lunes, 20 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 16: SAL DE MI VIDA... PARA SIEMPRE.

- No existes.

Lana temblaba violentamente y sus ojos destilaban sentimientos contradictorios: furia, dolor, rabia, cariño, odio, amor.

- Claro que existo. Te dije que volvería contigo.

- ¡No! –gritó la muchacha con los ojos llenos de lágrimas-. Demasiado tarde, Alehl. Es demasiado tarde.

- ¿Demasiado tarde? La concepción del tiempo es muy distinta ahí arriba, ¿sabes? ¡No he podido venir antes!

- ¡Mentira! ¿Crees que no te he visto en mi universidad? No soy idiota. Siempre pensaba que me estaba volviendo loca y me sentía muy mal por tener lo que identificaba como alucinaciones. Tú no existes. ¡Déjame!

Lana echó a correr, pero Alehl la volvió a agarrar por los brazos.

- ¡No! –gritó de nuevo ella, y comenzó a golpear el pecho del chico con los puños.

Intentaba hacerle daño, pero él parecía no sentir apenas los puños cerrados de ella chocando enfurecidamente contra su torso. Lana no paraba de llorar. Cada vez los puñetazos se hicieron más débiles y la chica acabó por agotarse, dejando caer pesadamente sus doloridas manos.

Entonces, Alehl pensó que era el mejor momento para acercarse a ella. Dio un par de pasos hacia Lana, pero esta le advirtió:

- ¡No te acerques! Ni se te ocurra.

- No te entiendo Lana. Estoy cumpliendo mi promesa. No he podido hacerlo antes y me daba muchísimo miedo acercarme a ti desde que descubrí cómo había transcurrido aquí el tiempo. Mientras que aquí han pasado tres meses yo apenas he estado unos días allí arriba. Debes de creerme. Tenía que ver cómo estabas, cómo estaba todo a tu alrededor. Y te veía tan feliz que me daba miedo adentrarme de nuevo en tu vida. Pero estoy aquí y he venido aquí para algo, por algo. Por ti. Porque te lo prometí. ¿Tanto te cuesta creerme?

- Sí –replicó Lana, alterada-. Tienes… tienes que entender que eso no es suficiente. Yo… ¡no puedo volver atrás! ¿Es que no lo entiendes? La Lana que tú conociste quedó muy atrás. En estos meses he estado sola, sin ti, y he sobrevivido. Puedo hacerlo. No te necesito. Tú me dejaste.

- Pero… -Alehl no sabía qué decir-. Lana, no estás siendo justa conmigo. Si me lo pides, desapareceré para siempre de tu vida. Me iré y no me acercaré jamás a ti. Pero necesito que me lo digas, que me mires a los ojos y esas palabras salgan de tus labios. Y… también quiero que me digas por qué. Qué he hecho para que me trates así. He tardado, sí, pero aquí estoy. Y te encuentro así: despechada, desagradecida, sin ganas de verme siquiera. Para mí es doloroso, ¿sabes?

Lana dudaba. Su mente estaba hecha un auténtico lío. No sabía qué hacer. Precisamente en ese momento la imagen de Jose pasó por su cabeza. En un acto reflejo, Lana frunció el entrecejo. Acababa de verlo todo más claro que antes. Alzó la cabeza con los ojos aún húmedos y se acercó a Alehl. El chico sonrió, pensando que Lana había cambiado de opinión. Pero no.

- Quiero que te vayas –dijo fríamente Lana.

- Lana, por favor…

- Me pediste que si lo sentía, te lo dijera así, mirándote a los ojos. Y es lo que estoy haciendo. Vete, Alehl. No quiero verte. Déjame como me dejaste la otra vez. Sal de mi vida… Para siempre.

- Sabes que lo hice por ti –dijo el chico, sintiendo cómo sus hermosos ojos se llenaban de lágrimas-. Lo sabes. Aunque ahora sea más fácil para ti no aceptarlo. Está bien. Pero quiero que sepas que no te voy a echar nada en cara. Se ve que no debí apostar por ti. Eso es todo. Ahora me iré. Y no querré saber nada más de ti. Nunca. Cuando vuelvas, yo no estaré. Cuando me llames, no apareceré. Adiós, Lana

Y, dándose media vuelta, Alehl emprendió el camino hacia la casa que tenía alquilada a medias con su compañero de trabajo. El viento azotaba con más fuerza que antes y anunciaba lluvia. En efecto, unos minutos después empezó a llover. Alehl se sentó sobre un pequeño muro y se encogió sobre sí mismo, dejando que la lluvia lo empapara. Pero no sentía frío, aunque tiritaba; no sentía dolor, aunque se sentía estúpido y sabía que nada había merecido la pena.

Los relámpagos hacían que el cielo se estremeciera.

Cuando la tormenta cesó, Alehl se levantó, con el agua cayendo sobre sus delicadas facciones, y sacudió la cabeza, para secar un poco el pelo. Acto seguido, se secó un poco la cara y decidió que si Lana había reemprendido su vida, él también podría hacerlo. Y lo haría. Se había equivocado una vez, pero no se equivocaría nunca más. No volvería a amar a nadie. Porque no había en el mundo nadie como Lana. Y porque ya le habían roto el corazón y no deseaba volver a sentir esa impotencia. Ese terrible dolor, tan enorme y tan bestial que no podía expresar con palabras.

Era un auténtico estúpido. Lo había dado todo por ella. Lo había dejado todo. Todo. Por ella. Para nada. Lana no había sido para nada justa con él. Aunque si ha actuado así, pensó Alehl para sí mismo, será que realmente no me quiere como yo a ella. Este pensamiento añadía más dolor a su alma. Así que, sin pensarlo más, sacudió la cabeza y decidió que mañana amanecería de nuevo. Y que, ya que había sido castigado a estar en aquel mundo, iba a intentar ser feliz con todas sus fuerzas.

Al llegar a casa, vio que su amigo estaba en el salón, viendo una película con una chica. Alehl sonrió y subió las escaleras hasta su habitación sin hacer ruido para no molestarlos más de lo necesario.

Al llegar a la habitación se desnudo por completo y se dirigió al cuarto de baño para tomar una ducha de agua ardiendo. Después, se sintió mucho más relajado y, de repente, agotado. Se dejó caer en la cama tras ponerse el pijama y, en cuestión de segundos, se quedó profundamente dormido.

Soñó con Lana. Con un beso que había ocurrido tiempo atrás. Con Enviados, Protectores, Protegidos, Superiores… Cosas sin sentido en aquel mundo, al fin y al cabo.

Nada importaba ya.

viernes, 10 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 15: TÚ...

Los días pasaban monótonos.

Hacía más de una semana que Lana no veía a Jose, pues acababa de comenzar el nuevo curso y estaba muy ocupada preparando todo el material y los apuntes necesarios. Apenas salía de casa, iba de la facultad a casa y de casa a la facultad. No hacía nada más.

Caminaba por los pasillos vacíos de la facultad. Había ido a buscar a un profesor tras una larguísima tarde de prácticas, pero no se encontraba en su despacho y ahora Lana bajaba las interminables escaleras para volver a casa.

Hacía frío cuando salió a la calle, así que cogió su abrigo y se lo puso. Acto seguido colocó adecuadamente un largo pañuelo rojo rodeando su cuello, para proteger la garganta del incesante y gélido viento.

Se encaminó por el enrevesado camino que llevaba desde la puerta de la universidad hasta el autobús. Mientras esperaba sentada en la parada se puso los auriculares de su mp3 y dejó que la música la inundara por completo, dejándose llevar. No era una música comercial ni relajante. Era una música violenta, desgarradora, brusca, dura. Pero a Lana en aquellos días le resultaba extremadamente relajante. Sin saber muy bien por qué, se identificaba con ella. Se sentía últimamente muy violenta y agresiva, aunque trataba de ocultarlo ante los demás, porque ellos no tenían la culpa de aquellos turbios sentimientos que anidaban en el corazón de Lana.

Ya era muy tarde y la noche había caído sobre la ciudad. Resultaba inquietante estar sola en aquella parada de autobús, en medio de la oscuridad, sola. Comenzó a pensar en algo que leyó una vez en un libro, algo sobre la muerte. Recordó la escena que se había forjado en su mente a raíz de aquellas palabras y se descubrió preguntándose a sí misma qué era la muerte. Se imaginó un enorme perro negro, que miraba a sus víctimas con inquietantes y mortíferos ojos oscuros como esa misma noche. También imaginó una sombra rápida y letal que se esforzaba para alcanzar a aquellos a los que había llegado el momento antes de que éstos advirtieran su presencia. Otra nueva imagen se estaba formando en su mente cuando apareció el autobús.

Lana subió, distraídamente y se sumió de nuevo en sus pensamientos, siempre acompañados por aquella música oscura y violenta.

Al llegar a la parada en la que tenía que bajar, Lana vislumbró una sombra que esperaba al autobús, o al menos eso parecía. Cuando Lana se deslizó hasta la acera pudo ver que el chaval que esperaba en la parada no había subido al autobús. Se encogió de hombros, apagó la música y se encaminó a casa.

Apenas había dado dos o tres pasos cuando una voz familiar resonó en sus oídos.

- Yo también me alegro de verte.

Lana hizo un gran esfuerzo para no darse la vuelta y se convenció a sí misma de que lo había imaginado. Pero el chico que estaba en la parada… Siguió andando por la calle, haciendo caso omiso de la idea que se estaba forjando en su mente. El corazón latía descontrolado. No podía ser posible.

Cuando menos lo esperaba, sintió que la cogían por el brazo para detenerla.

- ¡Eh! Déjame en…

Lana no pudo terminar la frase. Las palabras quedaron congeladas en sus labios cuando, al levantar la vista, vio al chico que la había tomado por el antebrazo. El cabello castaño algo más corto de lo que Lana podía recordar. Los ojos, antes verdeazulados, eran ahora totalmente verdes. Pero aquella forma de mirar y aquellos rasgos seguían siendo los mismos. Estaba algo más delgado y más alto de lo que Lana recordaba, pero no cabía duda.

El chaval estaba frente a ella. Mirándola emocionado. Esperando algún tipo de reacción por parte de ella. Había pasado muchísimo tiempo. Varios meses. Lana no lo habría reconocido a menos que lo hubiese visto como lo estaba viendo ahora, tan cerca.

De repente, la chica recordó que días antes, en la cafetería de la facultad le había parecido ver a un chico muy parecido a alguien que conocía. Inmediatamente había sacudido la cabeza y se había convencido a sí misma de que eran sólo imaginaciones suyas, malas pasadas que le jugaba su subconsciente. Pero ahora estaba allí. Existía de verdad. Y estaba observándola, esperando algo.

Lana no podía articular palabra. El corazón parecía a punto de salírsele del pecho. Se sentía algo mareada. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? Él no existía. No existía. No.

- Tú… -es todo lo que pudo decir la chica, mientras transformaba su expresión sorprendida por una mueca del odio más absoluto.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 14: AMANECER

Lana abrió los ojos.

Los rayos del Sol entraban suavemente por la ventana, desterrando la oscuridad de la noche y abriendo paso a un nuevo día.

Sintió que la observaban y se giró despacio para mirar a la persona que estaba a su lado. Jose le dirigía una mirada intensa desde sus preciosos ojos marrones, con la cabeza apoyada sobre una mano. Cuando Lana lo miró, el chico sonrió y se inclinó para darle un beso en la frente.

- Buenos días –saludó Jose ensanchando aún más su sonrisa.

- Es la primera vez que me despierto así con alguien –contestó ella, algo azorada.

- ¿Así? ¿A qué te refieres?

- No sé. Es raro. Es diferente –hubo un silencio algo extraño, pero Lana continuó hablando-. ¿Has dormido bien?

- Sí –le respondió Jose, mirándola con ternura-. ¿Sabes que estás preciosa cuando acabas de despertar?

- ¡Anda ya! Estoy horrible siempre cuando despierto –exclamó Lana, sonrojándose y arreglándose un poco el pelo.

- Ni hablar.

- Y tengo muy mal humor –añadió la chica.

- Si quieres yo te lo quito –le contestó Jose con una sonrisa pícara.

Lana lo miró, algo confundida. La noche anterior se habían besado, pero no sabía qué significaba eso. No tenía por qué significar nada, se dijo Lana a sí misma, pero en realidad, ansiaba repetirlo. O quizás no. Era Jose. ¿En qué estaba pensando? Aquello se le estaba yendo de las manos. Frunció el ceño. No sabía qué contestar ante aquella insinuación. No era capaz de entrever si Jose lo decía en serio o era tan sólo una broma. Prefirió interpretarlo como lo segundo.

- No seas idiota, anda. ¿Qué te apetece desayunar?

- ¿Desayunar? Lana, son las siete de la mañana.

- ¿Y qué?

- Aún no tengo hambre.

- Entonces, ¿qué hacemos?

- No hagamos nada. Observemos el amanecer. Deja que el silencio haga su trabajo.

- Pero… -Jose le acababa de rozar los labios con un dedo para silenciarla.

- Silencio. Sólo silencio. Observa –añadió, señalando hacia la ventana.

Lana tomó una sábana para echársela sobre los hombros. Hacía frío.

Al observar el cielo por la ventana, no pudo evitar sonreír. Era precioso. Jose se acercó más a ella, intuyendo que tenía frío y la muchacha pudo sentir cómo todas las alarmas de su cuerpo reaccionaban. Estaba demasiado cerca. Le pasó un brazo por encima de los hombros, con ademán protector.

- ¿Tienes frío? –escuchó la voz de Jose susurrando en su oído y haciéndola estremecer.

- Ahora no. Estás ardiendo –dijo volviendo la cabeza para mirarlo a los ojos.

- ¿En serio? -rió el chico-. Vaya, ni lo había notado. De todas formas no tengo frío –Jose le devolvió una mirada nuevamente tan intensa que Lana sintió cómo su mente se quedaba en blanco de repente.

Estaban muy cerca. Lana no sabía qué hacer. Deseaba acercarse más, sólo un poco más y rozaría sus labios. Pero, por otro lado, sentía que hacer eso estaba mal y no sabía explicar porqué.

Demasiado tarde. Jose volvió la cabeza hacia otro lado, entendiendo el debate interior de Lana sin necesidad de palabras. Pero Lana ya se había decidido. Con su mano tomó la cara de Jose y la aproximó hacia ella. El chico la miró entre sorprendido y encantado con el gesto. Lana rozó sus labios. De nuevo sintió cómo los párpados caían pesados sobre sus ojos y volvió a rozar, esta vez con más intensidad, los labios de Jose. Éste no tardó en responder a su gesto. La hizo girarse y sentarse sobre él, enredando las piernas de Lana en sus caderas. Se abrazaban, se besaban. El deseo lentamente iba apareciendo. Cada vez los besos eran más apasionados. Cada vez era más urgente sentirse el uno al otro. Las caricias se sucedían sin cesar.

Y entonces Lana paró.

- Lo siento –dijo agachando la cabeza-. No sé qué estamos haciendo. No sé qué pretendemos con esto. Yo…

- Tranquila –susurró Jose, posando un dedo en sus labios de nuevo-. Lo entiendo. Yo tampoco sé muy bien qué estamos haciendo. Sólo sé que es lo que deseo hacer.

- Pero yo… -Lana retiró suavemente el dedo de Jose y se sentó a su lado-. Yo no sé si deseo esto. No estoy segura. Tú eres mi amigo. ¿Y si esto no sale bien? Toda nuestra relación se estropearía.

- Yo no lo permitiría –contestó Jose muy serio.

- No se trata de permitirlo o no permitirlo. Simplemente pasaría. Y yo no quiero perderte. Ya he perdido suficiente en el último año. No puedo dejar que esto se estropee también. ¿Entiendes?

- Perfectamente –respondió Jose, y mientras pronunciaba estas palabras, la sombra de la decepción iluminó sus ojos durante un instante-. Pero has sido tú la que me ha besado.

- Sí –reconoció Lana-. Y aún no entiendo bien porqué. Lo siento.

- No hay nada que sentir –dijo Jose, restándole importancia-. Yo tampoco lo entiendo demasiado, pero no pasa nada –sobre ellos cayó un silencio algo tenso-. Bien, ¿qué hay de ese desayuno?

martes, 7 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 13: UN DÍA PARA RECORDAR.

Sonó el timbre de la puerta.

- Tranquila, Eli, ya voy yo –dijo Lana levantándose de un salto.

Eli estaba estudiando y no deseaba molestarla, pues iba muy retrasada con sus apuntes.

Lana tenía aún los ojos húmedos y las mejillas sonrosadas de haber estado llorando. Hacía un año que había muerto Dani y no había podido evitar sentarse a recordar todos y cada uno de los momentos juntos, lo que la había sumido en un estado de melancolía absoluta. Ya era casi de noche y la chica no había conseguido salir de su pozo de recuerdos en los que, inevitablemente, también incluía a Alehl.

Lo último que esperaba encontrar al abrir la puerta era la sonrisa de Jose, que la saludó efusivamente.

- ¡Hola! –exclamó eufórico, dando un fuerte abrazo a Lana, que ésta agradeció como si fuera un oasis en medio del desierto más infinito-. Pasaba por aquí cerca y he decidido llegarme por tu casa. Me apetecía hablar contigo un rato, ¿te importa? –preguntó aún desde el umbral de la puerta, observando a Lana atentamente-. ¿Te ocurre algo? –le dijo acariciando suavemente con sus dedos la mejilla enrojecida de llorar de la muchacha.

- No –respondió ella apresuradamente, agachando la cabeza y apartándose para dejar que el chico entrara y, de paso, evitar que viera que se había sonrojado tras el breve contacto-. Es sólo que es un mal día. Nada más. Pasa, por favor.

- Está bien –asintió Jose, dedicándole una amplia sonrisa y un beso en la mejilla mientras entraba.

Recibir la visita de Jose hizo que Lana se sintiera mucho mejor. Hacía ya unas semanas que se conocían y la chica se había hecho buena amiga de él. A menudo estaban juntos tanto tiempo como les era posible y discutían sobre varios temas filosóficos, o de actualidad, o históricos, incluso de arte. Se compenetraban a la perfección y parecía que habían nacido para conocerse. Lana no se podía quejar. Era muy feliz con Jose, a pesar de que sólo eran buenos amigos. Pero con eso bastaba.

Tras saludar a Eli brevemente para no distraerla demasiado, los dos jóvenes subieron a la habitación de Lana, donde se encerraron. Una vez dentro, el chico cogió las manos de Lana con cuidado y le preguntó lo que quería saber desde que había entrado por la puerta.

- Lana, ¿vas a contarme que te ocurre?

- No es nada. Es sólo que hoy hace un año desde la muerte de mi exnovio y lo estoy pasando un poco mal. Además me ha dado por recordar y ya ves, estoy un poco de bajón.

- Vaya –murmuró Jose sorprendido-. Debe de ser muy difícil. Pero puedes contar conmigo para lo que sea –añadió de inmediato, apretándole la mano a Lana-. ¿Quieres contármelo?

Lana asintió, agradecida y contó una vez más su historia con Dani. Al finalizar sobrevino en la habitación un pesado silencio, durante el cual, Jose asimiló toda la información recibida.

Ya era de noche y dentro de poco tendría que irse.

- ¿Sabes qué? –comentó Lana.

- Dime

- A veces me comparo con el cristal.

- ¿Con el cristal? –preguntó Jose extrañado.

- Sí –contestó ella divertida y se explicó-. El cristal es en apariencia duro, inquebrantable, frío… Como yo soy algunas veces. Pero en realidad, es muy frágil. Muchísimo. También como yo.

- Eso sí que es poético –rió Jose-. Pero yo nunca dejaré que te rompas –Lana lo miró sorprendida a la vez que agradecida-, ni Eli ni ninguno de los demás. Siempre puedes contar con nosotros. Y, por favor, cuando estés así, cuenta conmigo. ¿De acuerdo? –le preguntó sonriendo y señalándola con un dedo amenazador.

- Sí –asintió Lana sonriendo a su vez.

- ¿Ves? Así estás mucho mejor. Estás preciosa. Eres preciosa.

Lana no sabía qué contestar y simplemente se miraron. Los ojos de Jose clavados en los suyos emitiendo algo que Lana no era capaz de identificar. De repente todo comenzó a dar vueltas, a hacerse borroso. Jose acarició delicadamente la mejilla de Lana y se fue acercando poco a poco. Lana no sabía qué hacer. Deseaba acercarse más a él, pero le daba miedo. ¿Miedo? ¿De qué? De enamorarse de él, comprendió de repente Lana, como lo había estado de Alehl o de Dani. Y temía que Jose también la dejara. Pero en aquel momento su mente trabajaba a demasiada velocidad para asumir todas sus conclusiones. Lana se sentía ingrávida, cada vez más próxima a Jose. Antes de que pudiera darse cuanta, sintió cómo los párpados caían lentamente sobre sus ojos, cerrándolos. Estaba muy nerviosa. ¡Sería tonta! Pero es que en ese momento aquel beso inminente parecía ser el primero. Pudo notar el dulce aliento de Jose sobre sus labios… Y no dudó más. Acortó la distancia que los separaba y unió sus labios a los de él. Todo giraba aún más deprisa. Tanto que si Lana hubiera abierto los ojos, se habría mareado. Jose la besaba tan dulce y a la vez apasionadamente que le estaba haciendo sentir cosas que jamás había experimentado antes. Cada roce de sus carnosos labios, la hacía estremecer. Jugaban, se acariciaban con los labios, soñaban juntos. Acababan de crear una dimensión propia, una burbuja a su alrededor en la que sólo existían ellos. Nadie más. Nada más. Él. Ella. Y aquel beso.

Sin embargo, el momento se rompió cuando Lana se alejó de Jose.

- Lo siento, Jose.

- ¿El qué sientes? –preguntó el chaval extrañado y divertido a la vez.

- Esto. Debo de ser la peor persona del mundo. El mismo día en el que hace un año desde la muerte de mi exnovio, beso a mi mejor amigo. Soy incorregible.

- Reconozco que soy irresistible –bromeó Jose-. Vamos, vamos. No pasa nada –dijo abrazándola-. Y bien, ¿de qué te apetece hablar? –preguntó sonriendo el chaval.

Lana lo miró y sonrió, feliz de la capacidad que Jose tenía para llenarla por dentro de aquella manera. Empezaron a hablar de música y acabaron entretejiendo varias conversaciones hasta que se hizo muy tarde. Era ya de madrugada cuando Lana se percató de cómo de rápido se le había pasado el tiempo.

- ¡Ahí va! Si son las dos de la madrugada –exclamó mirando a Jose-. Ya no tienes forma de volver a casa. ¿Qué vas a hacer?

El chico meditó un rato antes de contestar.

- ¿Puedo quedarme a dormir? Aunque sólo sea esta noche.

- ¡Por supuesto! –le dijo Lana sonriendo ampliamente-. Perdona mi falta de hospitalidad. Además, puedes quedarte aquí cuando quieras. Sólo que tendrás que dormir conmigo, porque el colchón de la única cama libre está destrozado y es imposible dormir ahí. Si no te importa eso de dormir conmigo…

- ¿Te importa a ti? –la chica como toda respuesta levantó una ceja -. Está bien, de todas formas tranquila, que no haré nada.

Los dos se rieron y se echaron en la cama, desde donde observaron las estrellas que parecían por la ventana de la habitación de Lana. Discutieron largo rato sobre mitología griega y las constelaciones y acabaron por dormirse acurrucados el uno en el otro.

Era una noche que siempre recordarían ambos.

domingo, 5 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 12: UNA NOCHE MAGNÍFICA.

- Ha sido una noche magnífica, ¿no crees? –comentó Lana, sonriente, echada en uno de los sofás del salón de casa.

Hacía unos minutos que habían vuelto de estar con el resto de sus amigos. Lana no podía dejar de pensar en Jose. Sin saber muy bien porqué, le parecía un chico fascinante. Además era considerablemente atractivo, al menos para su gusto. Sonrió al recordarle. Tenía una voz tan penetrante y profunda como su mirada. Lana había descubierto que no era capaz de mirar al chaval a los ojos, pues tenía la certeza de que el chico descubriría en ellos todas las dudas y las impresiones que se acumulaban en su corazón acelerado.

- Sí, no ha estado mal –respondió Eli, tumbada en el otro sofá. La chica de oscuros ojos marrones se incorporó y miró inquisitivamente a Lana-. Sobre todo para ti, ¿verdad, Lana?

- No seas idiota, no sé a qué te refieres –contestó Lana sonrojándose por completo y lanzando un cojín a Eli, que lo paró a tiempo.

- Claro que lo sabes, por eso te pones nerviosa y roja como un tomate en cuanto insinúo algo al respecto –aseguró Eli riéndose y señalando a Lana-. ¿Qué te ha parecido Jose? Has estado gran parte de la noche hablando con él. Y era increíble la forma en la que te observaba. Así que, ¿qué te parece?

Lana sonrió pero no sabía qué contestar. En realidad lo que no sabía era si debía decir lo que pensaba. Jose le parecía un chico interesante, algo misterioso, encantador, muy inteligente… Con él se podía hablar de cualquier cosa, como había descubierto aquella misma noche. Estando con él se sentía completamente cómoda y segura. Cada vez que la miraba, el corazón de Lana se aceleraba. Era una sensación extraña. Y, sin embargo, deseaba pasar más y más tiempo con él, intercambiando opiniones, conociéndolo más y más.

Pero le daba miedo todo esto que sentía. Estaba aterrada ante la posibilidad de enamorarse de él. Además, sería un amor en vano puesto que él jamás se fijaría en ella. No merecía a alguien como Lana, sino a otra persona capaz de estar a su altura, capaz de compartir con él todos y cada uno de sus gustos y opiniones, alguien con quien pudiese hablar infinitas horas sin aburrirse. Y Lana tenía la completa seguridad de que ella no era esa persona. A pesar de que apenas conocía a Jose, la muchacha no podía evitar sentirse abatida y triste cuanto más segura estaba de que el chico no era para ella.

- Me cae muy bien. Es un chaval muy agradable y su inteligencia es increíble. Me dejaba boquiabierta con cada palabra que decía esta noche. Me ha sorprendido gratamente. Claro que, al ser amigo de Fabián, no podía ser para menos. Tiene que ser un buen tío.

- ¡Ajá! Así que “un buen tío”, ¿eh? Lana, a ti te gusta –la aludida abrió la boca para replicar, pero Eli la calló con un gesto de su mano, indicando que aún no había terminado de hablar-. Ya sé que llevas mucho tiempo sin estar con nadie, y entiendo que sea muy difícil para ti. Pero debes seguir, Lana. Lo de Dani ya queda muy atrás, formando parte del pasado y de un hermoso recuerdo. Por favor, no te cierres a volver a sentir eso por alguien.

- ¿Puedo hablar ya? –preguntó Lana y Eli asintió, sonriendo-. Bien. En primer lugar, Jose es un chico encantador y, como ya te he dicho hace unos segundos, me cae muy bien. Pero no le conozco lo suficiente y no puede gustarme de la manera que estás pensando. Además, yo no me cierro a nada. Dani ha quedado, como tú dices, muy lejos y ahora soy otra persona. Simplemente no he encontrado a nadie que me haga sentir lo que sentía por Ale… Dani.

Lana se maldijo a sí misma. Alehl. Una vez más. Siempre ahí, en su cabeza loca, dando vueltas por sus pensamientos. Debía olvidarlo de una vez por todas. Si él no había vuelto ya, significaba que no iba a volver. Hacía ya muchos meses que no sabía nada de aquel chico que tanto le había ayudado en sus momentos más bajos, por lo que ya había perdido toda esperanza de volver a verle. La había abandonado. Lana le había perdido, como había perdido a Dani. Y había sido muy duro mantener las formas y hacer como si nada hubiera pasado, porque no podía contarle a nadie que se había enamorado de un ser incorpóreo, que no tenía cabida en aquel mundo. Alehl. ¡Cuánto lo echaba de menos! Pero el no estaba. Ya había sido suficiente. Quizás Eli tenía toda la razón y Lana se estaba cerrando en banda a volver a sentir amor por algún chico. Por eso, tenía que intentar ser feliz. Como fuera. Con quién quiera que fuera que la hiciese sentir cómoda y, simplemente, en paz.

La imagen de Jose volvió a su mente y Lana sonrió, decidida a dejarle abierta la puerta de su corazón, por si acaso.

- Bueno, pues allá tú. Pero puede que estés perdiendo una oportunidad única de conocer a alguien que te llene como debería. Que sepas que te arriesgas a que…

- Vale, vale. Lo reconozco –Elisa la miró sin comprender del todo lo que quería decir Lana-. Jose me ha gustado muchísimo. Pero no sé qué pasará.

- Sólo es cuestión de tiempo –contestó Eli, guiñándole un ojo-. Nada más que por la forma en la que te miraba, te aseguro que sólo hay que dejar pasar el tiempo.

Lana no contestó y se sumió en sus propios pensamientos. Poco después anunció a Eli que se iba a dormir y que ya mañana harían nuevos planes.

viernes, 3 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 11: IMPRESIONES

En el pub le pagaban bastante bien.

A pesar de haber sido abierto hacía poco, Alehl se había esforzado durante toda la semana haciendo turnos extras para que le pagasen lo máximo posible. Y el jefe del local estaba muy contento con su trabajo. Aquel chico tenía un encanto natural y son su sonrisa y amabilidad hacía que los clientes regresasen todos los días, casi siempre con nuevos acompañantes que descubrían al simpático camarero. Su jefe había sido algo escéptico cuando Alehl le prometió trabajar incansablemente para que sus clientes estuvieran orgullosos. Sin embargo, poco después había quedado sorprendido ante la facilidad con la que el chico estaba cumpliendo su promesa. Prometer siempre era fácil, cumplir lo que se prometía era lo realmente difícil, pero el chico lo estaba haciendo.

Hasta hacía poco, Alehl nunca había visto a Lana ni a ninguno de sus amigos pasar por aquel local. Pero, hacía un par de días, unos conocidos de la muchacha habían estado allí, charlando en la terraza y el chaval había congeniado muy bien con todos, sobre todo con las chicas. Tras este encuentro, el chico había decidido cortarse el pelo y ponerse lentillas verde esmeralda para que reconocerlo fuera más difícil. Por si acaso Lana pasaba por allí.

Era una noche especialmente movida. Estaban teniendo muchos clientes. Alehl tuvo que bajar al almacén para recoger algunas cajas de refrescos y por eso su compañero atendió a Lana, a Eli y a Luis. Natalia, una de las amigas de Luis, entró poco después para pedir un refresco y se encontró con ellos. Estuvieron charlando un rato junto a la barra hasta que fueron atendidos. Después salieron de nuevo a la terraza.

Y justamente entonces, cuando ya se cerraba la puerta, Alehl pasó por detrás de la barra, llevando consigo un par de cajas de botellas de refresco.

- Tío, hoy ha venido gente nueva –le dijo tu compañero entusiasmado.

- No me digas. ¿Y qué tal? –preguntó Alehl sonriente.

- Pues muy bien. Había una chica muy… No sé. Es difícil describirla. Apenas hablé con ella, pero su sonrisa era preciosa.

- Marcos, creo que te has enamorado.

- ¡Qué dices, chaval! –respondió el muchacho, divertido-. Si la vieras con tus propios ojos me darías la razón. Ven, mira por aquí. Es esa que está ahí, la de blanco y negro.

Alehl se asomó por el hueco que le indicaba Marcos y observó a la chica que éste le había indicado. Era Lana. Iba vestida con un pantalón negro, algo ajustado, y una camiseta blanca. Su pelo estaba suelto, permitiendo que la suave brisa lo acariciara. Estaba preciosa.

El chico se alejó del hueco, entristecido por aquella sensación de tenerla tan cerca y a la vez tan lejos. Sin embargo, sabía que aún no había llegado el momento de dejarse ver. Aún no. Echó un último vistazo a la chica. Estaba algo cambiada. Fue consciente entonces de que el tiempo en la Tierra había pasado más deprisa que allí arriba, aunque no sabía exactamente cuánto tiempo exactamente. Frunció el ceño y volvió de nuevo al trabajo.

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Lana estaba pasándolo genial. Charlaban sobre escritores del siglo veinte que les habían causado impresión. Entre estos debates literarios de vez en cuando se colaba algún comentario sobre alguna experiencia vivida por alguno de ellos. Las carcajadas se sucedían una tras otra en el grupo de amigos.

- Por cierto, ¿habéis visto al camarero? –preguntó Natalia a Eli y Lana.

- Sí, es un chaval normal –comentó Eli, encogiéndose de hombros.

- ¿Normal? Es de todo menos normal. Es guapísimo. Y esos ojazos verdes…

- Espera, espera –la interrumpió Lana-. El que nos ha atendido a nosotras era moreno y tenía los ojos marrones.

- ¿Ah, sí? Pues entonces no estamos hablando del mismo. Yo me refiero a un chaval alto, con el pelo corto y unos ojos verdes increíbles.

Las otras dos chicas comenzaron a reírse y dijeron que no lo habían visto pero que estarían atentas.

En aquel momento llegó un amigo de Fabián, otro chico del grupo. Tras saludarse efusivamente y comentar algo entre ellos, Fabián procedió a presentárselo al resto de su grupo de amigos.

- Mirad, chicos, éste es Jose. Está estudiando lo mismo que yo, es decir, Filosofía, y es un buen amigo.

El chico que acababa de ser presentado saludó primero con la mano y después comenzó a saludar a los allí presentes uno por uno, estrechando la mano de los chicos y dando dos besos a las chicas.

“Es un chico interesante”, fue lo primero que pudo pensar Lana. Era bastante más alto que ella. Su largo cabello negro y completamente liso, caía sobre sus hombros hasta llegar más allá de la mitad de la espalda. Sus ojos eran de un bonito color marrón miel y sus labios considerablemente carnosos. Vestía una camiseta de color gris oscuro y unos vaqueros holgados. Tenía un toque atractivo.

- Encantado –dijo sonriendo al saludar a Lana.

-Igualmente –respondió la chica, devolviéndole una sonrisa deslumbrante.

Las conversaciones continuaron su curso y los chicos siguieron riendo y comentando sus impresiones acerca de ciertos grupos de música o algunas obras de arte del Renacimiento.

Lana miró a Jose, distraídamente. Era algo misterioso, pero le provocaba una atracción inevitable. Quería saber más y más de él. Ahora estaba sentado junto a los chicos, que también querían saber más de él. Por otro lado, las chicas hablaban sobre su futuro, las carreras que cada una estaba haciendo y otros asuntos que en aquel momento no interesaban a Lana.

Jose sonrió y, al levantar la vista, clavó sus ojos almendrados en Lana. La muchacha entendió qué era lo que le gustaba tanto de él. Era su forma de mirar. Daba la sensación de que el chaval la traspasaba con su mirada. Resultaba algo confuso.

Lana bajó la mirada enseguida, algo azorada, y se unió a la conversación de sus amigas, que ya reclamaban su atención. Eli la miró, miró a Jose, que ya había vuelto a enfrascarse en una conversación filosófica en la que intentaba contradecir a Luis; y sonrió, comprendiendo lo que le ocurría a Lana.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 10: LA CAÍDA.

Lana se despertó bruscamente.

Enseguida miró a su lado para comprobar que estaba sola. Así era. No había nadie más en la habitación. Respiró algo más tranquila y se volvió a echar en la cama. Se acurrucó y cogió el móvil para mirar qué hora era. El cielo aún estaba oscuro. Eran las cuatro y media de la madrugada. Soltó el móvil y cerró los ojos para volver a conciliar el sueño.

Le costaba mucho más dormir desde que Alehl se había separado de su lado, y de eso hacía ya varios meses. Cada vez que recordaba al chico, pensaba para sí misma “te quiero” y eso le hacía sentir mucho mejor. Aún así, estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para pensar lo menos posible en él. Sin embargo, se sentía extrañamente sola. Tenía varios amigos con los que se divertía, lo pasaba muy bien, charlaba sobre asuntos de la Universidad en la que estudiaban, compartían impresiones y proyectos para el futuro, y hacían mil planes.

Era feliz. Pero algo faltaba en su vida. Y ese algo era Alehl.

Aquella tarde había quedado con sus compañeros y amigos para salir a dar un paseo por la ciudad y tomar algo en alguna terraza. El sofocante calor que el verano traía consigo resultaba asfixiante, pero en compañía de buenos amigos, siempre parecía mucho más soportable.

Lana suspiró, puso música en su portátil y se entretuvo leyendo su libro favorito. Lo habría leído ya más de diez veces, pero nunca se cansaba de revivir aquella historia, llena de emoción y momentos tan increíbles. Debía reconocer que aquel libro era un pequeña debilidad, pero era también su refugio, su vía de escape para olvidarse de la realidad y dejarse llevar por la infinidad de sueños que albergaba su alma.

Leyendo y escuchando aquella música que le resultaba tan relajante, el tiempo pasó volando. Cuando ya fueron aproximadamente las ocho de la mañana, Lana comenzó a vestirse para bajar a desayunar.

La mañana transcurrió con normalidad. Era sábado y no tenía clases. Así que dedicó el día a limpiar la casa con Elisa y a hacer apuntes de las asignaturas más difíciles. A las siete bajó un rato al salón para despejarse. Elisa estaba allí, descansando también mientras veía una película en la televisión.

- Hola –la saludó Lana.

- ¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas?

- Fatal. Estoy agobiada y agotada. Ya por hoy no puedo más.

- Pero te vienes ahora después a dar una vuelta con los chicos, ¿no? –le preguntó Elisa.

- ¡Claro! Cuando pase un rato subiré a vestirme y a arreglarme para salir. ¿Sabes a dónde vamos a ir?

Elisa se encogió de hombros.

- La verdad es que no lo sé. Luis me dijo algo sobre un nuevo pub que han abierto cerca del paseo marítimo. Creo que iremos allí esta noche, a ver qué tal está.

- ¡Genial! –exclamó Lana, entusiasmada por salir de casa tras un duro día de estudio y limpieza-. Tengo ganas de salir, así me despejo un poco. Porque vaya día… ¿Tú qué tal vas con los apuntes? Yo voy retrasadísima. No creo que me de tiempo a terminarlo todo antes de los exámenes.

- Pues yo estoy igual que tú. Pero es que me ha llamado Luis y hemos estado hablando durante una hora y media –confesó Eli sonrojándose-. Y después de eso ya no tenía ganas de seguir estudiando. Así que me he venido aquí, con el aire acondicionado. Porque es imposible estar en mi habitación con el calor que hace.

- Dímelo a mí –respondió Lana-. He abierto la ventana, echando las persianas un poco para que tampoco entre demasiado sol, y he puesto el ventilador. Pero aún así hace un calor insoportable. Por eso he bajado ya. No aguantaba más tiempo en mi “sauna”.

Las dos chicas se rieron y charlaron durante un rato sobre las asignaturas de aquel cuatrimestre y algunos asuntos de clase. Después, cada una se fue a su habitación a vestirse.


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¿Dónde estaba?

Alehl se encontraba tumbado sobre la arena mojada de la orilla. Sentía las olas acariciándole los pies y las piernas en su vaivén incesante. Se levantó trabajosamente. Le dolía todo el cuerpo. Miró a su alrededor y vio una playa enorme, llena de pequeñas dunas y delimitada por un pinar que se extendía a lo largo de toda la línea de costa hasta donde se podía observar.

El chico se sentó sobre una pequeña duna y cerró los ojos, tratando de recordar. Poco a poco, sus pensamientos se fueron ordenando y Alehl lo comprendió todo.

Estaba con Lana cuando lo llamaron. Justamente antes de eso se habían besado, aunque Alehl no sabía explicar muy bien cómo lo había conseguido. Llevaba bastante tiempo intentando reunir la energía suficiente para poder ser corpóreo, aunque sólo fuera por unos segundos, y hasta aquel día no lo había conseguido. Quizás la situación había añadido un extra de energía al ambiente que Alehl había sido capaz de canalizar hacia sí mismo.

Después de aquel maravilloso momento, sus Superiores tiraron de él con tanta fuerza que no pudo quedarse con Lana ni un solo segundo más. Al llegar de nuevo a aquel mundo donde todo era etéreo y parecía sumamente irreal, no se sintió cómodo como otras tantas veces. Sabía que le quedaba poco tiempo allí pero, aún así, no conseguía ver en él el hogar que siempre había sido desde el inicio de los tiempos.

Su Superior le esperaba en su despacho, sentado tras aquel enorme escritorio. Sin embargo, no estaba solo, sino que otros dos hombres le acompañaban. En sus miradas se leía claramente la indiferencia cuando Alehl entró tras llamar a la puerta.

- Alehl –lo saludó su Superior con una sonrisa en la cara-. Ya estás aquí. Maravilloso. Casi tenemos que emplear medidas drásticas para traerte, pero me alegra ver que no ha sido necesario.

Alehl no dijo nada. Esperaba de pie, junto a la puerta. Al ver que no contestaba, su Superior prosiguió:

- Estos dos compañeros –dijo señalando a los otros dos hombres, que miraron a Alehl con un destello de desprecio- están aquí para llevarte al lugar donde dejarás de ser tú y te convertirás en un humano. Sólo me queda por decir que siento mucho todo esto y que espero que seas mucho más feliz ahí debajo de lo que lo eres ahora mismo, estando aquí.

Alehl asintió con la cabeza e inmediatamente se encaminó con los dos hombres desconocidos hacia un destino desconocido. Se metió instintivamente la mano en el bolsillo y acarició una pequeña botella de cuarzo que contenía su salvación ante el castigo impuesto.

Llegaron a una pradera se suaves lomas tapizadas por la hierba. Alehl miró a su alrededor, deleitándose con la paz que allí se respiraba.

- ¿Preparado? –inquirió uno de los dos hombres que le acompañaban.

- Sí –contestó Alehl-. Pero antes, desearía mirar atrás por última vez.

El otro hombre, algo indeciso, asintió. Alehl se dio la vuelta e imperceptiblemente sacó de su bolsillo la botellita con la poción.

Se la había dado un viejo amigo, dedicado sólo y exclusivamente a la química. Pero no era una química cualquiera, sino una química a nivel universal. Algo nunca visto entre los humanos. El gran deseo de aquel hombre era crear una poción que devolviera a cualquier humano a la vida, y aún trabajaba en ello sin descanso. Cuando Alehl fue a verle, le suplicó que dedicase un tiempo extra para poder crear la pócima que se encontraba ahora en la pequeña botella de cuarzo. Una poción para fijar los recuerdos al cuerpo de cualquier ser. Incluso de un Protector. Hábilmente lo consiguió tras largas jornadas de trabajo. El único inconveniente, quizás, era que Alehl debía tomar esa poción antes de caer al vacío, un lugar antigravedad, donde se flotaba en una nada desconcertante. Si llegaba a tocar el suelo terrestre antes de haber tomado el brebaje, Alehl perdería la memoria por completo. Así pues, el químico dejó este aspecto muy claro. Alehl lo entendió a la perfección.

Una vez estuvo de espaldas a sus dos acompañantes, el muchacho alzó las dos manos hacia su cara, fingiendo aflicción por dejar el que había sido su hogar desde siempre, y tomó la poción. Inmediatamente la botellita de cuarzo se desvaneció y Alehl sonrió al pensar que habría sido un truco más de su amigo, que tan grande favor le había hecho con algo tan pequeño.

Sin embargo, la sonrisa se esfumó inmediatamente de su cara. Sintió náuseas y tuvo que contenerse muchísimo para no dejarse llevar por ellas. Se dio la vuelta y sonrió con normalidad.

- Preparado –informó a los chicos que esperaban inquietos.

Y, sin más miramientos, fue lanzado al vacío, del que no recordaba nada.

Ahora estaba allí, en aquella playa. Desorientado. Abrió los ojos y echó un vistazo a su alrededor. Una sensación de familiaridad asaltó su mente. Se esforzó de nuevo por recordar y entonces se dio cuenta de que una vez había estado con Lana allí. Era la playa favorita de la chica.

Estaba atardeciendo y Alehl se preguntó qué debía hacer. Entonces decidió que lo primero que debía hacer era buscar un trabajo para poder tener dinero y satisfacer necesidades tan básicas como un alojamiento o para poder pagar su matrícula en la Universidad. Así estaría cerca de Lana.

Con estas ideas tomando forma en su mente, el chaval comenzó a caminar por la playa, hacia la ciudad donde vivía Lana durante el curso, que estaba a punto de comenzar.

lunes, 23 de agosto de 2010

CAPÍTULO 9: Elegidos, Enviados y Protectores.

El chico de la batería del concierto de la noche anterior estaba frente a ella, mirándola desde aquellos misteriosos ojos amarillentos.

- ¿Quién eres? –preguntó Lucía, aún sorprendida.

- Sabes quién soy –contestó él sin más.

Lucía calló, observándolo. Llevaba la misma ropa que la noche anterior, en el concierto. Sin embargo, esta vez llevaba el cabello rubio ceniza recogido con una cinta sobre la nuca. Y aquellos ojos que la confundían tanto la observaban atentamente. Fascinación, odio, fascinación, odio. No había sentido cosa igual en su vida.

- ¿Por qué has venido?

- Lo sabes de sobra –contestó él con una sonrisa siniestra -. ¿Por qué me preguntas cosas tan obvias?

Lucía se respondió a sí misma que necesitaba confirmarlo para poder creérselo. Sin embargo, aquel individuo no iba a llevar a cabo su propósito. Ella estaba protegida.

- Ella me salvará. No puedes hacerme daño. Ella me protege y no puedes cambiar eso –dijo Lucía con algo de orgullo, aunque sabía que si ella no estaba allí ya, era que no llegaría a tiempo para evitar el destino de Lucía.

- Desde luego que puedo cambiarlo. De hecho, hay algo que quiero enseñarte. Observa.

Y, haciendo un gesto con su mano, creó de la nada un elipse en cuyo interior se veía a una chica pelirroja, de cabello largo y rizado. Se debatía entre la vida y la muerte y estaba atada con unas cuerdas que quemaban su piel como si fuera ácido. Parecía sumida en un sueño poblado por sus peores pesadillas y se revolvía inquieta en su lecho de muerte. Lucía ahogó un sollozo y se llevó las manos a la boca para no gritar.

Aquella chica era su protectora. Su nombre era Elhaiel y la estaban haciendo sufrir, afectando así a la propia Lucía, pues había una conexión muy profunda entre un protector y su protegido. Ésta apartó la mirada de la elipse para mirar al individuo que había creado aquella especie de ventana que le mostraba aquellas imágenes de dolor. Aquel que había apresado a su protectora y le estaba infligiendo un daño terrible. Aquel que estaba allí para matarla a ella misma. Aquel que ahora la observaba con una expresión de despiadada diversión. Lucía lo miró con todo el odio que fue capaz de expresar. Pero, al encontrarse con la mirada de él, sintió cómo sus ojos ambarinos y rojizos se le clavaban como puñales. Se acercó más a ella. La elipse ya se había desvanecido durante el cruce de miradas. Lucía se estremeció al comprobar que no podía apartar la vista de los ojos de aquel chaval que lentamente se aproximaba hacia ella para matarla. No quería morir. No debía morir.

- ¿Tienes miedo? –le susurró él al oído, poniéndola aún más nerviosa, y Lucía no pudo evitar estremecerse ante el tono que el chaval había empleado para dirigirse a ella. Aún sentía su aliento cálido como el fuego en su cuello.

- No. No temo a la muerte –respondió ella intentando reponerse-. No temo a esta muerte porque no la merezco.

Él la miró de manera distinta a la de antes. Ahora su mirada denotaba ¿respeto? Debía haberlo imaginado, pensó Lucía sacudiendo la cabeza, liberándose al fin del contacto con aquella mirada mortífera. ¿Por qué la iba a mirar con respeto? Ella simplemente había sido sincera y eso no era algo que pudiera amedrentar a semejante individuo. Se quedó mirando al suelo. Deseaba más que antes echar a correr, pero seguía estando acorralada.

- Ésa ha sido una buena respuesta –comentó el individuo-. Pero te equivocas. Tienes que morir.

Lucía no lo podía ver porque seguía con la mirada clavada en el suelo, pero intuyó que estaba sonriendo por el tono de sus palabras. Se sentía tan indefensa e impotente… No podía hacer nada por defenderse de aquel chico, que de lejos parecía tan inofensivo. Sin embargo, en cuanto uno se acercaba a él, percibía el aura oscura, misteriosa y amenazadora que lo envolvía.

- ¿Por qué tengo que morir? No he hecho nada malo a nadie. No te conozco. Déjame en paz –dijo Lucía casi suplicando-. Vete. Déjame.

Lucía no pudo evitar que las lágrimas resbalaran desde sus ojos azules.

- Sabes por qué estoy aquí. Al igual que sabes por qué tengo que matarte. No te convenzas a ti misma de lo contrario. Entiendes todo esto perfectamente. No me dificultes el trabajo.

- Pero es que esto no es justo. Yo no me puedo defender. Eres un cobarde –escupió, con los ojos aún húmedos.

El chaval se quedó observándola sorprendido, pero, aún así, no dejó de mirarla divertido. Lucía estaba consternada. Sentía que él estaba jugando con ella y que debía acabar con aquello cuanto antes. Pero no podía dejar de pensar que morir de aquella manera no podía ser justo. Él tenía la posibilidad de matarla con apenas un rápido gesto de su mano para coger la espada que colgaba a su espalda, apenas perceptible; y ella, sin embargo, no podía hacer nada para evitarlo. Porque no sabía utilizar la fuerza que había en su interior. Maldijo en voz baja que el aprendizaje de los dones fuera algo tan lento.

Ella había sido una de los Elegidos. Había en el mundo personas que tenían unos dones, unas cualidades especiales. Aquellos dones les permitían realizar grandes obras, hacer cosas importantes, modificando el curso que seguía la vida entera del planeta. Eran algo único, muy escaso y, por ello, algo excepcional y muy especial. Y Lucía lo poseía, pero no sabía aún como utilizar aquella fuerza que se arremolinaba en su interior como un torbellino de energía esperando a ser canalizada hacia aquello a lo que estaba destinada.

Y había también gente que estaba destinada y preparada para acabar con ellos. Para destruirlos sin piedad y evitar que mejorasen el mundo en que vivían. Aquellos que se llamaban a sí mismo los Enviados. Eran normalmente gente joven, como los Elegidos, que habían sido entrenados muy duramente para matar sin piedad, para acabar con todo aquello que aportara paz y sentido (o coherencia) al mundo. Los Enviados, al contrario que los Elegidos, no nacían con ningún don especial y eran ellos mismos los que eran llamados por los Líderes, seres análogos a los Superiores de los protectores de los Elegidos. Una vez se recibía la llamada, el individuo decidía si la seguía o no. Era una decisión propia. Si la persona aceptaba participar de aquello, inmediatamente se le insertaba en la mente un odio y un rencor infinitos hacia aquellos a los que exterminaban. Para poder infundir tales sentimientos, tenía que haber una razón y ésta era la envidia. Los Líderes tenían la capacidad de lograr que los Enviados odiaran a los Elegidos porque estos habían nacido con unos dones que a ellos les habían sido negados. Era como plantar una semilla en la mente de aquellas personas y, simplemente, dejarla crecer durante su entrenamiento. Al finalizar el mismo, el Enviado era un ser despiadado, con un corazón lleno de tinieblas, adiestrado para ser mortífero cuando de realizar su trabajo se trataba, entrenado para ser el mejor de los mejores y habiendo aprendido que vivía sólo y exclusivamente para exterminar a tantos Elegidos como le fuera posible. Todo por envidia y venganza.

Los Elegidos eran seres muy puros, inocentes, no conocían la maldad extrema de los Enviados, no la comprendían. Por eso, al ser tan vulnerables, necesitaban una protección especial. A raíz de esto habían nacido los Protectores, que eran seres etéreos, con un mundo propio e inaccesible al resto de seres y que se encargaban de proteger a los Elegidos. No lo hacían de manera directa, sino que se introducían en los sueños de sus protegidos para conocerlos mejor a raíz de su subconsciente. Llegado el momento, se presentaban, reencarnados casi siempre en alguien de la misma edad que su protegido, ante el mismo y procedían a relatarle todo cuanto sabían de sus enemigos, los Enviados, y para preparar ellos mismos al individuo en cuestión y que este pudiera defenderse llegado el momento en que algún Enviado fuera a cumplir su misión.

Lucía no había podido ser completamente entrenada aún, pues era un proceso lento. Lo único que había aprendido era a cerrar su mente contra las exploraciones que solían realizar los Enviados sobre sus víctimas.

- No soy un cobarde –respondió aquel extraño, repentinamente serio-. Soy lo que soy. Lo que han hecho de mí. Soy yo. Nada más. Al igual que tú eres tú, ¿no es cierto?

Ella no supo qué contestar y volvió a bajar la mirada de sus cristalinos ojos azules hacia el suelo. Él, con su mano, obligó a Lucía a alzar la cabeza, exponiendo su cuello. Ella lo miró, suplicante. En aquellos hermosos ojos azules relucía su eterna luz blanca, llena de pureza.

De manera certera y extremadamente rápida y violenta, el chaval cogió su espada e hizo su trabajo. Lo último que pudo ver Lucía fue un destello de duda en los ojos de su asesino y, de repente, sintió un dolor tan intenso que no había palabras que pudieran expresarlo. Acto seguido, todo se volvió negro.

En algún lugar, se escuchó el agónico gemido de dolor de la protectora de Lucía, Elhaiel.

sábado, 21 de agosto de 2010

CAPÍTULO 8: ¡BIENVENIDOS AL INFIERNO!

A Andrea, Alma y Ana.


Muy lejos de allí, una chica de dieciocho años se encontraba viviendo una experiencia totalmente nueva para ella. Estaba en un pabellón de la ciudad donde estudiaba, asistiendo a su primer concierto de heavy-metal.

La principal razón de estar allí era no defraudar a sus dos amigas. Por la tarde se habían reunido las cuatro y tras haber pasado toda la tarde bebiendo y charlando de cotilleos de la residencia de estudiantes, a las siete y cuarto decidieron irse juntas al concierto.

Así que allí estaba. Lucía se sentía extremadamente rara entre aquel tipo de gente. Todos iban vestidos de negro y algunos iban pintados de forma un tanto extravagante. Ella también se había vestido concienzudamente para la ocasión: llevaba unos vaqueros, una camiseta negra y unas zapatillas de deporte también negras. Se había pintado un poco los ojos y daba la casualidad de que el día anterior se había pintado las uñas de negro. Así que parecía una más. O lo parecería a simple vista. Si uno se fijaba bien, descubría que su mirada no era triste como la de un “emo”, o extravagante como la de algunas personas de alrededor. No. Era más bien dulce y perdida. Perdida en una especie de nuevo mundo que le llamaba la atención pero a la vez le daba miedo.

Comenzó el concierto. Las cuatro chicas estaban entusiasmadas, aunque Lucía y Clara no tanto. Clara era su mejor amiga allí y realmente a ninguna de las dos le hacía especial ilusión ir a aquel concierto. Sin embargo las dos llevaban un día algo malo en el tema amoroso y necesitaban despejarse.

Las luces se encendían y apagaban alternativamente iluminando el escenario mientras los músicos (también de aspecto estrambótico) subían y se situaban en sus puestos tras coger sus instrumentos.

La música empezó a sonar y la gente empujaba para situarse lo más cerca posible del escenario. Lucía sonrió ante la ansiedad de la gente por acercarse, por ser los primeros. Se apartó un poco, dejando que pasaran por delante de ella.

- ¡Bienvenidos al infierno!

Vaya bienvenida. Lucía cada vez tenía más ganas de echar a correr, pero no podía hacerlo porque quedaría fatal con sus amigas. Así que se limitó a observar el escenario sin demasiado interés y cruzarse de brazos. La multitud se movía al ritmo loco de la música, disfrutando su momento. Sin embargo, Lucía se dio cuenta de que había alguien que no se movía como los demás. Lo extraño era que estaba en el centro de la multitud pero no se movía para nada y parecía que las personas de su alrededor ni siquiera lo rozaban.

Era un chaval extraño. Tenía el pelo rubio, largo y muy liso. Parecía alto, un poco más alto que Lucía quizás. Era como una sombra. Era como si no estuviese allí. Lucía sintió cómo un escalofrío recorrió toda su espalda y alcanzó su nuca. Cerró los ojos por un instante y justamente en el momento en el que los volvió a abrir se dio cuenta de que el chico estaba girando lentamente (muy lentamente) la cabeza para mirarla.

Sus ojos no eran marrones, tampoco negros. Tenían tonos dorados y rojos. Daban verdadero miedo. Entonces giró la cabeza y se fue en dirección opuesta a la de Lucía, sonriendo de manera enigmática.

Ella no se había dado cuenta de que la música se había detenido y de que ahora la concejala de juventud presentaba al segundo grupo.

- ¡Nena! ¿Qué te pasa?

Lucía se volvió y vio a Laura que la miraba entre divertida y preocupada.

- Nada, no es nada. ¿Vamos?
- ¡Vamos!

Se dirigieron hacia la multitud y se introdujeron en todo el mogollón de chicos y chicas de aspecto algo raro. El concierto estaba a punto de empezar. Todos parecían ansiosos porque lo hiciera. Unas chicas de delante se cogían las manos histéricas, tenían los ojos desorbitados y Lucía dedujo que estaban drogadas. Miró hacia el escenario en cuanto se apagaron las luces. Gritos y chillidos se escucharon por doquier. Los focos comenzaban a moverse. Los músicos empezaban a subir al escenario.

Pero no, no podía ser. Uno de los chicos que acababa de subir se parecía muchísimo al muchacho de antes. Espera, era él. ¡Era él! Lucía vio claramente cómo subía al escenario y cómo se situaba detrás de la batería. Él era músico. Tocaba la batería. Él… la estaba mirando con una media sonrisa muy sugerente. Lucía se puso nerviosa, se hizo la loca y se fijó en el cantante que acababa de subir al escenario. El chaval tendría su edad aproximadamente, tenía el pelo moreno y unos ojos oscuros y profundos que al mirar a cualquier chica haría que esta se derritiera. Comenzó a cantar con una voz profunda, era hechizante. Magnífico. Dos chicos atractivos, misteriosos y que daban miedo eran amigos y tocaban en un mismo grupo. Ambos conseguían que Lucía se estremeciera y tuviera unas ganas exageradas de echar a correr y huir lo más lejos posible de ellos.

Lucía respiró hondo y decidió que era mejor no fijarse en los demás miembros del grupo. Ya había tenido bastante por hoy. Sus amigas estaban disfrutando muchísimo y cantaban las canciones con el cantante. Pasaron así un buen rato, el grupo tocando y sus fans enloquecidos. Cuando terminó, la gente se apelotonaba por alcanzar cuanto antes a la salida de los camerinos de los miembros del grupo. Lucía y sus amigas optaron por volver a la residencia de estudiantes.

Llegaron bastante tarde, se despidieron en el pasillo tras darse las buenas noches. Lucía estaba aturdida. El chico de la batería era como un imán: la atraía y repelía de manera constante. Aquella sonrisa de chico malo le encantaba pero su mirada le daba verdadero pánico. Se puso el pijama y se tiró en la cama con la luz apagada. Todo le daba vueltas. Le dolía muchísimo la cabeza y no dejaba de pensar en aquel chico y su amigo, el cantante. Eran fascinantes.

Sin darse cuenta, Lucía se quedó dormida profundamente, estaba agotada.

Cuando despertó, estaba atardeciendo. Se había pasado casi un día entero durmiendo. Se asomó a la ventana. Hacía frío y una brisa marina agitaba las ramas de los árboles del parque. Algunas nubes luchaban por ocultar el Sol que tenía un tono anaranjado, tiñendo el cielo de dorado.

Pero algo no iba bien. Lucía sintió un escalofrío en la nuca. No podía ser. Se dio la vuelta y a pesar de que se le ocurrieron muchas cosas que hacer y muchas cosas que decir, cuando descubrió a quién tenía delante se quedo clavada en el suelo y no pudo articular palabra.



NOTA DE LA AUTORA: Escribí esto hace muchísimo tiempo, más de un año ya, pero me ha dado una buena idea para enlazar la historia que aquí se cuenta. Las tres personas a las que este capítulo está dedicado me acompañaron en la experiencia que me inspiró para escribirlo. Una de ellas, Alma, aún sigue en contacto conmigo y, de hecho, vivimos la mayor parte del año juntas. Otra, Andrea, fue mi mejor amiga y la quise con locura, compartiendo con ella miles de momentos geniales y algunos otros tristes; pero las dos cambiamos y nos dimos cuenta de que la bonita relación que un día nos unió ya no era posible. Y, por último, la tercera de estas personas, Ana, no es alguien a quien vea demasiado a menudo (de hecho, nos veremos una o dos veces al año como mucho), pero es alguien a quien quiero y con quien compartí también muchísimas cosas, entre ellas largas charlas sobre chicos (cómo no) y grandes momentos como la primera vez que me lié un cigarrillo; fue importante, y con eso basta.
Deseaba aclarar esto a los lectores, gracias.

jueves, 19 de agosto de 2010

CAPÍTULO 7: VUELVE.

Los días iban pasando rápidamente, transformándose en meses, y, poco a poco, todo iba volviendo a su rutina habitual.

Lana volvía a comer y a relacionarse con los demás casi con la misma normalidad de antes. Sin embargo, de vez en cuando necesitaba unos momentos para ella sola, para sumergirse en su universo de recuerdos, emociones, sueños y sensaciones. Se encerraba en su habitación, echaba las persianas, encendía algunas velas, ponía algo de incienso en el quemador y se tumbaba en la cama, escuchando música que le resultaba relajante. No compartía con nadie esos momentos, excepto con Alehl. El chico había estado a su lado durante todos aquellos meses, sin separarse de ella, hablándole, animándola a relacionarse y a volver a su vida normal. Y Lana, a duras penas, lo estaba consiguiendo.

Aún no había sido capaz de sonreír ni una sola vez. En sus ojos se adivinaba fácilmente el dolor y la tristeza que albergaba su corazón. No había logrado olvidar a Dani. Su recuerdo permanecía allí, intacto, y Lana echaba mucho de menos todo lo que él aportaba a su vida: sus besos, sus abrazos, sus sonrisas, sus palabras, sus manos... Todo. Pero, lentamente, Alehl estaba consiguiendo enterrar aquellos aspectos de Dani, que tanto echaba de menos Lana, con los suyos propios. La muchacha había visto en Alehl su mayor apoyo, su mejor amigo y su confidente. Se lo contaba todo y él, con su preciosa sonrisa, iluminaba las tinieblas del corazón de Lana como si de un Sol reluciente se tratase.

Sin embargo, resultaba muy frustrante no poder tocarlo, ni abrazarlo, además del hecho de que nadie más podía verlo. Por eso, a menudo, cuando estaban con más gente, hablaban entre ellos con pensamientos. Lana pensaba una cosa y Alehl lo detectaba y le respondía de la misma manera: con un pensamiento propio. Así podían comunicarse en silencio y sin que nadie lo notara.

Estaban los dos sentados en la cama de la habitación de Lana. De fondo sonaba una dulce música que inundaba la habitación de un ambiente relajante a la vez que romántico y bohemio. Lana escribía un informe sobre un folio en blanco, apoyada en una carpeta. Alehl se tumbó, sumido en sus propios pensamientos. Llevaba ya varios días pensando en sus Superiores. No le habían avisado aún, no lo habían llamado. A veces se preguntaba si habrían cambiado de idea y habrían decidido no castigarle por su supuesto delito. Pero inmediatamente comprendía que aquello era muy poco probable. Simplemente se estaban tomando su tiempo. Suspiró y miró a Lana. Ella se dio cuenta y levantó la vista del papel para fijar sus ojos marrones en Alehl.

- ¿Qué pasa? -preguntó.

- Nada. Pensaba en algo importante pero... No es algo que sepa con certeza.

- ¿Cómo? No te entiendo -dijo Lana. Dejó la carpeta, el folio y el boli con el que estaba escribiendo a un lado y miró a Alehl fijamente-. ¿Qué quieres decirme y no eres capaz, Alehl?

Él sonrió, sacudiendo la cabeza. Habían pasado tanto tiempo juntos que Lana había llegado a conocerlo casi tan bien como él a ella. Ahora conocía cada gesto de Alehl y lo que significaba.

- A ver -empezó a decir él, pero no sabía exactamente que decir y se detuvo unos instantes antes de continuar-. Hay un problema. Yo... he incumplido las reglas.

- ¿Las reglas? ¿Te refieres a lo que... no debes hacer mientras estés aquí... conmigo? -preguntó Lana con algo de esfuerzo para expresarse.

- Así es -asintió Alehl-. Tú no tendrías por qué verme ni yo tendría por qué ser el protagonista de gran parte de tus sueños. Eso no es algo correcto y "los de arriba" se han enterado. Como imaginarás no les ha gustado nada y ahora...

- Espera, espera -le interrumpió Lana-. ¿Me estás diciendo que conocerte, estar contigo y verte te está causando problemas con quien quiera que sea que mande sobre ti?

- Sí. Justamente eso intento decirte. Pero eso no es todo. Hay más -Lana adoptó una expresión preocupada-. Incumplir las normas tiene consecuencias. Me van a castigar.

- ¿Qué? -exclamó Lana-. ¡Pero eso es muy injusto! Tú no tienes por qué ser castigado. Es algo... incomprensible. No pasa nada porque yo pueda verte. No se lo he contado a nadie, es un secreto. Nuestro secreto.

- Lo sé. Pero temen que descubras mi verdadera naturaleza, nuestra verdadera identidad. Y eso es algo muy peligroso para todos. También para ti, créeme.

- Pero hay algo que no entiendo -dijo entonces Lana, pensativa.

- ¿El qué?

- Si sabías cuáles eran las normas, ¿por qué las rompiste?

- Lana, a veces aunque conozcas las reglas las rompes sin dudarlo un sólo segundo -contestó el chico mirándola a los ojos con intensidad.

Ella se quedó callada. De repente entendió muchas cosas, entre ellas los verdaderos sentimientos de Alehl hacia ella misma. Lo miró perpleja, con los ojos muy abiertos. Alehl estaba enamorado de ella. Lo había estado desde el primer momento, tal y como lo reflejaba en sus sueños. La quería tanto que se había arriesgado a ser castigado por sus Superiores. Y Lana se sorprendió al comprobar que algo se removía en su interior. Ella en sus sueños lo había besado, lo había abrazado. Pero nunca le había dado importancia porque Alehl era algo así como su amor platónico. Algo imposible de alcanzar, como una estrella. Y ahora, de repente, fue consciente de lo que Alehl sentía realmente por ella y de lo que ella misma sentía hacia aquel chico de cabellos despeinados y ojos penetrantes.

- Tú... me quieres.

Alehl no contestó. Agachó la cabeza para ocultar sus mejillas sonrojadas por la vergüenza. El silencio confirmó las sospechas de ella. Lana no sabía qué decir. Un torbellino de confusos sentimientos se arremolinaban en su cabeza.

- Sólo quiero que sepas que me iré, ya te lo dije -murmuró Alehl, aún con la cabeza agachada-. Pero creo que ya falta muy poco para que eso ocurra. Y quiero que sepas también que si me voy, volveré contigo si así lo deseas.

Levantó la mirada y clavó sus pupilas en las de Lana. Ésta le devolvió una mirada llena de miedo, de ternura, de cariño. Pero sobre todo de miedo. No podía ser que aquella persona que había sido su mayor punto de apoyo en todo aquel tiempo, se fuera ahora. No era justo. Retiró la mirada, sintiéndose intimidada por la intensidad de la mirada de Alehl.

- ¿Desde cuándo sabías que te tendrías que ir? -preguntó en un susurro apenas audible.

- Desde la noche antes de que te fuera a casa de... de Dani. En realidad, desde ese amanecer. Sin embargo, pensé que no era un buen momento para preocuparte con mis problemas y prefería que disfrutases de Dani sin tener que pensar en nada más. Y después de eso, como comprenderás, tampoco es que la situación fuera la más adecuada para contarte toda esta historia.

Lana respiraba alteradamente. Se sentía completamente frustrada. Hacía mucho tiempo desde entonces. Alehl tenía razón. Debía faltar poco, muy poco tiempo. Y eso le hacía tener la sensación de que no tenía tiempo suficiente para asumirlo ni para despedirse. No podía perder otra vez a alguien tan importante. No podía volver a pasar una vez más por lo mismo. Era horrible sólo pensarlo. Deseaba gritar.

- Irme supone algunos riesgos -dijo Alehl inseguro.

- ¿Qué clase de riesgos? -le preguntó Lana, intentando tranquilizarse.

- La memoria. La perderé. No podré recordar qué ni quién soy. Tendré recuerdos falsos. No te recordaré -Lana se tapó la cara con las manos, angustiada-. Pero no quiero que te preocupes, porque he encontrado un remedio para evitar eso. Aunque "ellos" no lo saben. Me ha costado mucho trabajo conseguirlo, pero he conseguido algo que me ayudará a burlar las consecuencias de mi castigo.

Lana se tranquilizó un poco.

- ¿Estás seguro?

- Completamente -pero, dicho esto, su expresión cambió por completo. Miró a Lana con gravedad-. Volveré, ¿vale? Te lo prometo. Tú... ¿quieres que vuelva contigo?

Lana se quedó conmocionada unos instantes, comprendiendo lo que estaba pasando. Sin embargo, hizo como si no supiera nada y, tragándose las lágrimas contestó con seguridad:

- Sí. Vuelve, por favor. Vuelve a por mí. Yo... -dudó-. Te necesito.

Alehl la miró con ternura.

- Quiero intentar algo. ¿Me dejas?

La chica le dirigió una mirada intrigada, pero asintió con la cabeza. Alehl se aproximó más hacia ella. Alzó una mano y con ella acarició los labios de Lana, que sintió una suave brisa. Repitió el mismo gesto otra vez y a Lana le pareció sentir el tacto de los dedos de él. Pero ¡eso no podía ser posible! Lo miró sorprendida y asustada a la vez. Él sonrió tranquilizadoramente y acercó su rostro al de ella. Lana, dejándose llevar cerró los ojos. Le pareció sentir el fresco aliento de Alehl sobre sus labios justo antes de sentir cómo los de Alehl los acariciaban.

Le estaba besando. Y era de verdad. Un torrente cálido inundó todo su ser y se sintió desbordada ante lo que le estaba provocando aquel beso. Deseó abrazarlo, pero dudó que aquel milagro se hubiese extendido tanto. Así pues, bebió de aquel regalo como si fuese un oasis en medio del desierto. Se perdió en aquella maravillosa sensación, en aquella sacudida de emoción que estaba experimentando después de tanto tiempo. No había vuelto a besar a nadie desde la última noche que estuvo con Dani. Cuando el momento terminó y se separó del etéreo rostro de Alehl, lo miró a los ojos. Él le dirigió una última mirada llena de emoción y desapareció.

Lana sabía que tardaría mucho en volver y ahogó un sollozo.

martes, 17 de agosto de 2010

CAPÍTULO 6: DÉJAME ENSEÑARTE DE NUEVO A SONREÍR...

Volver a casa fue algo raro. Lana se sentía fuera de lugar. Todos sus amigos de allí la habían estado esperando para brindarle todo su apoyo, para animarla a seguir adelante. Sin embargo, ella no quería nada. Porque nada podría devolverle a Dani.

Cuando hubo atendido a todos sus visitantes, se encerró en su habitación y pidió por favor que nadie la molestara más. Estaba echada en la cama, llorando una vez más, recordando momentos con Dani, cuando percibió una presencia a su lado. Se sobresaltó e intentó ignorarlo, pero escucharlo fue inevitable.

- Sé que estás harta de oír lo mismo, pero lo siento muchísimo.

Lana no contestó ni se movió. Casi había olvidado a Alehl. No había aparecido en cuatro días. Ni siquiera en sus sueños, al menos que ella supiera.

- Vamos, no puedes estar así. Deja de torturarte, por favor. Es terrible ver cómo te haces daño a propósito.

- Déjame en paz -murmuró Lana. No había hablado desde que Dani había muerto-. Llevas sin dar señales de que existes cuatro días. No sabes nada de lo que he pasado.

- Estoy aquí ahora porque no he podido venir antes. Y sí que sé lo que ha pasado. Cuando te he dicho que lo sentía, iba en serio. Y con ello quería decir, aparte de lo obvio que reflejan esas palabras, que podías contar conmigo para lo que fuera, para desahogarte, para hablar, para llorar, para expresarte. Para lo que sea. Te he echado mucho de menos en estos días, pero pensé que querías disfrutar de tu tiempo con Dani. Lo menos que me esperaba era volver y encontrarme con esto -Lana se volvió en la cama y se sentó con las piernas cruzadas, demostrando que estaba dispuesta a escuchar lo que él tuviera que decirle-. No puedes hundirte, dejarte caer al abismo así, de esta manera. Por favor, déjame ayudarte a volver a ser feliz. Déjame enseñarte de nuevo a sonreír...

- ¿Por qué quieres ayudarme? No quiero ayuda. No la necesito. Lo único que deseo y necesito ahora mismo no me lo puedes dar ni tú ni nadie.

- Quiero ayudarte porque verte así me encoge el corazón (metafóricamente hablando), porque no soporto tu dolor, porque no puedo evitar hacerlo, porque hay más, mucho más. Y quiero que lo veas y que sonrías por él y por ti. Porque te lo mereces. Porque si tú sonríes puedes iluminar la mayor oscuridad.

Lana se quedó sin palabras. Sin poder decir nada, agachó la cabeza y comenzó a llorar. Alehl la miró angustiado, deseando poder abrazarla y consolarla. Pero esperó pacientemente a que ella se sobrepusiera. Cuando lo hizo, Lana levantó la cabeza y se secó las lágrimas. Miró a Alehl y una corriente de calidez la recorrió por dentro. Hubiese sonreído, pero no era su mejor momento. Tras respirar hondo varias veces, comenzó a relatar su historia con Dani: cómo había comenzado, lo que sintió la primera vez que la besó, lo que sentía cada vez que la miraba, cuánto lo quería, las cosas que había hecho por él... Todo. Sin más ni menos.

Él la escuchó atento, observándola cambiar de expresión en función de lo que iba contándole. El duro golpe de la muerte de Dani había hecho mella en ella y se la notaba más delgada y pálida que nunca. Pensó preocupado que eso tenía que cambiar. Lana destrozada y Alehl lo sentía porque percibía todos los trocitos de su corazón esparcidos y perdidos. Y él estaba dispuesto a ayudarla a recomponerlos, pegándolos uno a uno con sonrisas. Borrando la tempestad que había dejado el alma de Lana hecha escombros.

Se estremeció al pensar lo que él habría sentido si ella hubiese muerto. Seguramente hubiese sido el golpe más duro de su existencia. Nunca le había pasado algo así, por eso sólo podía imaginar una pequeña parte del dolor de Lana. Aún así, decidió estar ahí, para ayudarla.

La miró y pensó que si tuviera un corazón corpóreo, se habría acelerado más que nunca. Verla allí, tan frágil como el cristal, tan bella y a la vez tan inocente e inofensiva, le hacía sentir una ternura infinita.

CAPÍTULO 5: DOLOR.

Lana se quedó sin aliento apenas unos instantes. Se tambaleó, mirando la mirada vacía que Dani aún le dirigía desde el suelo, rodeado de gente que intentaba reanimarlo. Gritó con todas sus fuerzas y rompió a llorar. Cayó de rodillas al suelo y se llevó las manos a la cara. Claudia ya no la sujetaba. Dani había muerto. recordó aquella última mirada, aquella última sonrisa congelada en sus labios. Gritó de nuevo. No podía ser. Tenía que comprobar que aquello era real. Respirando hondo, aferrándose a la más mínima esperanza que pudiera albergar su corazón, se dirigió hacia la posición de Dani. Nadie se interpuso en su camino, pero todos la miraban desolados. Ella caminaba, con porte serio, temblando aún, y con los ojos y la cara llenos de lágrimas. Cuando llegó hasta él, vio que alguien le había cerrado los ojos. Cerró ella los suyos y abrazó el cuerpo inerte de Dani. Llorando le rogó, le suplicó que volviera. Le repitió mil veces que lo amaba con todo su corazón, que lo quería más que a nadie. Pero Dani ya estaba muy lejos de su alcance y esto hacía que el pecho le doliera de manera sobrehumana. Gritó de dolor, de angustia, de soledad, de impotencia. No podía asumir lo que acababa de pasar.

Levantó la vista, se sentía mareada. Miró a Dani y se estremeció. Lloró más todavía. Acarició la mano de él, tan perfecta pero ahora tan fría. Comenzó a sentir ella también mucho frío de repente. El mareo se incrementó y, antes de que pudiera darse cuenta, todo se volvió oscuro.

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Cuando despertó, estaba en una de las camas de la habitación de la hermana mayor de Dani, que estaba de viaje. Abrió los ojos con mucho esfuerzo y escuchó voces lejanas que cada vez se fueron haciendo más sonoras.

- ¿Lana? ¿Cómo te encuentras?

Ella no reaccionó inmediatamente. La abuela de Dani estaba inclinada sobre ella y le estaba poniendo un paño húmedo en la frente. Recordó de repente todo lo ocurrido y dos lágrimas rodaron por sus mejillas. A pesar de eso, su expresión no cambió lo más mínimo.

Lana no era capaz de articular palabra, así que sacudió la cabeza simplemente.

- Tranquila. Te he despertado porque... -la abuela de Dani la miraba con gravedad y parecía indecisa por terminar la frase o no. Respiró hondo y se decidió-. Porque dentro de una hora es el entierro.

Lana la miró y asintió. Otras dos lágrimas cayeron desde sus ojos. Seguía sin poder hablar. Suspiró, ahogando un sollozo, e hizo ademán de incorporarse, pero se mareó casi enseguida.

- Poco a poco, hija, poco a poco -le dijo cariñosamente la abuela de Dani, ayudándola a incorporarse sobre la cama-. Vamos, ve a darte un baño bien caliente. Seguro que te sienta muy bien -añadió la mujer, mirándola con pena, casi con compasión, y salió de la habitación.

Todo estaba en silencio. Lana se sentía vacía, totalmente destrozada. Trató de respirar hondo, pero nuevamente le faltaba el aire. Vio un vaso de agua sobre la mesilla de noche y lo tomó para beber un sorbo. Después, muy lentamente consiguió bajar de la cama y se dirigió hasta el baño. Cuando se miró al espejo, se dio miedo. Estaba muy pálida y tenía una cara horrible.

Una vez terminó de bañarse, se vistió totalmente de negro. No se maquilló, por lo que el atuendo y el color de su tez contrastaban de manera exagerada. No le importó. Sólo recordó la última sonrisa de Dani e intentó sonreírle desde el espejo. No era una sonrisa bonita y alegre, como siempre lo había sido, sino una sonrisa llena de tristeza y a la vez vacía de todo. Se miró una vez más en el espejo, respiró hondo y salió de la habitación.

No sabía dónde estaría el resto de la gente, así que se dirigió al comedor, donde solían reunirse. Allí encontró a más gente de la que esperaba. Estaba el tío de Dani, que sin preguntarle ni decirle nada, la abrazó con mucha fuerza y le susurró "¡Ánimo!". También estaban otros familiares que no conocía pero que la miraban con una mezcla de curiosidad, desconfianza y pena. La abuela de Dani, también de luto, se acercó hasta ella y también la abrazó. Lana quiso decir algo, pero no encontraba las palabras y simplemente dejó escapar dos lágrimas más. El padre de Dani estaba sentado en una esquina de la mesa y cuando Lana se acercó hasta él, no supo qué hacer y se quedó petrificada. El hombre la miró lleno de dolor y se levantó para fundirse con ella en un sentido abrazo. Luego, le ofreció una silla para que Lana se sentara. Ella lo hizo.

Unos minutos después, llegaron allí la madre, la hermana mayor y la tía de Dani. Las tres de luto. Las tres la miraban. La madre tampoco se había maquillado y el dolor se manifestaba en su rostro y su expresión. Se acercó hasta Lana y también la abrazó con fuerza, después se separó de ella, negando con la cabeza y llorando. Se refugió en los brazos de su marido, quién la abrazó con cariño. La tía de Dani y su hermana, también se acercaron a Lana sin decir nada y la abrazaron.

Lana estaba agotada. Estaba cansada de todo, de sentir tanto dolor, de leer la compasión en los ojos de los demás, de no poder expresar todo lo que se estaba acumulando en su interior, de que la abrazasen sin parar.

- Es la hora -dijo sin más la madre de Dani.

Inmediatamente, todos se levantaron y se dirigieron a la puerta. Lana se sintió felizmente sorprendida cuando vio a sus padres esperándolos en la calle. Se abalanzaron sobre ella susurrando palabras de alivio y consuelo, pero Lana no articuló palabra y simplemente les dirigió una sonrisa triste entre las lágrimas de su rostro.

En el cementerio estaba reunido casi todo el mundo. Todos los amigos y amigas de Dani, entre los que Lana reconoció a Silvia, y todos sus vecinos y conocidos, aparte de su familia y la familia de la propia Lana.

La ceremonia fue breve y Lana apenas prestó atención. Las lágrimas no dejaron de caer por sus doloridas mejillas mientras evocó cada momento, cada sonrisa, cada mirada, cada caricia, cada beso, cada palabra, cada gesto... No podía creer que todo hubiese acabado, que se hubiese ido. Su madre le había llevado una preciosa roja blanca que Lana depositó con todo el cariño del mundo sobre el ataúd, antes de que este fuera enterrado. Sintió cómo todos la miraban compasivamente una vez más, pero no les echó cuentas y evocó la sonrisa de Dani.

Cuando la gente empezó a retirarse, Lana pidió quedarse un rato más. Necesitaba despedirse. Necesitaba contarle todo lo que sentía y había sentido a su lado, y lo que sentiría ahora sin él.

Cerró los ojos, suspiró, se tragó las lágrimas y comenzó a desahogarse con Dani.

CAPÍTULO 4: ¡NO HAGAS ESO!

- Y para pasar el fin de semana, creo que podríamos llamar a Raquel y Ángel para que se vengan a cenar y luego salir por ahí. Sí. Y quizá también le interese a Pablo y Jose. Yo, personalmente prefiero que salgamos tranquilamente, sin discotecas y eso porque... porque... ¿Lana? ¿Me estás escuchando?

Lana estaba sentada en la mesa del salón y no dejaba de remover un café que ya se había enfriado hacía rato. A su lado, su amiga Elisa había vuelto a casa tras haber pasado la noche en casa de unos amigos en la ciudad de al lado. Elisa le estaba planteando sus planes para el fin de semana, pero Lana no lograba entusiasmarse con ellos. No dejaba de pensar en Alehl. La noche de antes por fin había conocido su nombre, después de largos años de sueños compartidos. Él la había cuidado durante toda la noche pero, cuando Lana había despertado por la mañana, Alehl ya había desaparecido. No sabía por qué se iba ahora que apenas habían comenzado a conocerse. Era curioso, pero le echaba intensamente de menos. Cuando soñaba con él, estaba totalmente enamorada del chico y nada más existía. Era maravilloso. Sin embargo, a menudo le fastidiaba tener que volver al mundo real, con las clases, el vaivén de la gente que la rodeaba, Dani, que era su propio novio, sus amigos de allí y, por supuesto, todos sus problemas. El cambio era bastante notable de una situación a la otra y a Lana le costaba asimilar que aquel chico era sólo parte de su imaginación, algo así como un amigo invisible.

- Lo siento, Eli. Estaba metida en mi mundo. Este fin de semana no podré planear nada por aquí porque me iré a casa de Dani a pasar esos días.

- ¡Eso es genial! -exclamó Elisa entusiasmada-. Ya verás como despejarte estos días de descanso te viene muy bien, y más aún si es al lado de tu novio. ¿No crees?

- Sí -respondió Lana sonriendo al pensar en Dani.

No era un chico excesivamente guapo, pero a Lana le había gustado muchísimo desde el primer día en que lo vio. Era alto, de espalda ancha, con el pelo moreno y por los hombros, y los ojos oscuros, como su piel. El principio de la atracción de Lana por Dani comenzó con el primer día de clase, cuando ambos entraron por primera vez al aula y se miraron. Con el tiempo se fueron conociendo más y más, y al final habían decidido intentar algo juntos. La primera vez no salió bien por culpa de la propia Lana, que seguía pensando en su anterior chico, que seguía atormentándola continuamente. Pero, tras un tiempo separados, Lana comprendió que quería estar al lado de Dani. Para siempre. Que lo necesitaba como el cielo necesita al Sol, que lo añoraba de manera inevitable cuando llevaba sin verlo más de dos semanas y que echaba de menos sus besos y sus abrazos. Fue al comenzar el segundo año cuando se dieron una segunda oportunidad. Y ahora llevaban juntos casi un año y Lana seguía queriéndolo tanto o más que el primer día.

Ese fin de semana había fiestas en la ciudad de Dani y sus padres habían invitado muy amablemente a Lana a pasar aquellos días allí, con ellos y con la familia de Dani. Ella había aceptado de buena gana, puesto que llevaba ya casi tres semanas sin estar con él y lo echaba muchísimo de menos. Así pues, había llegado el viernes y Lana se había levantado temprano para poder hacer las maletas antes de que Dani llegase a por ella en su coche. Sin embargo, no podía dejar de pensar en aquel chico de ojos verdes, Alehl cuya mirada se había introducido hasta lo más hondo de su ser.

Sacudió la cabeza, echó un vistazo al café y se dirigió a la cocina para tirarlo por el fregadero. Elisa se había sentado en el sofá y miraba cosas en internet con su portátil sobre las piernas y unos auriculares taponándole los oídos. Lana la miró, sonriendo, y se dirigió hacia su habitación para empezar a hacer la maleta. Pasó el resto de la mañana esperando a que apareciera Alehl, pero esto no ocurrió.

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El hecho de estar en casa de Dani resultaba extremadamente reconfortable. Los olores a comida casera de su abuela, los gritos de sus primos pequeños por la casa, la continua atención de su madre... Era maravilloso. Era como sentir un aire nuevo y vitalizante. Tenían mil planes para aquellos dos días que iban a pasar juntos y ambos estaban emocionados ante la perspectiva de volver a estar juntos, aunque sólo fuera un par de días.

Aquel mismo día, viernes, habían decidido ir a la piscina por la tarde, después de comer, y por la noche salir a las fiestas con los amigos de Dani. Lana sentía mucha curiosidad por conocerlos/as y, al parecer, era un sentimiento recíproco. Mientras estuvieron en la piscina conoció a alguna de la gente con la que saldría por la noche, y compartieron algunas risas e intercambiaron relatos de experiencias. Lana no pudo evitar pensar que Dani era completamente distinto de sus amigos.

Por fin llegó la noche y Lana se vistió de manera sencilla pero a la vez algo arreglada. No le gustaba arreglarse demasiado y consideraba que ella estaba bien cuanto más natural fuera. Por eso, al reunirse con los amigos/as de Dani, se dio cuenta de que contrastaba muchísimo en cuanto a estilos de vestir y maquillaje. Aún así, se dijo a sí misma que ella era como era y punto. Estuvieron tomando unas copas y hablando con la gente antes de entrar al Auditorio, donde se organizaba la fiesta. Varios amigos de Dani tenían equipos de música de gran calidad en sus coches y los abrían mientras bebían en la calle para animar el ambiente. En realidad, no se estaba nada mal allí. Entre copa y copa, Lana y Dani intercambiaban algunas palabras cariñosas, insinuaciones e, inevitablemente, miles de besos que dejaban ver claramente cuánto se habían echado de menos.

Cuando ya era bastante tarde, se dirigieron al Auditorio y se dispusieron a bailar todos juntos. Lana y Dani no dejaban de mirarse, reírse el uno del otro, bailar e intercambiar algún que otro beso más. Estaban en lo mejor de la fiesta cuando uno de los amigos de Dani se acercó, alertando a todos los demás para que salieran fuera del local un momento. La cara de Dani cambió y Lana se asustó ante la expresión que apareció en la cara de él. Inmediatamente, la cogió de la mano y salieron juntos al exterior. Un poco más abajo de donde estaba situado el Auditorio, había un callejón más oscuro, donde habían estado bebiendo antes. Allí se dirigían casi todos los amigos de Dani. Lana iba a preguntar qué pasaba pero se calló en cuanto vio lo que estaba ocurriendo. Uno de los mejores amigos de Dani estaba discutiendo con un chaval algo más mayor que él y le recriminaba algo sobre una chica.

- Quédate aquí -dijo Dani a Lana, mirándola fijamente a los ojos.

Lana iba a responder pero una de las amigas de Dani se acercó a ella para apretarle la mano con fuerza en señal de apoyo.

Dani se dirigió, con dos chicos más hacia el lugar donde, rodeados por el otro grupo de chavales, discutían el amigo de Dani y el otro chico. Lana reconoció al amigo de Dani. Se llamaba Raúl y era un chico algo bajo pero robusto y con mala fama en los pueblos de alrededor por provocar a menudo altercados. Sin embargo, Dani había aclarado a Lana que en realidad, todo lo que hacía el chico era exhibir su coche con su equipo y eso causaba envidias entre los chavales de las localidades vecinas. Claro que, a veces, cuando bebía demasiado, intentaba algo con alguna chica que ya estaba con alguien y esto llevaba a otra nueva pelea. A Lana le pareció oír algo sobre una chica mientras los dos chavales discutían. Se mordió el labio inferior, asustada. Si Dani entraba en la discusión y, por lo que fuera, había una pelea allí mismo, no sabría qué hacer pero se sentiría realmente mal. Dani le dirigió una mirada tranquilizadora antes de comenzar a hablar con los amigos del chaval con el que discutía Raúl.

- Tranquila, sólo van a hablar. Ya lo verás. Ya ha pasado otras veces y no llegará a más. Además, Dani no entrará en ninguna pelea mientras pueda evitarlo y menos mientras tú estés aquí.

Lana tragó saliva, haciendo un gran esfuerzo por creer las palabras de Claudia, que así se llamaba la amiga de Dani que se había acercado hasta ella y ahora le estaba sujetando la mano. Inesperadamente, la discusión se hizo más agresiva. Uno de los chavales con los que hablaban Dani y sus amigos, haciéndoles gestos para que se relajaran un poco, había cogido a Héctor (otro amigo de Dani) por el cuello de la camisa y se disponía a pegarle un puñetazo. Dani se interpuso y obligó al chaval a soltar a Héctor. Raúl y el muchacho con el que tenía el problema se estaban pegando puñetazos y rodaban de vez en cuando por el suelo.

Lana no era consciente de ello, pero dos lágrimas bañaban sus mejillas y se había llevado su mano libre a la boca, ahogando sus sollozos. Vio, con los ojos empañados cómo Silvia (la actual novia de Raúl) se acercaba a los chicos para intentar calmarlos y poner orden. Todos peleaban. Lana veía desesperada y conteniendo de vez en cuando la respiración, cómo Dani propinada codazos, patadas y puñetazos a los otros chicos. Silvia estaba en medio. El chico con el que se peleaba Raúl le dio una bofetada y cayó al suelo con un violento golpe. A pesar de todo, Silvia se levantó, con una mancha de sangre en la cara y se lanzó contra el oponente de Raúl.

En cuestión de segundos, se vio algo metálico relucir en la oscuridad del callejón y, acto seguido, uno de los chicos que estaban peleando contra Dani y sus amigos se volvió hacia Silvia y se acercó hasta ella con violencia. Segundos después, se oyó un grito de Silvia, ahogado por la tela de la camisa de su agresor, que la apretaba contra sí, con fuerza. Dani reaccionó enseguida. Silvia era su mejor amiga. Se quitó de encima al muchacho contra el que llevaba peleando un rato y, sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia el agresor de Silvia. Lana no pudo evitarlo y gritó.

- ¡Dani! ¡No hagas eso!

Pero Dani no podía pensar, no podía moverse, porque su contrario había sido más rápido qu él, lo había b¡visto venir y había clavado la gran navaja que tenía en su mano en la espalda de Dani. Inmediatamente, los chavales con los que habían estado peleando hasta hacía apenas unos segundos salieron corriendo hacia sus coches.

El resto de la gente estaba conmocionado. Los amigos de Dani se habían repartido entre él y su amiga Silvia. Entre las piernas de Héctor, Lana vio cómo Dani la miraba por última vez y sonreía.

viernes, 13 de agosto de 2010

CAPÍTULO 3: ¿ENTIENDES?

- Sabías cuáles eran las Normas, ¿por qué no te has limitado a cumplirlas?

Alehl sacudió la cabeza. Su Superior le había citado aquella mañana, a primera hora. Aseguraba que Alehl le había revelado a Lana los secretos de su identidad y su existencia. "Lana", pensó por enésima vez, evocando su imagen por enésima vez desde que se había separado de ella. No había podido despedirse adecuadamente aquella mañana porque la llamada era urgente. Así pues, la dejó durmiendo sola en la cama, con sus castaños cabellos desparramados sobre la almohada y los primeros rayos de luz iluminándolos, transformándolos en oro. Suspiró.

- Ya he dicho que ella no sabe nada. Pero puede verme -añadió antes de que su superior pudiera replicar nada-. Ella tiene algo especial. Puede verme desde hace ya varios años en sus sueños y, desde anoche mismo, puede verme así, tal cual. Como soy, era o seré. Así -explicó el chico señalándose a sí mismo emocionado-. Quizás haya llegado el momento para ella.

Su Superior quedó mudo durante unos instantes, sorprendido por aquella información inesperada. Se sentó en su enorme sillón de cuero negro y meditó acerca de las palabras de Alehl.

- Lo de los sueños es normal. Suele pasar que los que son como tú aparecen en los sueños de sus "protegidos" en un segundo plano y...

- Pero yo no aparezco en un segundo plano -lo interrumpió Alehl sin poder contenerse-. En sus sueños, yo soy tan protagonista como ella misma.

- ¡¿Cómo?! -exclamó indignado su Superior- ¡Eso no es posible! No es normal. Y eso de que te pueda ver así... Además es obvio que ella aún no está preparada para ser iniciada en el aprendizaje de su don. Este asunto no me gusta nada. Vamos a tener que tomar medidas al respecto, muchacho.

- ¿Medidas? ¿Qué clase de medidas? -preguntó Alehl con voz temblorosa.

Era un estúpido. No debería haber dicho nada sobre las cualidades de Lana. Ahora había conseguido que lo separaran de ella para siempre. "Al fin y al cabo", pensó para sí, "no he tenido otra opción. Si no me hubieran castigado por haberme descubierto ante un ser humano vivo, lo hubieran hecho por traidor". Medidas. Le daba miedo pensar en qué tipo de medidas adoptarían para su caso. Le daba miedo que lo separaran de Lana pues, aunque no se lo hubiera dicho a su Superior, estaba locamente enamorado de la muchacha desde la primera vez que la había visto en los sueños de la propia Lana. Por eso, imaginarse lejos de ella, le destrozaba el alma.

- Medidas, simplemente -respondió aquel individuo, de manera cortante-. Vamos, vamos, no pongas esa cara. Vas a tener lo que muchos de vosotros desearan en su día. Vas a vivir. Existirás. Serás un ser humano vivo más. Aunque -añadió con gesto serio- ya sabes también las consecuencias que ello implica.

Alehl palideció de repente. Los que eran como él ansiaban poder ser seres vivos, relacionarse con las personas de carne y hueso, experimentar sensaciones físicas (como el dolor) y saber lo que eran las necesidades fisiológicas; pero Alehl estaba bien así, y más desde que Lana había sido capaz de verlo la noche anterior. Además, estaban las consecuencias. Todo aquel que pasaba a formar parte de la existencia como ser humano vivo, perdía su memoria anterior. No recordaría nada previo a su nacimiento como ser humano. En caso de que alguien solicitase nacer como adolescente o incluso como adulto, se les implantaban falsos recuerdos de infancia y de su vida anterior. Alehl se estremeció. No deseaba pasar por aquello.

- No puede ser verdad.

-Muchacho, tranquilízate y piénsalo fríamente. ¿Sabes cuántos de los nuestros matarían (en sentido metafórico, por supuesto) por tener tu suerte, por tener esta oportunidad?

- Lo sé, pero yo no la quiero. Me niego a permitir...

- ¡Tú no te vas a negar a nada! -gritó su Superior levantándose de golpe de su sillón y provocando que éste cayera hacia atrás con estrépito-. Si yo digo que te vas de aquí y pasas a ser una persona como cualquier otra, eso se hará y así será. ¿Entiendes?

Alehl temblaba de rabia. Apretaba fuertemente sus puños, pero no sentía dolor. No podía sentir nada.

- Sí -respondió sin más, dirigiendo a su Superior una mirada gélida.

- Bien -dijo aquel señor, poniendo el enorme asiento en su sitio para volver a sentarse en él con una sonrisa escéptica a la vez que estúpida-. Por cierto -comentó cuando Alehl ya estaba saliendo por la puerta. Éste se detuvo y maldiciendo para sus adentros giró sobre sus talones para mirar a aquel ser que le resultaba tan despreciable-, sé lo que sientes hacia esa chiquilla... y tampoco me gusta -hizo una pausa. Alehl no se movió. No sabía a dónde quería llegar su Superior-. Te aconsejo que le digas que vas a desaparecer... y que lo hagas lo antes posible -concluyó muy serio.

- Está bien -murmuró Alehl, destrozado-. ¿Cuándo?

- Aún no está decidido. Ya te llamaremos en el momento adecuado. Ahora, vete de aquí.

Alehl salió y cerró la puerta tras de sí, con fuerza. Se llevó las manos a la cabeza, abatido. ¿Qué iba a hacer ahora? Respiró hondo, tratando de recuperarse y tranquilizarse. Decidió que no era el momento para contarle nada a Lana, así que no lo haría.

Después de todo, aún le quedaba tiempo.

miércoles, 11 de agosto de 2010

CAPÍTULO 2: ALEHL

Deseaba abrazarla, lo deseaba con todas sus fuerzas, desesperadamente. Pero sabía que no podía ser, que al intentar tocarla no lo lograría. Resultaba tan frustrante...

Por su parte, Lana ahogó un sollozo y se esforzó mucho más que antes para no llorar. Respiró hondo y levantó la vista. Se sorprendió al descubrir al chico de los ojos claros muy cerca de ella. La observaba intensamente, pero en el fondo de su mirada, la pena se dejaba adivinar como un telón de negras sombras. El chaval hizo un ademán de acariciar la mano de Lana, pero en seguida retiró su mano.

Hacía ya mucho tiempo que la chica soñaba con aquel muchacho y a menudo lo imaginaba abrazándola por las noches, dispuesto a velar sus sueños. En varias ocasiones llegó a creerse que él era real pero no poseía un cuerpo y, por eso, al abrazarla o rozarla sólo sentía una suave y fresca brisa acariciando su piel en la zona de contacto entre ambos. Sin embargo, después siempre acababa resoplando decepcionada porque todo aquello era fruto de su poderosa imaginación.

Últimamente soñaba casi todas las noches con él y, en sus sueños, él sí podía tocarla, abrazarla muy fuerte, besarla y susurrarle al oído que todo iría bien. Cuando despertaba al día siguiente, la angustia le oprimía el corazón. Los últimos tres sueños no habían sido muy agradables. Daba igual como empezase su historia, él siempre acababa muriendo de alguna manera y Lana se sentía entonces más sola que nunca y lloraba amargamente, con la impotencia ahogándola. Ahora, despierta, era capaz de recordar muy bien aquella sensación, aquel sentimiento de pérdida, de dolor. Era como si le hubieran arrancado un trocito del corazón.

Suspiró, sacudiendo la cabeza, ruborizada. Aquella noche había soñado que él se suicidaba y había sido especialmente violento y doloroso para la muchacha. Y ahora, de alguna incomprensible manera, él estaba allí, con ella. Y aquel chico sabía perfectamente lo que había soñado aquella noche y todas las demás. Realmente lo habían vivido todo juntos, aunque fuera en el mundo de los sueños. Pero, ¿quién era él?

Lana volvió a alzar la mirada y le preguntó muy seria:

- ¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Por qué estás aquí?

Él la miró fijamente y un brillo de dolor apareció fugazmente en sus ojos, pero desapareció enseguida y su mirada se volvió impenetrable.

- No quiero hablar de ello -respondió sin más.

- Pero estás aquí y... ¡Ni siquiera sé tu nombre!

- Puedes llamarme Alehl.

- ¿Alehl? Es un nombre muy raro, parece... un nombre de ángel -se detuvo al comprender el significado de sus propias palabras y lo miró, sorprendida -. ¿Eres un ángel?

Él no contestó al instante, sino que parecía que estaba sopesando aquella posibilidad. Tras unos segundos que fueron eternos para Lana, Alehl contestó:

- No creo -y, sacudiendo la cabeza, añadió-: No es fácil explicar mi condición o naturaleza, al menos en este mundo. Por el momento, sólo debes saber que estoy aquí contigo para protegerte, hasta que escuche la llamada y tenga que partir.

- ¿Protegerme? ¿De qué? -preguntó ella, visiblemente sorprendida por las palabras de Alehl.

- No quieras saber más. Así basta. Es suficiente.

- Pero, ¿entonces te irás algún día?

- Sí -la respuesta fue contundente y Alehl la dijo clavando sus preciosos ojos en Lana.

Sin embargo ella no podía ver más que un muro enorme, que la hacía sentirse muy lejos de él.

- ¿Cuándo? -preguntó ella sin pensar.

- Todo depende de ellos, de los que mandan -añadió, intuyendo la muda pregunta de Lana-. Tranquila, me olvidarás -dijo el chico con amargura, pero tratando de restar importancia al tema-. A partir de ese momento no soñarás conmigo. No me verás más. No existiré para ti.

El muro de sus ojos se vino abajo. Se veía la profunda tristeza que atenazaba su corazón. Lana suspiró, ansiando más que antes abrazarlo y Alehl se dio cuenta. Pero el contacto físico no existía para ellos y simplemente se miraron. En esa mirada se transmitieron más de lo que podían decir las palabras, más de lo que podían demostrarse en un abrazo, más de lo que podían expresar de cualquier otra manera. Cuando pasó el momento, Alehl rompió el silencio:

- Sube a dormir. Estaré contigo, te cuidaré y no permitiré que pase nada malo. ¿De acuerdo? -ella asintió con seguridad-. Vamos pues.

Y ambos se encaminaron por las escaleras hasta llegar a la habitación de Lana. Ella se echó sobre la cama y se acostó en posición fetal. Alehl se acomodó a su lado, y la rodeó con sus inmateriales brazos, amando cada respiración de aquella muchacha y aspirando el perfume de su pelo.