cómoda y segura. Cada vez que la miraba, el corazón de Lana se aceleraba. Era una sensación extraña. Y, sin embargo, deseaba pasar más y más tiempo con él, intercambiando opiniones, conociéndolo más y más.

Pero le daba miedo todo esto que sentía. Estaba aterrada ante la posibilidad de enamorarse de él. Además, sería un amor en vano puesto que él jamás se fijaría en ella. No merecía a alguien como Lana, sino a otra persona capaz de estar a su altura, capaz de compartir con él todos y cada uno de sus gustos y opiniones, alguien con quien pudiese hablar infinitas horas sin aburrirse. Y Lana tenía la completa seguridad de que ella no era esa persona. A pesar de que apenas conocía a Jose, la muchacha no podía evitar sentirse abatida y triste cuanto más segura estaba de que el chico no era para ella.

- Me cae muy bien. Es un chaval muy agradable y su inteligencia es increíble. Me dejaba boquiabierta con cada palabra que decía esta noche. Me ha sorprendido gratamente. Claro que, al ser amigo de Fabián, no podía ser para menos. Tiene que ser un buen tío.

- ¡Ajá! Así que “un buen tío”, ¿eh? Lana, a ti te gusta –la aludida abrió la boca para replicar, pero Eli la calló con un gesto de su mano, indicando que aún no había terminado de hablar-. Ya sé que llevas mucho tiempo sin estar con nadie, y entiendo que sea muy difícil para ti. Pero debes seguir, Lana. Lo de Dani ya queda muy atrás, formando parte del pasado y de un hermoso recuerdo. Por favor, no te cierres a volver a sentir eso por alguien.

- ¿Puedo hablar ya? –preguntó Lana y Eli asintió, sonriendo-. Bien. En primer lugar, Jose es un chico encantador y, como ya te he dicho hace unos segundos, me cae muy bien. Pero no le conozco lo suficiente y no puede gustarme de la manera que estás pensando. Además, yo no me cierro a nada. Dani ha quedado, como tú dices, muy lejos y ahora soy otra persona. Simplemente no he encontrado a nadie que me haga sentir lo que sentía por Ale… Dani.

Lana se maldijo a sí misma. Alehl. Una vez más. Siempre ahí, en su cabeza loca, dando vueltas por sus pensamientos. Debía olvidarlo de una vez por todas. Si él no había vuelto ya, significaba que no iba a volver. Hacía ya muchos meses que no sabía nada de aquel chico que tanto le había ayudado en sus momentos más bajos, por lo que ya había perdido toda esperanza de volver a verle. La había abandonado. Lana le había perdido, como había perdido a Dani. Y había sido muy duro mantener las formas y hacer como si nada hubiera pasado, porque no podía contarle a nadie que se había enamorado de un ser incorpóreo, que no tenía cabida en aquel mundo. Alehl. ¡Cuánto lo echaba de menos! Pero el no estaba. Ya había sido suficiente. Quizás Eli tenía toda la razón y Lana se estaba cerrando en banda a volver a sentir amor por algún chico. Por eso, tenía que intentar ser feliz. Como fuera. Con quién quiera que fuera que la hiciese sentir cómoda y, simplemente, en paz.

La imagen de Jose volvió a su mente y Lana sonrió, decidida a dejarle abierta la puerta de su corazón, por si acaso.

- Bueno, pues allá tú. Pero puede que estés perdiendo una oportunidad única de conocer a alguien que te llene como debería. Que sepas que te arriesgas a que…

- Vale, vale. Lo reconozco –Elisa la miró sin comprender del todo lo que quería decir Lana-. Jose me ha gustado muchísimo. Pero no sé qué pasará.

- Sólo es cuestión de tiempo –contestó Eli, guiñándole un ojo-. Nada más que por la forma en la que te miraba, te aseguro que sólo hay que dejar pasar el tiempo.

Lana no contestó y se sumió en sus propios pensamientos. Poco después anunció a Eli que se iba a dormir y que ya mañana harían nuevos planes.

viernes, 3 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 11: IMPRESIONES

En el pub le pagaban bastante bien.

A pesar de haber sido abierto hacía poco, Alehl se había esforzado durante toda la semana haciendo turnos extras para que le pagasen lo máximo posible. Y el jefe del local estaba muy contento con su trabajo. Aquel chico tenía un encanto natural y son su sonrisa y amabilidad hacía que los clientes regresasen todos los días, casi siempre con nuevos acompañantes que descubrían al simpático camarero. Su jefe había sido algo escéptico cuando Alehl le prometió trabajar incansablemente para que sus clientes estuvieran orgullosos. Sin embargo, poco después había quedado sorprendido ante la facilidad con la que el chico estaba cumpliendo su promesa. Prometer siempre era fácil, cumplir lo que se prometía era lo realmente difícil, pero el chico lo estaba haciendo.

Hasta hacía poco, Alehl nunca había visto a Lana ni a ninguno de sus amigos pasar por aquel local. Pero, hacía un par de días, unos conocidos de la muchacha habían estado allí, charlando en la terraza y el chaval había congeniado muy bien con todos, sobre todo con las chicas. Tras este encuentro, el chico había decidido cortarse el pelo y ponerse lentillas verde esmeralda para que reconocerlo fuera más difícil. Por si acaso Lana pasaba por allí.

Era una noche especialmente movida. Estaban teniendo muchos clientes. Alehl tuvo que bajar al almacén para recoger algunas cajas de refrescos y por eso su compañero atendió a Lana, a Eli y a Luis. Natalia, una de las amigas de Luis, entró poco después para pedir un refresco y se encontró con ellos. Estuvieron charlando un rato junto a la barra hasta que fueron atendidos. Después salieron de nuevo a la terraza.

Y justamente entonces, cuando ya se cerraba la puerta, Alehl pasó por detrás de la barra, llevando consigo un par de cajas de botellas de refresco.

- Tío, hoy ha venido gente nueva –le dijo tu compañero entusiasmado.

- No me digas. ¿Y qué tal? –preguntó Alehl sonriente.

- Pues muy bien. Había una chica muy… No sé. Es difícil describirla. Apenas hablé con ella, pero su sonrisa era preciosa.

- Marcos, creo que te has enamorado.

- ¡Qué dices, chaval! –respondió el muchacho, divertido-. Si la vieras con tus propios ojos me darías la razón. Ven, mira por aquí. Es esa que está ahí, la de blanco y negro.

Alehl se asomó por el hueco que le indicaba Marcos y observó a la chica que éste le había indicado. Era Lana. Iba vestida con un pantalón negro, algo ajustado, y una camiseta blanca. Su pelo estaba suelto, permitiendo que la suave brisa lo acariciara. Estaba preciosa.

El chico se alejó del hueco, entristecido por aquella sensación de tenerla tan cerca y a la vez tan lejos. Sin embargo, sabía que aún no había llegado el momento de dejarse ver. Aún no. Echó un último vistazo a la chica. Estaba algo cambiada. Fue consciente entonces de que el tiempo en la Tierra había pasado más deprisa que allí arriba, aunque no sabía exactamente cuánto tiempo exactamente. Frunció el ceño y volvió de nuevo al trabajo.

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Lana estaba pasándolo genial. Charlaban sobre escritores del siglo veinte que les habían causado impresión. Entre estos debates literarios de vez en cuando se colaba algún comentario sobre alguna experiencia vivida por alguno de ellos. Las carcajadas se sucedían una tras otra en el grupo de amigos.

- Por cierto, ¿habéis visto al camarero? –preguntó Natalia a Eli y Lana.

- Sí, es un chaval normal –comentó Eli, encogiéndose de hombros.

- ¿Normal? Es de todo menos normal. Es guapísimo. Y esos ojazos verdes…

- Espera, espera –la interrumpió Lana-. El que nos ha atendido a nosotras era moreno y tenía los ojos marrones.

- ¿Ah, sí? Pues entonces no estamos hablando del mismo. Yo me refiero a un chaval alto, con el pelo corto y unos ojos verdes increíbles.

Las otras dos chicas comenzaron a reírse y dijeron que no lo habían visto pero que estarían atentas.

En aquel momento llegó un amigo de Fabián, otro chico del grupo. Tras saludarse efusivamente y comentar algo entre ellos, Fabián procedió a presentárselo al resto de su grupo de amigos.

- Mirad, chicos, éste es Jose. Está estudiando lo mismo que yo, es decir, Filosofía, y es un buen amigo.

El chico que acababa de ser presentado saludó primero con la mano y después comenzó a saludar a los allí presentes uno por uno, estrechando la mano de los chicos y dando dos besos a las chicas.

“Es un chico interesante”, fue lo primero que pudo pensar Lana. Era bastante más alto que ella. Su largo cabello negro y completamente liso, caía sobre sus hombros hasta llegar más allá de la mitad de la espalda. Sus ojos eran de un bonito color marrón miel y sus labios considerablemente carnosos. Vestía una camiseta de color gris oscuro y unos vaqueros holgados. Tenía un toque atractivo.

- Encantado –dijo sonriendo al saludar a Lana.

-Igualmente –respondió la chica, devolviéndole una sonrisa deslumbrante.

Las conversaciones continuaron su curso y los chicos siguieron riendo y comentando sus impresiones acerca de ciertos grupos de música o algunas obras de arte del Renacimiento.

Lana miró a Jose, distraídamente. Era algo misterioso, pero le provocaba una atracción inevitable. Quería saber más y más de él. Ahora estaba sentado junto a los chicos, que también querían saber más de él. Por otro lado, las chicas hablaban sobre su futuro, las carreras que cada una estaba haciendo y otros asuntos que en aquel momento no interesaban a Lana.

Jose sonrió y, al levantar la vista, clavó sus ojos almendrados en Lana. La muchacha entendió qué era lo que le gustaba tanto de él. Era su forma de mirar. Daba la sensación de que el chaval la traspasaba con su mirada. Resultaba algo confuso.

Lana bajó la mirada enseguida, algo azorada, y se unió a la conversación de sus amigas, que ya reclamaban su atención. Eli la miró, miró a Jose, que ya había vuelto a enfrascarse en una conversación filosófica en la que intentaba contradecir a Luis; y sonrió, comprendiendo lo que le ocurría a Lana.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 10: LA CAÍDA.

Lana se despertó bruscamente.

Enseguida miró a su lado para comprobar que estaba sola. Así era. No había nadie más en la habitación. Respiró algo más tranquila y se volvió a echar en la cama. Se acurrucó y cogió el móvil para mirar qué hora era. El cielo aún estaba oscuro. Eran las cuatro y media de la madrugada. Soltó el móvil y cerró los ojos para volver a conciliar el sueño.

Le costaba mucho más dormir desde que Alehl se había separado de su lado, y de eso hacía ya varios meses. Cada vez que recordaba al chico, pensaba para sí misma “te quiero” y eso le hacía sentir mucho mejor. Aún así, estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para pensar lo menos posible en él. Sin embargo, se sentía extrañamente sola. Tenía varios amigos con los que se divertía, lo pasaba muy bien, charlaba sobre asuntos de la Universidad en la que estudiaban, compartían impresiones y proyectos para el futuro, y hacían mil planes.

Era feliz. Pero algo faltaba en su vida. Y ese algo era Alehl.

Aquella tarde había quedado con sus compañeros y amigos para salir a dar un paseo por la ciudad y tomar algo en alguna terraza. El sofocante calor que el verano traía consigo resultaba asfixiante, pero en compañía de buenos amigos, siempre parecía mucho más soportable.

Lana suspiró, puso música en su portátil y se entretuvo leyendo su libro favorito. Lo habría leído ya más de diez veces, pero nunca se cansaba de revivir aquella historia, llena de emoción y momentos tan increíbles. Debía reconocer que aquel libro era un pequeña debilidad, pero era también su refugio, su vía de escape para olvidarse de la realidad y dejarse llevar por la infinidad de sueños que albergaba su alma.

Leyendo y escuchando aquella música que le resultaba tan relajante, el tiempo pasó volando. Cuando ya fueron aproximadamente las ocho de la mañana, Lana comenzó a vestirse para bajar a desayunar.

La mañana transcurrió con normalidad. Era sábado y no tenía clases. Así que dedicó el día a limpiar la casa con Elisa y a hacer apuntes de las asignaturas más difíciles. A las siete bajó un rato al salón para despejarse. Elisa estaba allí, descansando también mientras veía una película en la televisión.

- Hola –la saludó Lana.

- ¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas?

- Fatal. Estoy agobiada y agotada. Ya por hoy no puedo más.

- Pero te vienes ahora después a dar una vuelta con los chicos, ¿no? –le preguntó Elisa.

- ¡Claro! Cuando pase un rato subiré a vestirme y a arreglarme para salir. ¿Sabes a dónde vamos a ir?

Elisa se encogió de hombros.

- La verdad es que no lo sé. Luis me dijo algo sobre un nuevo pub que han abierto cerca del paseo marítimo. Creo que iremos allí esta noche, a ver qué tal está.

- ¡Genial! –exclamó Lana, entusiasmada por salir de casa tras un duro día de estudio y limpieza-. Tengo ganas de salir, así me despejo un poco. Porque vaya día… ¿Tú qué tal vas con los apuntes? Yo voy retrasadísima. No creo que me de tiempo a terminarlo todo antes de los exámenes.

- Pues yo estoy igual que tú. Pero es que me ha llamado Luis y hemos estado hablando durante una hora y media –confesó Eli sonrojándose-. Y después de eso ya no tenía ganas de seguir estudiando. Así que me he venido aquí, con el aire acondicionado. Porque es imposible estar en mi habitación con el calor que hace.

- Dímelo a mí –respondió Lana-. He abierto la ventana, echando las persianas un poco para que tampoco entre demasiado sol, y he puesto el ventilador. Pero aún así hace un calor insoportable. Por eso he bajado ya. No aguantaba más tiempo en mi “sauna”.

Las dos chicas se rieron y charlaron durante un rato sobre las asignaturas de aquel cuatrimestre y algunos asuntos de clase. Después, cada una se fue a su habitación a vestirse.


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¿Dónde estaba?

Alehl se encontraba tumbado sobre la arena mojada de la orilla. Sentía las olas acariciándole los pies y las piernas en su vaivén incesante. Se levantó trabajosamente. Le dolía todo el cuerpo. Miró a su alrededor y vio una playa enorme, llena de pequeñas dunas y delimitada por un pinar que se extendía a lo largo de toda la línea de costa hasta donde se podía observar.

El chico se sentó sobre una pequeña duna y cerró los ojos, tratando de recordar. Poco a poco, sus pensamientos se fueron ordenando y Alehl lo comprendió todo.

Estaba con Lana cuando lo llamaron. Justamente antes de eso se habían besado, aunque Alehl no sabía explicar muy bien cómo lo había conseguido. Llevaba bastante tiempo intentando reunir la energía suficiente para poder ser corpóreo, aunque sólo fuera por unos segundos, y hasta aquel día no lo había conseguido. Quizás la situación había añadido un extra de energía al ambiente que Alehl había sido capaz de canalizar hacia sí mismo.

Después de aquel maravilloso momento, sus Superiores tiraron de él con tanta fuerza que no pudo quedarse con Lana ni un solo segundo más. Al llegar de nuevo a aquel mundo donde todo era etéreo y parecía sumamente irreal, no se sintió cómodo como otras tantas veces. Sabía que le quedaba poco tiempo allí pero, aún así, no conseguía ver en él el hogar que siempre había sido desde el inicio de los tiempos.

Su Superior le esperaba en su despacho, sentado tras aquel enorme escritorio. Sin embargo, no estaba solo, sino que otros dos hombres le acompañaban. En sus miradas se leía claramente la indiferencia cuando Alehl entró tras llamar a la puerta.

- Alehl –lo saludó su Superior con una sonrisa en la cara-. Ya estás aquí. Maravilloso. Casi tenemos que emplear medidas drásticas para traerte, pero me alegra ver que no ha sido necesario.

Alehl no dijo nada. Esperaba de pie, junto a la puerta. Al ver que no contestaba, su Superior prosiguió:

- Estos dos compañeros –dijo señalando a los otros dos hombres, que miraron a Alehl con un destello de desprecio- están aquí para llevarte al lugar donde dejarás de ser tú y te convertirás en un humano. Sólo me queda por decir que siento mucho todo esto y que espero que seas mucho más feliz ahí debajo de lo que lo eres ahora mismo, estando aquí.

Alehl asintió con la cabeza e inmediatamente se encaminó con los dos hombres desconocidos hacia un destino desconocido. Se metió instintivamente la mano en el bolsillo y acarició una pequeña botella de cuarzo que contenía su salvación ante el castigo impuesto.

Llegaron a una pradera se suaves lomas tapizadas por la hierba. Alehl miró a su alrededor, deleitándose con la paz que allí se respiraba.

- ¿Preparado? –inquirió uno de los dos hombres que le acompañaban.

- Sí –contestó Alehl-. Pero antes, desearía mirar atrás por última vez.

El otro hombre, algo indeciso, asintió. Alehl se dio la vuelta e imperceptiblemente sacó de su bolsillo la botellita con la poción.

Se la había dado un viejo amigo, dedicado sólo y exclusivamente a la química. Pero no era una química cualquiera, sino una química a nivel universal. Algo nunca visto entre los humanos. El gran deseo de aquel hombre era crear una poción que devolviera a cualquier humano a la vida, y aún trabajaba en ello sin descanso. Cuando Alehl fue a verle, le suplicó que dedicase un tiempo extra para poder crear la pócima que se encontraba ahora en la pequeña botella de cuarzo. Una poción para fijar los recuerdos al cuerpo de cualquier ser. Incluso de un Protector. Hábilmente lo consiguió tras largas jornadas de trabajo. El único inconveniente, quizás, era que Alehl debía tomar esa poción antes de caer al vacío, un lugar antigravedad, donde se flotaba en una nada desconcertante. Si llegaba a tocar el suelo terrestre antes de haber tomado el brebaje, Alehl perdería la memoria por completo. Así pues, el químico dejó este aspecto muy claro. Alehl lo entendió a la perfección.

Una vez estuvo de espaldas a sus dos acompañantes, el muchacho alzó las dos manos hacia su cara, fingiendo aflicción por dejar el que había sido su hogar desde siempre, y tomó la poción. Inmediatamente la botellita de cuarzo se desvaneció y Alehl sonrió al pensar que habría sido un truco más de su amigo, que tan grande favor le había hecho con algo tan pequeño.

Sin embargo, la sonrisa se esfumó inmediatamente de su cara. Sintió náuseas y tuvo que contenerse muchísimo para no dejarse llevar por ellas. Se dio la vuelta y sonrió con normalidad.

- Preparado –informó a los chicos que esperaban inquietos.

Y, sin más miramientos, fue lanzado al vacío, del que no recordaba nada.

Ahora estaba allí, en aquella playa. Desorientado. Abrió los ojos y echó un vistazo a su alrededor. Una sensación de familiaridad asaltó su mente. Se esforzó de nuevo por recordar y entonces se dio cuenta de que una vez había estado con Lana allí. Era la playa favorita de la chica.

Estaba atardeciendo y Alehl se preguntó qué debía hacer. Entonces decidió que lo primero que debía hacer era buscar un trabajo para poder tener dinero y satisfacer necesidades tan básicas como un alojamiento o para poder pagar su matrícula en la Universidad. Así estaría cerca de Lana.

Con estas ideas tomando forma en su mente, el chaval comenzó a caminar por la playa, hacia la ciudad donde vivía Lana durante el curso, que estaba a punto de comenzar.