martes, 7 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 13: UN DÍA PARA RECORDAR.

Sonó el timbre de la puerta.

- Tranquila, Eli, ya voy yo –dijo Lana levantándose de un salto.

Eli estaba estudiando y no deseaba molestarla, pues iba muy retrasada con sus apuntes.

Lana tenía aún los ojos húmedos y las mejillas sonrosadas de haber estado llorando. Hacía un año que había muerto Dani y no había podido evitar sentarse a recordar todos y cada uno de los momentos juntos, lo que la había sumido en un estado de melancolía absoluta. Ya era casi de noche y la chica no había conseguido salir de su pozo de recuerdos en los que, inevitablemente, también incluía a Alehl.

Lo último que esperaba encontrar al abrir la puerta era la sonrisa de Jose, que la saludó efusivamente.

- ¡Hola! –exclamó eufórico, dando un fuerte abrazo a Lana, que ésta agradeció como si fuera un oasis en medio del desierto más infinito-. Pasaba por aquí cerca y he decidido llegarme por tu casa. Me apetecía hablar contigo un rato, ¿te importa? –preguntó aún desde el umbral de la puerta, observando a Lana atentamente-. ¿Te ocurre algo? –le dijo acariciando suavemente con sus dedos la mejilla enrojecida de llorar de la muchacha.

- No –respondió ella apresuradamente, agachando la cabeza y apartándose para dejar que el chico entrara y, de paso, evitar que viera que se había sonrojado tras el breve contacto-. Es sólo que es un mal día. Nada más. Pasa, por favor.

- Está bien –asintió Jose, dedicándole una amplia sonrisa y un beso en la mejilla mientras entraba.

Recibir la visita de Jose hizo que Lana se sintiera mucho mejor. Hacía ya unas semanas que se conocían y la chica se había hecho buena amiga de él. A menudo estaban juntos tanto tiempo como les era posible y discutían sobre varios temas filosóficos, o de actualidad, o históricos, incluso de arte. Se compenetraban a la perfección y parecía que habían nacido para conocerse. Lana no se podía quejar. Era muy feliz con Jose, a pesar de que sólo eran buenos amigos. Pero con eso bastaba.

Tras saludar a Eli brevemente para no distraerla demasiado, los dos jóvenes subieron a la habitación de Lana, donde se encerraron. Una vez dentro, el chico cogió las manos de Lana con cuidado y le preguntó lo que quería saber desde que había entrado por la puerta.

- Lana, ¿vas a contarme que te ocurre?

- No es nada. Es sólo que hoy hace un año desde la muerte de mi exnovio y lo estoy pasando un poco mal. Además me ha dado por recordar y ya ves, estoy un poco de bajón.

- Vaya –murmuró Jose sorprendido-. Debe de ser muy difícil. Pero puedes contar conmigo para lo que sea –añadió de inmediato, apretándole la mano a Lana-. ¿Quieres contármelo?

Lana asintió, agradecida y contó una vez más su historia con Dani. Al finalizar sobrevino en la habitación un pesado silencio, durante el cual, Jose asimiló toda la información recibida.

Ya era de noche y dentro de poco tendría que irse.

- ¿Sabes qué? –comentó Lana.

- Dime

- A veces me comparo con el cristal.

- ¿Con el cristal? –preguntó Jose extrañado.

- Sí –contestó ella divertida y se explicó-. El cristal es en apariencia duro, inquebrantable, frío… Como yo soy algunas veces. Pero en realidad, es muy frágil. Muchísimo. También como yo.

- Eso sí que es poético –rió Jose-. Pero yo nunca dejaré que te rompas –Lana lo miró sorprendida a la vez que agradecida-, ni Eli ni ninguno de los demás. Siempre puedes contar con nosotros. Y, por favor, cuando estés así, cuenta conmigo. ¿De acuerdo? –le preguntó sonriendo y señalándola con un dedo amenazador.

- Sí –asintió Lana sonriendo a su vez.

- ¿Ves? Así estás mucho mejor. Estás preciosa. Eres preciosa.

Lana no sabía qué contestar y simplemente se miraron. Los ojos de Jose clavados en los suyos emitiendo algo que Lana no era capaz de identificar. De repente todo comenzó a dar vueltas, a hacerse borroso. Jose acarició delicadamente la mejilla de Lana y se fue acercando poco a poco. Lana no sabía qué hacer. Deseaba acercarse más a él, pero le daba miedo. ¿Miedo? ¿De qué? De enamorarse de él, comprendió de repente Lana, como lo había estado de Alehl o de Dani. Y temía que Jose también la dejara. Pero en aquel momento su mente trabajaba a demasiada velocidad para asumir todas sus conclusiones. Lana se sentía ingrávida, cada vez más próxima a Jose. Antes de que pudiera darse cuanta, sintió cómo los párpados caían lentamente sobre sus ojos, cerrándolos. Estaba muy nerviosa. ¡Sería tonta! Pero es que en ese momento aquel beso inminente parecía ser el primero. Pudo notar el dulce aliento de Jose sobre sus labios… Y no dudó más. Acortó la distancia que los separaba y unió sus labios a los de él. Todo giraba aún más deprisa. Tanto que si Lana hubiera abierto los ojos, se habría mareado. Jose la besaba tan dulce y a la vez apasionadamente que le estaba haciendo sentir cosas que jamás había experimentado antes. Cada roce de sus carnosos labios, la hacía estremecer. Jugaban, se acariciaban con los labios, soñaban juntos. Acababan de crear una dimensión propia, una burbuja a su alrededor en la que sólo existían ellos. Nadie más. Nada más. Él. Ella. Y aquel beso.

Sin embargo, el momento se rompió cuando Lana se alejó de Jose.

- Lo siento, Jose.

- ¿El qué sientes? –preguntó el chaval extrañado y divertido a la vez.

- Esto. Debo de ser la peor persona del mundo. El mismo día en el que hace un año desde la muerte de mi exnovio, beso a mi mejor amigo. Soy incorregible.

- Reconozco que soy irresistible –bromeó Jose-. Vamos, vamos. No pasa nada –dijo abrazándola-. Y bien, ¿de qué te apetece hablar? –preguntó sonriendo el chaval.

Lana lo miró y sonrió, feliz de la capacidad que Jose tenía para llenarla por dentro de aquella manera. Empezaron a hablar de música y acabaron entretejiendo varias conversaciones hasta que se hizo muy tarde. Era ya de madrugada cuando Lana se percató de cómo de rápido se le había pasado el tiempo.

- ¡Ahí va! Si son las dos de la madrugada –exclamó mirando a Jose-. Ya no tienes forma de volver a casa. ¿Qué vas a hacer?

El chico meditó un rato antes de contestar.

- ¿Puedo quedarme a dormir? Aunque sólo sea esta noche.

- ¡Por supuesto! –le dijo Lana sonriendo ampliamente-. Perdona mi falta de hospitalidad. Además, puedes quedarte aquí cuando quieras. Sólo que tendrás que dormir conmigo, porque el colchón de la única cama libre está destrozado y es imposible dormir ahí. Si no te importa eso de dormir conmigo…

- ¿Te importa a ti? –la chica como toda respuesta levantó una ceja -. Está bien, de todas formas tranquila, que no haré nada.

Los dos se rieron y se echaron en la cama, desde donde observaron las estrellas que parecían por la ventana de la habitación de Lana. Discutieron largo rato sobre mitología griega y las constelaciones y acabaron por dormirse acurrucados el uno en el otro.

Era una noche que siempre recordarían ambos.

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