lunes, 20 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 16: SAL DE MI VIDA... PARA SIEMPRE.

- No existes.

Lana temblaba violentamente y sus ojos destilaban sentimientos contradictorios: furia, dolor, rabia, cariño, odio, amor.

- Claro que existo. Te dije que volvería contigo.

- ¡No! –gritó la muchacha con los ojos llenos de lágrimas-. Demasiado tarde, Alehl. Es demasiado tarde.

- ¿Demasiado tarde? La concepción del tiempo es muy distinta ahí arriba, ¿sabes? ¡No he podido venir antes!

- ¡Mentira! ¿Crees que no te he visto en mi universidad? No soy idiota. Siempre pensaba que me estaba volviendo loca y me sentía muy mal por tener lo que identificaba como alucinaciones. Tú no existes. ¡Déjame!

Lana echó a correr, pero Alehl la volvió a agarrar por los brazos.

- ¡No! –gritó de nuevo ella, y comenzó a golpear el pecho del chico con los puños.

Intentaba hacerle daño, pero él parecía no sentir apenas los puños cerrados de ella chocando enfurecidamente contra su torso. Lana no paraba de llorar. Cada vez los puñetazos se hicieron más débiles y la chica acabó por agotarse, dejando caer pesadamente sus doloridas manos.

Entonces, Alehl pensó que era el mejor momento para acercarse a ella. Dio un par de pasos hacia Lana, pero esta le advirtió:

- ¡No te acerques! Ni se te ocurra.

- No te entiendo Lana. Estoy cumpliendo mi promesa. No he podido hacerlo antes y me daba muchísimo miedo acercarme a ti desde que descubrí cómo había transcurrido aquí el tiempo. Mientras que aquí han pasado tres meses yo apenas he estado unos días allí arriba. Debes de creerme. Tenía que ver cómo estabas, cómo estaba todo a tu alrededor. Y te veía tan feliz que me daba miedo adentrarme de nuevo en tu vida. Pero estoy aquí y he venido aquí para algo, por algo. Por ti. Porque te lo prometí. ¿Tanto te cuesta creerme?

- Sí –replicó Lana, alterada-. Tienes… tienes que entender que eso no es suficiente. Yo… ¡no puedo volver atrás! ¿Es que no lo entiendes? La Lana que tú conociste quedó muy atrás. En estos meses he estado sola, sin ti, y he sobrevivido. Puedo hacerlo. No te necesito. Tú me dejaste.

- Pero… -Alehl no sabía qué decir-. Lana, no estás siendo justa conmigo. Si me lo pides, desapareceré para siempre de tu vida. Me iré y no me acercaré jamás a ti. Pero necesito que me lo digas, que me mires a los ojos y esas palabras salgan de tus labios. Y… también quiero que me digas por qué. Qué he hecho para que me trates así. He tardado, sí, pero aquí estoy. Y te encuentro así: despechada, desagradecida, sin ganas de verme siquiera. Para mí es doloroso, ¿sabes?

Lana dudaba. Su mente estaba hecha un auténtico lío. No sabía qué hacer. Precisamente en ese momento la imagen de Jose pasó por su cabeza. En un acto reflejo, Lana frunció el entrecejo. Acababa de verlo todo más claro que antes. Alzó la cabeza con los ojos aún húmedos y se acercó a Alehl. El chico sonrió, pensando que Lana había cambiado de opinión. Pero no.

- Quiero que te vayas –dijo fríamente Lana.

- Lana, por favor…

- Me pediste que si lo sentía, te lo dijera así, mirándote a los ojos. Y es lo que estoy haciendo. Vete, Alehl. No quiero verte. Déjame como me dejaste la otra vez. Sal de mi vida… Para siempre.

- Sabes que lo hice por ti –dijo el chico, sintiendo cómo sus hermosos ojos se llenaban de lágrimas-. Lo sabes. Aunque ahora sea más fácil para ti no aceptarlo. Está bien. Pero quiero que sepas que no te voy a echar nada en cara. Se ve que no debí apostar por ti. Eso es todo. Ahora me iré. Y no querré saber nada más de ti. Nunca. Cuando vuelvas, yo no estaré. Cuando me llames, no apareceré. Adiós, Lana

Y, dándose media vuelta, Alehl emprendió el camino hacia la casa que tenía alquilada a medias con su compañero de trabajo. El viento azotaba con más fuerza que antes y anunciaba lluvia. En efecto, unos minutos después empezó a llover. Alehl se sentó sobre un pequeño muro y se encogió sobre sí mismo, dejando que la lluvia lo empapara. Pero no sentía frío, aunque tiritaba; no sentía dolor, aunque se sentía estúpido y sabía que nada había merecido la pena.

Los relámpagos hacían que el cielo se estremeciera.

Cuando la tormenta cesó, Alehl se levantó, con el agua cayendo sobre sus delicadas facciones, y sacudió la cabeza, para secar un poco el pelo. Acto seguido, se secó un poco la cara y decidió que si Lana había reemprendido su vida, él también podría hacerlo. Y lo haría. Se había equivocado una vez, pero no se equivocaría nunca más. No volvería a amar a nadie. Porque no había en el mundo nadie como Lana. Y porque ya le habían roto el corazón y no deseaba volver a sentir esa impotencia. Ese terrible dolor, tan enorme y tan bestial que no podía expresar con palabras.

Era un auténtico estúpido. Lo había dado todo por ella. Lo había dejado todo. Todo. Por ella. Para nada. Lana no había sido para nada justa con él. Aunque si ha actuado así, pensó Alehl para sí mismo, será que realmente no me quiere como yo a ella. Este pensamiento añadía más dolor a su alma. Así que, sin pensarlo más, sacudió la cabeza y decidió que mañana amanecería de nuevo. Y que, ya que había sido castigado a estar en aquel mundo, iba a intentar ser feliz con todas sus fuerzas.

Al llegar a casa, vio que su amigo estaba en el salón, viendo una película con una chica. Alehl sonrió y subió las escaleras hasta su habitación sin hacer ruido para no molestarlos más de lo necesario.

Al llegar a la habitación se desnudo por completo y se dirigió al cuarto de baño para tomar una ducha de agua ardiendo. Después, se sintió mucho más relajado y, de repente, agotado. Se dejó caer en la cama tras ponerse el pijama y, en cuestión de segundos, se quedó profundamente dormido.

Soñó con Lana. Con un beso que había ocurrido tiempo atrás. Con Enviados, Protectores, Protegidos, Superiores… Cosas sin sentido en aquel mundo, al fin y al cabo.

Nada importaba ya.

No hay comentarios:

Publicar un comentario