miércoles, 8 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 14: AMANECER

Lana abrió los ojos.

Los rayos del Sol entraban suavemente por la ventana, desterrando la oscuridad de la noche y abriendo paso a un nuevo día.

Sintió que la observaban y se giró despacio para mirar a la persona que estaba a su lado. Jose le dirigía una mirada intensa desde sus preciosos ojos marrones, con la cabeza apoyada sobre una mano. Cuando Lana lo miró, el chico sonrió y se inclinó para darle un beso en la frente.

- Buenos días –saludó Jose ensanchando aún más su sonrisa.

- Es la primera vez que me despierto así con alguien –contestó ella, algo azorada.

- ¿Así? ¿A qué te refieres?

- No sé. Es raro. Es diferente –hubo un silencio algo extraño, pero Lana continuó hablando-. ¿Has dormido bien?

- Sí –le respondió Jose, mirándola con ternura-. ¿Sabes que estás preciosa cuando acabas de despertar?

- ¡Anda ya! Estoy horrible siempre cuando despierto –exclamó Lana, sonrojándose y arreglándose un poco el pelo.

- Ni hablar.

- Y tengo muy mal humor –añadió la chica.

- Si quieres yo te lo quito –le contestó Jose con una sonrisa pícara.

Lana lo miró, algo confundida. La noche anterior se habían besado, pero no sabía qué significaba eso. No tenía por qué significar nada, se dijo Lana a sí misma, pero en realidad, ansiaba repetirlo. O quizás no. Era Jose. ¿En qué estaba pensando? Aquello se le estaba yendo de las manos. Frunció el ceño. No sabía qué contestar ante aquella insinuación. No era capaz de entrever si Jose lo decía en serio o era tan sólo una broma. Prefirió interpretarlo como lo segundo.

- No seas idiota, anda. ¿Qué te apetece desayunar?

- ¿Desayunar? Lana, son las siete de la mañana.

- ¿Y qué?

- Aún no tengo hambre.

- Entonces, ¿qué hacemos?

- No hagamos nada. Observemos el amanecer. Deja que el silencio haga su trabajo.

- Pero… -Jose le acababa de rozar los labios con un dedo para silenciarla.

- Silencio. Sólo silencio. Observa –añadió, señalando hacia la ventana.

Lana tomó una sábana para echársela sobre los hombros. Hacía frío.

Al observar el cielo por la ventana, no pudo evitar sonreír. Era precioso. Jose se acercó más a ella, intuyendo que tenía frío y la muchacha pudo sentir cómo todas las alarmas de su cuerpo reaccionaban. Estaba demasiado cerca. Le pasó un brazo por encima de los hombros, con ademán protector.

- ¿Tienes frío? –escuchó la voz de Jose susurrando en su oído y haciéndola estremecer.

- Ahora no. Estás ardiendo –dijo volviendo la cabeza para mirarlo a los ojos.

- ¿En serio? -rió el chico-. Vaya, ni lo había notado. De todas formas no tengo frío –Jose le devolvió una mirada nuevamente tan intensa que Lana sintió cómo su mente se quedaba en blanco de repente.

Estaban muy cerca. Lana no sabía qué hacer. Deseaba acercarse más, sólo un poco más y rozaría sus labios. Pero, por otro lado, sentía que hacer eso estaba mal y no sabía explicar porqué.

Demasiado tarde. Jose volvió la cabeza hacia otro lado, entendiendo el debate interior de Lana sin necesidad de palabras. Pero Lana ya se había decidido. Con su mano tomó la cara de Jose y la aproximó hacia ella. El chico la miró entre sorprendido y encantado con el gesto. Lana rozó sus labios. De nuevo sintió cómo los párpados caían pesados sobre sus ojos y volvió a rozar, esta vez con más intensidad, los labios de Jose. Éste no tardó en responder a su gesto. La hizo girarse y sentarse sobre él, enredando las piernas de Lana en sus caderas. Se abrazaban, se besaban. El deseo lentamente iba apareciendo. Cada vez los besos eran más apasionados. Cada vez era más urgente sentirse el uno al otro. Las caricias se sucedían sin cesar.

Y entonces Lana paró.

- Lo siento –dijo agachando la cabeza-. No sé qué estamos haciendo. No sé qué pretendemos con esto. Yo…

- Tranquila –susurró Jose, posando un dedo en sus labios de nuevo-. Lo entiendo. Yo tampoco sé muy bien qué estamos haciendo. Sólo sé que es lo que deseo hacer.

- Pero yo… -Lana retiró suavemente el dedo de Jose y se sentó a su lado-. Yo no sé si deseo esto. No estoy segura. Tú eres mi amigo. ¿Y si esto no sale bien? Toda nuestra relación se estropearía.

- Yo no lo permitiría –contestó Jose muy serio.

- No se trata de permitirlo o no permitirlo. Simplemente pasaría. Y yo no quiero perderte. Ya he perdido suficiente en el último año. No puedo dejar que esto se estropee también. ¿Entiendes?

- Perfectamente –respondió Jose, y mientras pronunciaba estas palabras, la sombra de la decepción iluminó sus ojos durante un instante-. Pero has sido tú la que me ha besado.

- Sí –reconoció Lana-. Y aún no entiendo bien porqué. Lo siento.

- No hay nada que sentir –dijo Jose, restándole importancia-. Yo tampoco lo entiendo demasiado, pero no pasa nada –sobre ellos cayó un silencio algo tenso-. Bien, ¿qué hay de ese desayuno?

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